Estos días ustedes notarán que no hay artículo, información o video que no pregone una suerte de cambio de era que se está produciendo delante de nuestros ojos con motivo de la toma de posesión del Presidente Trump y de la cohorte de magnates tecnológicos que lo secundan y adoran con fervor irredento.

Casi diría que se palpa en el ambiente un clima algo así como religioso. Hemos visto tantas películas de la factoría Hollywood que uno cree estar viviendo una secuencia en la que millones de almas, perdidas y descarriadas encuentran por fin su propósito y su guía. Su propósito ya no abarca solo los límites geográficos de los Estados Unidos. Su único límite es el mundo. De Groenlandia a Panamá, de Canadá a Ucrania, de China a toda la Humanidad. Una anunciación del nuevo Reino que está llegando y que traerá maná en forma de bits, criptos y libertad para toda la Humanidad.

Trump en su papel de Sumo Sacerdote y de Mesías bendice a todos los que le acompañan en esta nueva Ilíada post-moderna que nos sirve en bandeja una epopeya para recrear vivencias de nuestros ancestros. A esto le podríamos llamar evangelismo tecnológico. Sí, ya sé que los analistas serios ponen más el acento en el populismo, el autoritarismo, en la visión ultraliberal en lo económico y proteccionista en lo político, en la defensa de los intereses nacionales por encima de cualquier otra consideración o en la supremacía de la visión anglosajona del management empresarial y de la ganancia del dinero sobre el concepto de comunidad política en torno a un Estado Nación. Pero si lo piensan bien todo remite a lo tecnológico: se confía más en el algoritmo que en las personas. Es el signo de nuestros tiempos.

Elon Musk es su mejor apóstol. Ya no sólo habla de MAGA (Make América Great Again) sino también de MEGA (Make Europe Great Again). De momento ha comenzado por el Reino Unido y ha criticado también a Alemania y a Francia. Cualquier día crea una tecnológica con la que producir whiskey, vino y cerveza para seducir y abducir a británicos, franceses y alemanes.

Otra vez (la Historia siempre rima) “la aristocracia del momento” poniendo sus tierras (sus plataformas) al servicio del nuevo monarca que tiene una misión mundial más allá de su tiempo. Zuckeberg anuncia que abandona el sistema de verificación de contenidos que se vio obligado a introducir en su compañía por obligación del anterior gobierno norteamericano. El hijo pródigo devenido en oveja negra descarriada vuelve al redil del que él mismo dice que nunca quiso salir. El resto de magnates de las big tech también se rinden al nuevo culto devenido en loas al nuevo emperador.

¿Quién es la deidad de esta nueva fe que mueve montañas? Los que más saben de esto dicen que se está ya anunciando como una IA con propósito general, de momento incorpórea, pero aspira a encarnarse en una forma humanoide. Parece que se lo está tomando con tranquilidad, vamos, que no va a crear su mundo y a todos sus seres en una semana como solía ser tradición.

Se ve que se tiene que pensar de dónde va a sacar la energía y el agua suficientes para abastecer su divino cerebro y que pueda funcionar a pleno rendimiento. En la civilización del tecnosolucionismo en la que ha devenido el Occidente que nació de la civilización griega y latina, el de arriba va enviando señales y designa a sus elegidos en la Tierra hasta que los propios humanos puedan ir construyendo el primer ser artificial con conciencia propia, o quizá si nos echamos a dormir lo haga Él mismo en un proceso de autoconstrucción.

En los medios se habla de tecno-magnates y de tecno-oligarcas (en nuestro país el Presidente del gobierno, o mejor dicho algún escriba de su corte, ha venido a llamarles “la tecnocasta”, supongo que por aquello de aprovechar el recorrido del término que tanto éxito ha tenido en suelo patrio). A mí más bien me recuerdan a los mejores villanos malvados de los cómics.

Son un pelín malos, pero caen bien a mucha gente. Hasta sus groserías y salidas de tono tienen su punto cómico, sus performances son divertidas. Son como adolescentes en primavera que siguen pareciendo tal cosa a pesar de sus miles de millones y sus excentricidades a veces muy bizarras.Todo suma para que que en vez de estar presenciando la realidad, más parece que vivamos en medio de un video clip o en un metaverso paralelo.

Se pretende algo así como fundar una nueva dinastía de un imperio en el que no se pondrá el sol. Se mezcla todo: desde Space X y sus cohetes para llegar a Marte, instalar chips en sus nuestros cerebros, llevar a sus últimas consecuencias las tecnologías de vigilancia y de extracción de datos, acabar con el hambre en el mundo y preparar a la Humanidad para el advenimiento de una nueva era.

Hemos conocido cómo en un acuerdo extra gubernamental de Tik Tok con Trump, la empresa china ha dado marcha atrás en su pretensión de abandonar Estados Unidos porque no querían cumplir con la norma que critica su modelo de privacidad. El cierre ha durado pocas horas y ha vuelto a operar, y al tiempo se atisba en el futuro una joint venture con una empresa norteamericana, si no la compra antes el dueño de X. Todo sea por el negocio.

Trump se ha vendido como el verdadero Rey Midas de las criptomonedas. De hecho los tecnobros están que se salen de alegría, toda vez que desde que ganó las elecciones el pasado noviembre el bitcoin no conoce techo en su valoración. Aunque ahora que parecía que iba a comenzar el paraíso en la tierra y se instituía oficialmente el año 16 d. B. (después del BitCoin) para los más aguerridos anarcocapitalistas, resulta que el primer movimiento ha sido en forma de Memecoins: el lanzamiento de $TRUMP y de $MELANIA ha batido récords de capitalización.

A las pocas horas el memecoin de TRUMP había acumulado casi 16.000 millones de dólares. Vamos, nada que no estuviera inventado desde la era de los cepillos en centros de culto o la recaudación vía donaciones por SMS en programas de televisión.

Los demagogos se han impuesto, entre otras cosas porque el Estado Nación está cada vez más débil, y es que para que haya Estado primero deben existir hombres y mujeres de Estado, y ese déficit es el gran lastre de nuestro tiempo. De hecho, los que nos han fallado (¿o hemos sido nosotros con nuestras elecciones irracionales?) han sido todos aquellos que se han dedicado a vendernos burras post-modernas en vez de seguir acicalando y reparando los templos y cimientos de nuestros marcos democráticos y de derecho.

La tecnología utilizada por villanos. Los optimistas tecnológicos siempre piensan que el problema no es de la herramienta, sino de quien la usa. Pero si uno lee la historia se encuentra que el primer uso de cada nuevo descubrimiento ha sido militar y, por supuesto, para hacer el mal. Desde el fuego a la rueda, pasando por la pólvora, o llegando hasta la energía nuclear. Lo que pasa es que luego después de unos cuantos miles o millones de muertos nos da por aplicarlo a usos civiles y entonces a eso lo llamamos progreso. Menos mal que nos queda algo de humanidad a todos nosotros.

El caso es que en esta nueva fase de creencia a ciegas en las tecnologías digitales y en los algoritmos parece que la época de la contención ha quedado atrás. Si se puede conseguir una cosa porque es técnicamente posible, se hará, independientemente del posible impacto. Como solemos decir: el progreso no tiene cura. Es verdad que en los últimos años hay cosas que podemos hacer que hasta hace nada eran ciencia ficción: hablar con un familiar a diez mil kilómetros mientras te ves las caras, montar una empresa en apenas unas horas u operar a miles de kilómetros de distancia. El problema es el reverso del otro lado de la moneda.

Los nuevos magnates Tech nos hablan de libertad y de defensa de la democracia, pero se olvidan de que las democracias son ante todo sistemas de contrapesos. Mucha gente está comprando esta nueva cosmovisión. Los viejos modelos de las democracias liberales, el estado del bienestar, y el pacto social implícito entre capital y trabajo que surgió después de la Segunda Guerra Mundial están saltando por los aires.

Nadie tiene una bola de cristal para adivinar cuál será el resultado final de esta aceleración en la historia, pero sin duda vamos hacia una mezcla de Matrix, 1984 y Blade Runner. Todavía nos quedan por conocer los matices y los detalles. Aquí en España nuestros dirigentes han tomado buena nota y para hacer frente a todo esto hemos lanzado HispanIA 2040, que es algo así como la Resistencia al nuevo Imperio.

Vamos a pelear contra la IA del mal poniendo algoritmos diseñados para hacer el bien. ¡Por qué no se nos había ocurrido antes! ¡España siempre innovando! Vease aquí que la cosa sigue enredada en el mismo caldo de cultivo: la tecnología y los algoritmos. Hasta las herejías y las reformas nacen del mismo plasma.

Sólo nos queda una pequeña esperanza: más allá de meternos en las catacumbas o abandonar el mundo conectado e irnos a un valle a cultivar unas cuantas hortalizas y tener un par de ovejas, podemos rezar a los dioses paganos y hacer que el rayo de los egos y el espíritu de Caín y Abel bañado en celos caiga sobre estos agitadores. Vamos a ver cómo se llevan entre sí todos estos señores tan egocéntricos y narcisistas.

En realidad la mejor esperanza que tiene el mundo civilizado, si es que queda algo digno de tal nombre es que, como suele ocurrir cuando hablamos de las cosas de los hombres, la venganza del temido Factor X (lean a Javier G. Recuenco) acabe haciendo de las suyas, y en poco tiempo dé comienzo una auténtica carnicería de reproches, quejas, acusaciones, de forma que el Concilio Tecno-oligarca salte por los aires. Recuerden que ninguna fe está exenta de dogmas, cismas, fanáticos y blasfemos.