Llevamos unos días con noticias de empresas que, dado su tamaño, hacen temblar países. Es el caso de la constructora china Evergrande, cuya quiebra haría tambalear su economía reproduciendo nuestra crisis, pero a tamaño chino y arrastrando consigo otras empresas y países proveedores, un elefante con pies de barro.

Al mismo tiempo, la danesa Novo Nordisk se ha convertido en la empresa más valiosa de Europa, superando el PIB de su propio país con la venta de fármacos para combatir la diabetes y la obesidad que, recordemos, ambas son las pandemias silenciosas del mundo desarrollado, haciendo dependiente a Dinamarca de su bonanza.

Otro de los récords en valoración lo registró Apple. En este caso, la americana superó en junio los tres billones de dólares en bolsa, dos veces el PIB de España. No hablemos del mundo de los semiconductores, donde la taiwanesa TSMC se ha convertido en el caballo de batalla de medio planeta; o el caso de la empresa de ultralitografía ASML, en donde el gobierno holandés impidió su venta a la empresa china SMIC, por ser un activo estratégico para Holanda y medio mundo.

Su volumen, su tecnología y/o su posición geoestratégica hacen a los países dependientes de un monocultivo empresarial y, por tanto, les obligan a estar pendientes de sus cambios de domicilio, sus decrecimientos, la concentración en cuanto a sus posibles fusiones o adquisiciones por terceros o en el peor de los casos, su quiebra. Ejemplos cercanos del efecto en la economía de empresas grandes los tenemos en el cambio de sede de Ferrovial o la adquisición de acciones de Telefónica por parte del grupo saudí STC, o de los 9 unicornios españoles (empresas valoradas en más de 1.000 millones de euros), muchos de ellos plataformas de intermediación participadas por diferentes fondos de inversión. 

Más desapercibidas, aunque igual de importantes, son las 100 empresas líderes en nichos de mercados internacionales que hay en nuestro país, muchas de ellas industriales, de largo recorrido, innovadoras, exportadoras, familiares o cooperativas, arraigadas y de tamaño medio, también llamadas campeones ocultos.

En el capitalismo "cuanto más, mejor", aunque para ciertas cosas es mejor diversificar porque el tamaño no lo es todo en la economía. Estamos en una carrera global por la innovación tecnológica y hay que crear valor aquí y arraigarlo, porque en la vida no es lo mismo engordar que crecer.

A veces la inversión supone la pérdida de control, desabastecimiento, autonomía y deslocalización de activos estratégicos, y por eso Bruselas ha pedido a los países miembros que analicen y establezcan medidas específicas para la protección de tecnologías que pueden acabar en restricciones a su venta a terceros países incluyendo semiconductores, inteligencia artificial, tecnología cuántica (computación, criptografía...) y biotecnología, las nuevas joyas de la corona. 

En un mundo en policrisis, como definió el foro de Davos, habría que plantearse repartir el riesgo y añadiría que definir mecanismos de inversión y protección, además de apoyar a las pymes innovadoras locales que tienen un valor económico, social y geo estratégico para el país, reconociendo que las empresas hormiga, sumando sus esfuerzos, consiguen tirar adelante nuestra economía porque en la fauna de la economía, la diversidad también es necesaria sean elefantes, salmones, gacelas, unicornios o millones de hormigas.

PD: En la era del humanismo tecnológico, cuidado con los tóxicos, troyanos y trolls y rodearos de Sinergentes que siempre suman aptitudes, conocimiento, equipo y valores.

 *** Áurea Rodríguez es experta en innovación y tecnología humanística.