Donald Trump y Mark Zuckerberg en una reunión en 2019 durante la anterior etapa de Trump como presidente de EEUU.

Donald Trump y Mark Zuckerberg en una reunión en 2019 durante la anterior etapa de Trump como presidente de EEUU. Europa Press

América Tech Desde la otra orilla

Adiós a la diversidad (forzada)

Miami (EEUU)
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Mark Zuckerberg se quitó la careta. O quizá se sintió relajado y dejó de lado formalismos para decir en uno de esos podcast que duran más que el viaje al trabajo, el de Joe Rogan, que en Silicon Valley, en general, hacía falta más masculinidad. Se refería, sí, al liderazgo, a la forma de dirigir. Y, bueno, por masculinidad se pueden entender muchas formas y modos, pero también quiere que todo sea más directo, con menos recovecos y formalismos.

El problema, o el incendio en redes, durará solo un rato, hasta que le arropen el resto de compañías que están ajustándose a la nueva era Trump que comenzará en apenas una semana. Elon Musk, que siempre navegó por libre, no ha tenido que decir nada. Ya se manejaba así. Y nunca percibió tener un problema. Quien entra en Tesla, sobre todo, o en cualquiera de sus compañías ya sabe a qué atenerse.

El problema no es que ahora diga públicamente esto Zuckerberg. El problema es la cascada que viene con ese movimiento. Y, esto sí, afecta a Miami, por la parte de diversidad. Ese volver a las raíces de América, y hacerla great again, claro, es volver a una América muy concreta. Una América en la que la diversidad no tiene tanto valor como hasta ahora.

Silicon Valley, sobre todo, en la pasada década, tuvo un movimiento fuerte a favor de la diversidad y la inclusión. No como una corriente feminista en sí, sino también como una forma de atraer talento que pudiera dar diferentes perspectivas. Era, en gran parte, una decisión económica. La premisa era que no solo era algo justo, sino también una forma de conseguir crear productos para diferentes públicos, hacer que se adapten a más consumidores en menos tiempo. Demasiado, digamos, idealista. Pero se repetía como un mantra.

El drama ha sido que, en cuestión de solo unos días, todos los programas para que las mujeres se sientan iguales, para que los latinos no se hagan pequeñitos al pedir un ascenso, para que ser gay o tener algún tipo de discapacidad no sea un freno en el ámbito laboral... todo eso ha saltado por los aires.

Apple y Kamala, la otra cara de la moneda

No hay que pasar por alto dos factores muy importantes, que no son nuevos. Kamala Harris, actual vicepresidenta de la administración Biden y candidata fallida a la presidencia por el partido demócrata, fue la fiscal general del estado de California, es decir, la máxima autoridad legislativa, en la época de Obama.

Suya fue la responsabilidad de legislar la privacidad. Dentro de lo que se puede acotar en Estados Unidos, claro. Y no gustó. Fue un tira y afloja constante. Un pulso convertido en novela por capítulos que deja ver la ambición de Zuckerberg y la preocupación demócrata.

En parte, Kamala vio cómo Silicon Valley, pilar fundamental de su California, le volvía la espalda en el camino a la presidencia. Se la tenían guardada.

Zuckerberg llegó a destacar la posición europea como positiva. No porque le gustase, sino porque, aunque más restrictiva, al menos, le proponía un marco de juego claro, unas normas con las que moverse y crear.

Con Apple es más sencillo. Tiene lo que él tanto anhela, reconocimiento popular, identidad marcada y un ecosistema propio. Inicialmente, no le afectaba. A medida que Facebook creció, se dio cuenta de la necesidad de hacer también hardware. No solo las gafas de Meta con Ray Ban, sino anteriormente su propio móvil de la mano de HTC.

Zuckerberg pasó de ser un chico Apple de toda la vida, a defender las bondades de Android. En solo un podcast ha conseguido enseñar sus cartas y los movimientos que pretende hacer.