Esta semana, Felipe VI hablaba en el foro de un medio económico sobre la inteligencia artificial, apelando a que "presenta infinidad de oportunidades pero debemos procurar que sea segura y medir bien las consecuencias en la vida colectiva".

Otro medio generalista titulaba esta semana de la siguiente guisa: "Bill Gates revela cuáles serán los empleos sustituidos por la inteligencia artificial". Y un medio de esos que gustan de confidenciales directamente se lanzó al siguiente mensaje: "La inteligencia artificial traerá el desastre social a corto plazo y nadie sabe qué hacer". Acompañado, en ese mismo portal, por otra noticia cuanto menos retorcida para que cuadrara el sensacionalismo: "Empieza la carnicería: IBM elimina 8.000 trabajos humanos por la inteligencia artificial".

Que hasta el Rey hable de una tecnología concreta es algo reseñable en sí mismo, en tanto que demuestra que la inteligencia artificial se ha convertido ya en un asunto de primer orden en la agenda pública internacional. Así lo demuestra cualquier consulta a las tendencias en Twitter, protagonizadas día a día por la IA o algunos de sus nombres más conocidos: ChatGPT, Bard...

Menos lógico resulta que el interés suceda así, de repente, ante una tecnología en que se lleva trabajando desde los años 40 y que ya lleva presente, conforme la capacidad de cómputo lo hizo posible, varios años en su relativa madurez. Pero un estallido, en este caso de la inteligencia artificial generativa, ha hecho saltar todo por los aires. No me entiendan mal: OpenAI es un salto adelante brutal, ejemplar y transformador en multitud de industrias; pero no deja de ser un tipo de IA específica -lejos de las implicaciones de la IA general- y enfocado a utilidades muy concretas.

En cualquier caso, y pudiendo valorar en mayor o menor magnitud su calado, lo cierto es que la inteligencia artificial requiere de avances regulatorios para evitar usos equivocados de la tecnología. Y que exige que la industria tome cartas proactivamente en el asunto, especialmente en las vertientes ética y de eliminación de sesgos. Pero de ahí a los titulares catastrofistas de algunos compañeros de la prensa hay un trecho.

No es algo nuevo ni exclusivo de este caso: cuando un asunto salta a primera plana, muchas voces comienzan a hablar de ello sin el conocimiento ni el bagaje suficiente. Los habituales tertulianos que tanto hablan de los detalles científicos de una pandemia mundial como del precio de la energía, la guerra de Ucrania o, ahora, la inteligencia artificial. Y, por desgracia, muchos periodistas se meten en esa estela, en la turbulencia del 'clicbait' y la desinformación interesada. 

Por ello es momento de reivindicar la reflexión pausada, el trabajo de fondo de décadas de conocimiento de la prensa especializada y de los expertos que sí llevan años trabajando alrededor de la inteligencia artificial. Y, por supuesto, de pedir un propósito de enmienda a aquellos que están intentando encontrar su particular momento de gloria con la excusa de la IA o ChatGPT.