En las últimas semanas se han sucedido las dudas y temores sobre la situación de Credit Suisse. El mayor banco suizo sigue asegurando que su posición es sólida, que su ratio de capital clave del 13,5% aleja cualquier duda sobre su viabilidad. Pero el mercado poco menos que anticipa un nuevo caso Lehman Brothers, aquella nefasta entidad que desencadenó la crisis económica de 2008 y hundió las economías de medio mundo.

El banco europeo, bajo el escrutinio público y la presión generalizada, presentará el próximo 27 de octubre una hoja de ruta para su futuro inmediato. Mientras se agotan los días, los seguros contra el impago de deuda se han disparado y su cotización en bolsa está en su mínimo histórico. Incluso Bloomberg ha lanzado una preocupante predicción: con los datos disponibles a fecha de hoy, existe una probabilidad de quiebra del 28% en cinco años.

La dependencia de Credit Suisse es extraordinaria para multitud de personas, pero también empresas, inversores y organismos públicos, en todo el globo. Es uno de los bancos considerados de importancia sistemática mundial, esto es, que una caída de esta entidad podría generar una tormenta de grandes dimensiones entre multitud de agentes económicos.

El difícil momento por el que atraviesa el banco suizo es, igualmente, un aviso a navegantes. Los tiempos de bonanza parecen haber quedado atrás y la guerra de Ucrania, que ha seguido a una pandemia mundial, han sacado a la luz muchas debilidades del modelo económico actual. También en el ámbito de las startups y el emprendimiento.

Se habla mucho del frenazo en la inversión privada en startups en todo el mundo. También se han retrasado algunas de las grandes rondas de financiación o la salida a bolsa de algunos de esos unicornios que, en los últimos años, no paraban de proliferar con una facilidad pasmosa. También, en los mentideros del sector, se reconoce que los fondos ahora miran con lupa las previsiones de rentabilidad; un aspecto antaño denostado en favor del crecimiento acelerado y el 'copar' el mercado a cualquier coste.

Son bien conocidos algunos escándalos y ejemplos de esta burbuja inversora en el emprendimiento innovador, especialmente entre las startups orientadas al consumidor final. WeWork ya demostró los peligros del apalancamiento financiero y esta política de crecimiento sin conciencia ni estrategia. En España, La Nevera Roja sigue siendo el mayor exponente de esta clase de fracasos, aunque hemos de sumar el caso más reciente de Glovo: fue vendida a Delivery Hero, pero su valor cayó un 65% desde el anuncio en Nochevieja de 2021 hasta su oficialización este verano.

Pero ¿puede haber un detonante a gran escala que explote la burbuja de las financiaciones extravagantes en startups sin modelo de negocio viable? ¿Cuál sería el Lehman Brothers o el Credit Suisse del sector emprendedor? De nuevo, entre rumores y miedos más o menos justificados, surge un nombre propio: Softbank.

El gigantesco conglomerado fundado por Masayoshi Son registró pérdidas récord de 23.000 millones de dólares en su última comunicación. Con este panorama, Softbank ya anunció en agosto reducciones de coste generalizadas en toda la compañía, especialmente en áreas como Vision Fund, su brazo inversor, donde se espera el despido del 30% de sus empleados.

Así lo asegura nuevamente Bloomberg, que también recoge cómo esta empresa ha tenido que vender contratos a plazo sobre Alibaba (su joya de la corona) por valor de más de 17.000 millones para seguir a flote. La devaluación de algunas de sus invertidas en el sector tecnológico, como DoorDash, han llevado a esta situación límite. Softbank también está a la espera de que mejore la coyuntura económica para poder colocar en bolsa ARM, el mayor diseñador de chips, que le costó 32.000 millones al fondo.

El modelo habitual de trabajo de Son y Softbank cae en los mismos riesgos antes mentados: participaba con grandes tickets en rondas de financiación milmillonarias en startups como Uber, WeWork o DoorDash. Recordemos que Softbank llegó a apostar 300 millones de dólares en una aplicación para pasear perros (Wag) o 375 millones en hacer pizzas con robots (Zume). En su estrategia de inversión, la rentabilidad no era algo esencial, sino que el plan pasaba por conquistar la hegemonía en cada sector para, luego, obtener esos beneficios a largo plazo. 

Incluso se vanagloriaba de invertir el doble de lo que los emprendedores pedían inicialmente; movimiento arriesgado que buscaba acelerar esa expansión empresarial a costa de unas valoraciones inasumibles. Un apalancamiento de grandes dimensiones que, si bien en ocasiones ha demostrado ser una buena opción, en otras muchas ha resultado en sonoro fracaso. Si introducimos en la ecuación elementos externos que tiran a la baja de todos los mercados, esta huida hacia delante puede venirse abajo a gran velocidad.

¿Puede llegar a caer Softbank? Por ahora, y ateniéndonos a los datos públicos, parece que el conglomerado tiene colchón suficiente para reestructurarse y seguir con vida. Tiene multitud de activos que, aún con la devaluación vivida este curso, siguen valorados en auténticas fortunas. Pero cualquier susto en este terreno es, como decíamos, un buen aviso a navegantes para poner pies en polvorosa y que el ecosistema de startups recupere la salud, la cordura y el sentido común que nunca debió perder.