La confianza, ya sea en una relación de pareja, ya sea en el mundo de los negocios es algo imprescindible para poder afrontar decisiones trascendentales, atravesar momentos de incertidumbre o luchar contra los enemigos, reales y figurados, de la vida. Una palabra manida, repetida tanto en los discursos de boda como en cualquier presentación comercial, pero no por ello menos baladí.

Confianza, confianza y confianza. ¿Cuántos lemas electorales han rezado esta proclama? Y muchos de quienes acompañaban esa palabra con su rostro abusaron de dicha confianza para hacer fechorías por las que ahora son apartados de la sociedad. ¿Cuántos banqueros han pedido confianza a sus clientes, días o semanas antes de declararse en quiebra? En España, sin ir más lejos, tenemos algunos ejemplos populares no tan distantes en el tiempo.

Se tarda una vida en hacerse merecedor de confianza y apenas un segundo en perder tal condición. Es, por tanto, un activo muy valioso y que todo el mundo quiere tener de su lado, sea cierta tal capacidad o no. Por tanto, no debería sorprendernos que la máxima de un congreso tecnológico también rece la confianza en letras mayúsculas... pero lo que estamos viviendo es algo más y con ramificaciones muy concretas.

Los recientes Sapphire organizados por la germana SAP, uno en Orlando y el más reciente en Madrid, compartieron la confianza como principal reclamo. No hubo grandes alardes de innovación en el campo del ERP, sino que la multinacional lo apuesta todo a esa confianza de sus clientes para seguir de su lado. No es la única: Brad Smith, presidente de Microsoft, hizo apelaciones similares ante la entregada audiencia que le esperaba en el hotel Palace de Madrid hace apenas unas semanas. 

¿Puede que la batalla tecnológica se haya trasladado de la innovación pura y dura a un terreno mucho más abstracto, ligado a un valor completamente inmaterial y que, por definición, es subjetivo y abierto a interpretaciones? Para responder a esta pregunta hemos de analizar dos cuestiones fundamentales.

La primera atañe al destinatario de estos comentarios. Obviamente, cuando SAP o Microsoft apelan a la confianza no lo hacen en balde, sino que tienen en su mira contendientes directos que, en su opinión, son merecedores de lo contrario de lo que defienden. Esos supuestos infiltrados son Oracle y Amazon Web Services, principalmente.

Los rojos llevan en guerra directa y declarada con los germanos desde hace años, sin haber materializado todavía ese "gran robo de clientes" que pregonó Larry Ellison en su día. Por su parte, AWS paga los patos rotos de su matriz, Amazon, acusada en muchas ocasiones de copiar los modelos de negocio de amigos suyos, marcas que habían previamente confiado en su marketplace para operar. 

El momento, como decíamos, tampoco es casual e hila con el segundo de los aspectos a entender: la consolidación tecnológica. A lo largo de la última década, que se dice pronto, hemos visto nacer a la nube y al edge, al internet de las cosas, a los smartphones como dispositivo de gran alcance, la hiperconectividad, el WiFi 6, la 5G, el trabajo híbrido e incluso la inteligencia artificial. ¡Todo en poco más de diez años!

Ningún organismo vivo, tampoco la colectividad que formamos como humanos, puede absorber semejante vorágine de cambios en tan poco tiempo, lo que obliga a una necesaria y larga digestión. Un momento más aburrido, de consolidación e implementación, de validación y asunción, en el que nos encontramos en la actualidad; máxime en nuestro país con una llamada digitalización regada de fondos europeos.  Y en momentos así, los discursos futuristas dejan paso a los que aterrizan las ideas en realidades contantes y sonantes de negocio.

Como aquellos que incluyen la palabra 'confianza' en su seno. Y si es repetida mil veces, mejor que mejor.