Desde hace un tiempo me despiertan mucha curiosidad todas las empresas que están naciendo al calor de la superpoblación, la escasez de alimentos y la necesidad de llevar una dieta más equilibrada (más allá de la innegociable vida menos sedentaria). Me refiero a empresas del mundo foodtech, agritech, healthtech… por citar algunas.

Antes de la pandemia estuvimos en Etiopía y allí conocí el teff, un cereal cuyo valor nutricional es superior al de otros cereales y cuyo consumo es muy aconsejable por no tener gluten, por ser carbohidratos de liberación lenta, tener un alto poder saciante… El problema es que si este cereal se empieza a usar en todo el mundo, haremos que su precio suba y eso provocará que la gente que lo consume como una parte fundamental no pueda permitírselo. Considerando que el cuerno de África es una zona en la que las hambrunas están, lamentablemente, a la orden del día, estaremos creando un gran problema.

Sirve como toque de atención saber que a nivel mundial la dependencia excesiva de unos pocos cultivos básicos (maíz, trigo y arroz) ha dado lugar a una diversidad dietética limitada, una de las principales causas de la desnutrición persistente. Y es que a pesar de que existen más de treinta mil especies de plantas comestibles identificadas, solo unas seis mil se utilizan como alimento y sólo ciento setenta se cultivan comercialmente, mientras que aproximadamente treinta especies satisfacen el noventa y cinco por ciento de las necesidades calóricas del mundo. Como véis el teff no está solo.

A lo mejor os preguntáis qué tiene esto que ver con la agritech y con la foodtech. Personalmente me preocupa que el creciente éxito de la carne que no es carne – la carne de origen vegetal – genere tensiones mortales en países en vías de desarrollo. Si bien, no dudo que el uso de la tecnología ha permitido incrementar de manera muy notable la productividad de muchas tierras y crear productos basados en el cultivo marino; más allá del reconocimiento a algunas obras de ingeniería industrial en forma de hamburguesa que no solo parecen una más de su especie, sino que huelen y saben como ellas.

En este punto es donde aparece la idea de la carne cultivada. Esa carne que no sé si es carne o no es carne, porque se trata de carne cultivada a partir de células animales en una fábrica en lugar de una granja. Una vez más la innovación no espera y eso nos ha llevado a que durante la última década hayamos visto crecer el número de empresas orientadas a hacer que la carne derivada de animales sea cosa del pasado.

Además, dado que estamos ante nuevos sectores o subsectores, me pregunto si estas nuevas empresas están aprovechando el momento para nacer con un fuerte ADN ESG, con un gran compromiso y propósito. Las proteínas alternativas prometen ser el motor de crecimiento para la industria alimentaria y, lógicamente, es deseable que integren criterios ESG. Espero que las declaraciones de Ethan Brown, fundador de Beyond Meat, afirmando que espera que su proyecto a largo plazo ofrezca un producto vegetal que ayude a satisfacer la demanda mundial de carne y proteínas, de manera alternativa, respetuosa y sostenible no se quede solo en palabras y sirva de inspiración para otras empresas del gremio.

Tal como decía más arriba, es indudable que la tecnología tiene cada vez un impacto mayor en el viaje de los alimentos desde la huerta, la granja y el laboratorio hasta la mesa. La competitividad de la industria alimentaria está íntimamente ligada a su capacidad para implementar nuevas tecnologías y a reducir su nivel de contaminación.

Iniciativas como la del EIT Food para acelerar la innovación para construir un sistema alimentario preparado para el futuro que produzca alimentos saludables y sostenibles para todos son críticas. Como nos indica su CEO, el dr. Andy Zynga, “creemos que hay enormes oportunidades, por una parte la agricultura inteligente y la agricultura regenerativa son sectores maduros para una gran innovación; por la otra, la carne celular y las alternativas de origen vegetal son nuevos alimentos que potencialmente se encaminan hacia la comercialización.”

He leído a un analista financiero que afirmaba que agritech y foodtech se han convertido en el sector ESG. Considera que hasta ahora los inversores se preguntaban qué empresas hacen el menor daño al medio ambiente para realizar sus negocios; que las empresas de agritech y foodtech son diferentes porque brindan una solución y que eso ha llevado sus valoraciones por las nubes. No creo que sea ni tan simple, ni tan automático, pero es innegable que en Europa el año pasado el sector comenzó a coger forma, con algunos centros de innovación que surgieron en el Reino Unido, Francia, Alemania y los Países Bajos, y con algunas empresas como Heura, de origen patrio, consiguiendo resultados impresionantes.