Esta semana se celebró el Mobile World Congress 2022, una cita esperadísima por todo el ecosistema en tanto que se prometió la vuelta a la normalidad -dentro de lo que cabe- tras el parón de 2020 y la edición autodenominada de "transición" de 2021. Un evento que debía seguir los pasos del CES en la recuperación de los grandes congresos tecnológicos, con el reto adicional de recuperar el latido de un MWC que ya adolecía de cierta decadencia en sus últimos años prepandémicos.

Para cualquiera que no haya pisado el MWC 2022 y tan sólo se atuviera a los datos, la sensación que tendría sería claramente negativa: la organización asegura más de 60.000 asistentes al congreso (la mitad que en 2019) y 'apenas' 1.900 expositores. Tampoco ha habido ningún gran anuncio en la cita. Pero los datos son sólo una parte de la realidad, la misma que deja fuera de la ecuación muchos detalles sutiles pero extraordinariamente relevantes.

Ahora bien, para aquellos que paseamos por los pabellones de la Fira de Barcelona durante esta semana, las sensaciones son dispares. Y es que el éxito o el fracaso de esta edición depende no sólo de con qué se compare, sino también del prisma con que miremos al evento y del cómo entendamos el concepto mismo del MWC.

No podemos obviar lo evidente: las imágenes de pabellones a rebosar de gente y multitudes colapsando los pasillos han dado paso a un ambiente mucho más relajado, inquietantemente vacío en ocasiones. La propia organización del MWC ha tratado de ocultar esta realidad: de los siete pabellones disponibles de la Fira, uno de ellos estaba ocupado por el 4YFN (normalmente situado fuera del Mobile), el que más asistencia congregó con diferencia. Y en casi todos ellos se notaba que había espacios vacíos, 'tapados' con zonas de descanso o, directamente, ocultos tras paneles blancos que acotaban el espacio no comercializado en esta ocasión.

Hay otro elemento más: si normalmente el idioma por defecto en el Mobile World Congress era el inglés, este año se oía hablar más en español que nunca. También los trajes y corbatas dejaron paso a riadas de jóvenes con camisetas y sudaderas. El ya mentado éxito del 4YFN es responsable de ello. La asistencia desde Asia, quizás debido a las restricciones por la pandemia, era prácticamente residual, con excepción del habitual despliegue de fuerzas de Huawei.

No hablamos de hechos, sino de percepciones subjetivas, compartidas por gran parte de la prensa presente, pero también por muchas de las empresas participantes en el evento. Una confluencia de aspectos que han calado en el imaginario colectivo de esta edición, en la que también encontramos factores que invitan al optimismo y justifican el relativismo de esta crónica.

¿Qué puede haber de positivo en una feria con la mitad de asistentes y espacios vacíos por doquier? ¿Se puede sacar alguna conclusión positiva de la ausencia de anuncios públicos? Puede ser. Por lo pronto, pese a este diagnóstico inicial, hemos de admitir que la presencia de grandes directivos se ha mantenido en un gran nivel. Eso sí, mientras que algunos de ellos han participado de forma activa en el evento, muchos otros han pasado por Barcelona sin hacer grandes apariciones, centrándose en encuentros personales y reuniones a puerta cerrada.

Esa, quizás, es la clave de la tabla de salvación del MWC. Las mismas empresas que reconocen esa impresión negativa en el ambiente de la feria, admiten al mismo tiempo que la actividad institucional y comercial estuvo al nivel de 2019. E incluso mejor. También en ello influye el hecho inapelable de que este congreso ha vuelto a su esencia, al corazón de las telecomunicaciones y la tecnología empresarial, con la 5G como protagonista esencial. No olvidemos nunca que el MWC 2022 es un evento organizado por y para los operadores de telecomunicaciones, comandado por su patronal -GSMA-. 

No ha habido fuegos de artificio, discursos futuristas ni stands de compañías de automoción, gran consumo o de sectores paralelos. La presencia industrial también ha pasado de largo. El MWC ha vuelto a lo que fue pensado originariamente, antes de que comenzara a dispersarse en ideas (y, con ello, comenzara su declive conceptual). Si el precio a pagar para que el congreso sea fuerte en su esencia es reducir a la mitad su tamaño y alcance, que así sea. Pero ello obligaría a la refundación misma del congreso y, especialmente, a que lo reconociera la propia organización. Así se evitarían malas impresiones de aquellos que esperan otra cosa, de aquellos que han olvidado cuál es el propósito de esta feria.