Estamos asistiendo a una debacle espectacular, quizá a una deconstrucción, quién sabe, de la globalización, algo que parecía una promesa autocumplida imbatible y cuyos progresos, leyes y consecuencias parecían imposibles de modificar y ante la que no había más que una sola ley darwiniana: adaptarse.

Pero son, precisamente, sus consecuencias las que nos están llevado a situaciones límite cuya anticipación (una de las mejores formas de inteligencia humana es la de anticiparse) no estaba prevista, ni siquiera entre los escenarios improbables.

Quizá lo primero que habría que hacer ahora para empezar a corregir el rumbo sería enviar a casa o castigar sin empleo y sueldo a tutti quanti se dedicaba a la prospectiva en la gobernanza. Da la impresión de que la inmensa mayoría de estos especialistas con sueldos astronómicos había fiado todos sus análisis a los algoritmos de lo instantáneo, eliminando de sus ecuaciones por completo los sucesos y factores ligados al largo plazo que se han convertido para el mundo económico y/o empresarial en un verdadero arcano, o sea, "un misterio o cosa oculta y muy difícil o imposible de conocer."

Pero resulta que eso no es algo que ocurre en todas las disciplinas. Javier Benedicto, director del Programa Galileo, y ahora nuevo director de Programas de Navegación de la ESA, nos recordó en Barcelona, en la presentación hace pocos días de mi libro –perdón por la cita– que ellos, en ciencia aeroespacial, están obligados a pensar también en que lo imposible puede suceder.

Pues bien, en el mundo globalizado económico pospandemia está ocurriendo ya lo imposible: desabastecimientos severos y múltiples; encarecimientos exponenciales y acelerados de los costes de la energía, sea cual sea su soporte y en todos los combustibles; desmoronamiento de todo tipo de cadenas de suministro, desde las de los chips a cualquier componente de la fabricación multi y transnacional de casi todos los sectores de mercado. Incompletitud sin cuya solución ningún producto de los casi todos fabricados puede salir al mercado.

Primera conclusión: el sistema mundial de deslocalización de la fabricación, implantado como pensamiento económico especulativo único a partir de los años 70 del siglo XX, estaba pensado y diseñado como algo que ha resultado ser un castillo de naipes global.

Extremadamente vulnerable a causas imprevistas y que son tan imbatibles e imparables para el capitalismo global como los son para los palmeros y sus cultivos y edificios, las coladas del volcán de Cumbre Vieja en La Palma, como estamos viendo. Y no es que no hubiera muestras de sismicidad previa en la economía mundial al respecto.

En estas mismas páginas intenté explicar, en 'Globalpolítica, microchips e innovación estratégica', que el sistema mundial de innovación en los microchips había cambiado drásticamente y eso podría tener múltiples consecuencias para muchos sectores económicos y tecnológicos.

Era evidente que la economía de la tecnología de creciente complejidad es esencial en el mundo actual y su nueva economía de la escasez digital del hardware podría tener consecuencias sobre todos los sectores basados en la digitalización, como estamos viendo, y era algo capaz de derribar al citado castillo de naipes mundial. Las consecuencias están a la vista.

¡Es la biología, estúpidos!

¿Por qué he dicho antes que en 'casi todos los sectores'? Pues porque los escenarios en los que está sucediendo el desmoronamiento comercial y económico están vinculados necesariamente a algo común: el consumo de bienes físicos. Un consumo para cuya maximización se ha dopado con todo tipo de herramientas de engaño cuya complejidad ha aumentado a lo largo de la era industrial. Porque ¿para qué se inventó el marketing? Descrito resumidamente, debido al enorme éxito de la eficacia de las cadenas de producción 'fordistas' de la era industrial, que empezaron a fabricar más bienes y productos de los que la gente necesitaba, el marketing nació para inducir a los consumidores a comprar bienes que no necesitaban, a consumir bienes superfluos.

Esto ha acabado también convirtiéndose en una ley general de totalidad en la economía mundial, que ya hace mucho pasó a ser regida por otro 'pensamiento' único: el del crecimiento, o sea, el de crecer y crecer como si no hubiera un mañana. Parece que cualquier gobernante económico de cualquier país piensa que mientras crezcamos, cuanto más mejor, todo está bien... Pero, ¿crecer hasta cuándo y dónde? Para ciertos oráculos económicos y políticos, parece que hasta el infinito, por encima del propio tamaño y escala planetarios. Y ningún economista prestigioso del statu quo oficial parece que lo discute. O si lo piensa se lo calla 'oficialmente'.

Conciencia global del limite.

Conciencia global del limite.

Ahora parece que estamos empezando a llegar a ese 'infinito'. Pero no al previsto en la arcadia económica prometida, sino por la imposición de la tozuda y cruda realidad, a esa conciencia global de nuestros propios límites físicos que encarna nuestro planeta. Y no es que no haya habido científicos o académicos que nos dieron serios avisos tempranos, por ejemplo, como Denis Carroll, el investigador de la división de amenazas emergentes de la Agencia USAID de EE. UU. –al que, por lo visto, solo escuchó entre los líderes globales Bill Gates cuando la epidemia del Ébola en África cuya lucha estaba financiando sobre el terreno–.

Al parecer, los gobernantes democráticos ligados literalmente al corto plazo decidieron retirar al desván del olvido aquellos premonitorios avisos que se mostraran reticentes en sus diagnósticos a someterse al 'pensamiento único globalizador' "porque era la única salida a nuestra economía". Muchas veces dejando totalmente de lado la decisiva importancia económica del vector de la innovación autóctona y atendiendo, en cambio, al discurso imperante en el mainstream del concierto económico global y mundial (son cosas diferentes).

Y, sobre todo, les era muy incómodo escuchar diagnósticos inconvenientes a su marketing de totalidad en el que navega improvisadamente su día a día, de quienes no pertenecen a la estirpe económica, mutada e interesadamente muy deformada, de Milton Friedman; o más recientemente a la típica de inversores 'activistas' como Peter Thiel, que suele ser gente que no escucha a cualquier 'pensador' que no sea de su cuerda, y que se rigen por un tipo de pensamiento ligado a la fórmula del sesgo confirmatorio, o mejor autoconfirmatorio, homónimo del que inducen a gran escala las arquitecturas algorítmicas de redes sociales como Facebook, Instagram o TikTok. Es decir, que no tiene en cuenta la opinión de cualquiera que no sea de su polarizada 'ideología', e ignoran cualquier advertencia de otros especialistas por cualificada y racional que sea.

Tenemos algún ejemplo en el mundo anglosajón, como el de Carroll, pero también tenemos a algunos científicos sociales de nuestro país, como Ricardo Almenar, que ya hace más de una década publicó la primera edición de un libro titulado significativamente: 'El fin de la expansión'. Y hace poco hizo lo propio con su libro, de título aún más significativo de "¡Es la biología, estúpidos!", cuyo título parafrasea, cambiando la disciplina, la famosa frase "La economía, estúpido» (The economy, stupid), usada por Bill Clinton en 1992 en su campaña electoral contra George H. W. Bush (padre), que le llevó a la presidencia de EE. UU. Una frase que se popularizó luego como "es la economía, estúpido".

Ya hemos podido comprobar a golpe de realidad, con la pandemia global, que lo que puede paralizar completamente las líneas principales de la actual economía globalizada en seco, en realidad, es la biota, mucho más que la dinámica económica global. Una sorpresa para las supuestas grandes 'cabezas' –es un decir– mundiales adictas al paradigma de Wall Street y de sus adláteres y herederos de Milton Friedman que en 1970 estableció su función objetiva: "La [exclusiva] responsabilidad social de las empresas es aumentar sus beneficios". Función que en versión deformada, y como coartada, ha estado guiando con piloto automático algorítmico el comportamiento extractivo que exhiben los gigantes tecnológicos como norma del capitalismo global del siglo XXI.

Es una excelente metáfora de la realidad actual para ver que los argumentos de Ricardo Almenar están más alineados con la realidad actual del inmediato futuro que las 'profecías autocumplidas' de los oráculos especulativos  –este término ya resulta risible ahora– de los profetas herederos del liberal, Premio Nobel de economía y, no dudo que en origen, socialmente bienintencionado Friedman, cuyos argumentos se llevan tiempo usando 'mutados', más allá de sus significados originales por muchos analistas financieros de la rama 'dura' del capitalismo límbico actual, para el que la innovación ya no es en realidad un atributo humano.

El gran seísmo logístico

La realidad de los datos que nos llegan en cascada en este momento es demoledora, aparte de obstinada. Y para ciertos destacados economistas debe ser duro asociar a las causas combinadas de la debacle de las cadenas de suministro, la escasez mundial de chips que paralizada todo tipo de fabricaciones, suministros y el comercio, como causa principal a la biología del planeta, pero así es.

Sus innovaciones naturales (Echeverría) resultan ser más poderosas que el poder de toda la economía humana del mundo. Y no solo eso, es que, como sugiere en su anterior libro Almenar, estamos viendo los límites planetarios a través de las cifras que nos muestran, como en un espejo, la amenaza del abismo sistémico del calentamiento global. Pero por mucho que adviertan los científicos, creo que los dirigentes mundiales están, desgraciadamente, lejos de asumir sus continuas, premonitorias y urgentes advertencias basadas en datos reales, de científicos de todos los campos incluidos ya los científicos sociales.

En la web de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26 que, organizada por el Reino Unido e Italia, está teniendo lugar en el Scottish Event Campus (SEC) de Glasgow (Reino Unido), la asunción de la realidad es diáfana. Pero aún son más las cifras. Pongo algunos ejemplos como simples pinceladas. con cifras indicativas de la subida de materias primas, solo en 2021: madera: +158%; cobre: +58%: acero: +58,4%; el retraso de media en la entrega de materiales en la economía global: maquinaria y vehículos 90 días; paneles compuestos: 74 días; electrodomésticos: 69 días; metales y aluminio: 62 días, etc. Y de los chips que están paralizando factorías de automóviles en todo el mundo, algo que es ya es un lugar común en todos los 'medios' o mass media (no confundir con los de los sesgados titulares de noticias vistas a través de las redes sociales).

Así que la campaña de Navidad, paradigma anual del consumo occidental, tiene muchas probabilidades de convertirse en una debacle económica mundial del consumo, vector principal de la economía mundial. La realidad de este momento hace más risibles que nunca las urgentes y atribuladas explicaciones de algunos altos oráculos político-económicos y partidistas, ante el súbito y brutal desabastecimiento que paraliza hoy la economía de múltiples países, en especial la de EE. UU., estandarte con China del pulso de la economía mundial.

Ante el significativo silencio de las autoridades económicas chinas –su Navidad no es la nuestra– el presidente Joe Biden ha bajado y puesto 'pie a tierra' y ha afeado la conducta nada menos que a Fedex y a UPS, entre otros, advirtiéndoles que "dormir no es un lujo que pueden permitirse ahora" en plena crisis mundial de las cadenas de suministro globales, y "deben 'repartir' 24 hora al día y 7 días a la semana" para paliar el gigantesco atasco de bienes (físicos) fabricados que se encuentran paralizados en almacenes, barcos, puertos, almacenes y áreas logísticas." Qué cosa más increíble, para los que creíamos que eso era la norma hasta hace poco.

¿Está pasando esto en todos los sectores de comercio, economía y consumo? Claramente no. ¿En qué sectores no está pasando? Pues en los del 'comercio sin sustancia'. Pero de ellos hablaremos otro día, que hoy se me ha acabado el espacio. Esté atento el amable lector a esta pantalla y este medio, que está leyendo ahora mismo. Y no a lo que digan las redes sociales al respecto en las que solo encontrarán la autoconfirmación sesgada de lo que ya pensaba antes de leer.