Contra el proteccionismo y el autoritarismo digital. Es el lema que guía a los países del G7 (EEUU, Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Canadá y Japón) en un nuevo y "revolucionario" acuerdo para regir el uso de datos transfronterizos y el comercio digital. El documento, firmado el pasado viernes, es un primer paso para contrarrestar el abuso de poder de los gigantes de internet.

El problema lo definió bien un funcionario británico en conversación con Reuters: "Todos confiamos en el comercio digital todos los días, pero durante años las reglas globales del juego han sido un salvaje oeste que ha dificultado que las empresas aprovechen las inmensas oportunidades que se ofrecen".

Los nuevos Principios de Comercio Digital del G7 guiarán un enfoque común, basado en la apertura de los mercados digitales: la transparencia y la competitividad, el libre flujo de datos transfronterizo, unos "altos estándares de protección de datos" y salvaguardas para trabajadores, consumidores y empresas; digitalizar los sistemas aduaneros y comerciales y facilitar la transición hacia reglamento común con la Organización Mundial del Comercio que facilite el comercio digital con países de todo el mundo.

Desde mi punto de vista, esto no es suficiente. Un acuerdo que tenga como marco director el comercio corre un alto riesgo de fracasar en la protección de la privacidad y de esas garantías para trabajadores y consumidores que el acuerdo menciona. Además, una iniciativa así debe incluir no solo a siete países ricos sino al resto de democracias y a países en desarrollo, que de otra manera podrían buscar el amparo de China.

Una empresa tan ambiciosa requiere de una nueva institución, a la que llamo 'Alianza Democrática por la Gobernanza Digital'. Un organismo supranacional que no solo se enfoque en el comercio sino en establecer un marco general de gobernanza de internet para neutralizar los efectos negativos de la revolución digital.

Una unión de naciones que garantice el desarrollo democrático del futuro digital y desbloquee el florecimiento de una prosperidad compartida. Que haga frente, en bloque, al modelo autoritario ruso y chino. Que defina las reglas digitales. Que diseñe y ponga en marcha nuevas instituciones, leyes, procesos y derechos. Así pasó con la Revolución Industrial y así debe suceder con la revolución digital.

En el marco de esa alianza, propongo la creación de una Zona de Comercio Digital (algo que ya planteaba en 2020 el think tank Council on Foreign Relations en su informe Weaponizing Digital Trade Creating a Digital Trade Zone to Promote Online Freedom and Cybersecurity) que vincule la adopción de valores democráticos en internet con el acceso a los mercados digitales.

Esta Zona mantendría el libre flujo del comercio digital a través de las fronteras de los países miembros de la Alianza. Ello implicaría la implantación y el obligado cumplimiento de estándares y prácticas comunes, así como imponer aranceles sobre productos digitales de estados no miembros, además de sanciones a quienes participen en actividades prohibidas.

Esos estándares y prácticas se dirigirían a garantizar la privacidad y la no discriminación, a prevenir la desinformación, a mejorar la ciberseguridad, a fortalecer la infraestructura y a reducir la dependencia de países no miembros, entre otras cosas. Al vincular el acceso a la Zona de Comercio Digital a las obligaciones asociadas, las naciones de la Alianza pueden crear una alternativa convincente a las visiones autoritarias acerca de internet.

En mi libro Error 404 (Ed. Debate) propongo más de 75 medidas concretas que esta Alianza podría tomar para desbloquear ese mundo digital opuesto a las derivas autoritarias, que se rija por el respeto a los derechos humanos (privacidad y no discriminación entre ellos), que abra mercados digitales transparentes y competitivos, que libere el potencial de innovación, con unos estándares ciberseguridad envidiables.

La pandemia nos ha demostrado cómo las cosas pueden cambiar rápidamente cuando hay voluntad política. Nadie dijo que fuera fácil. Los desafíos son difíciles, pero están —como mucho— a la altura de enviar al hombre a la Luna, no de viajar más rápido que la luz. Estamos a tiempo. Es ahora o nunca.