Llevamos años hablando del impacto transversal de la transformación digital, de que es un reto-oportunidad que no podemos perder y un aspecto estratégico para que Europa siga siendo relevante en el mundo.

Era cierto, pero ahora mismo lo es más que nunca. La convergencia entre tecnologías como el 5G, el big data, la inteligencia artificial, el blockchain o, dentro de poco, la computación cuántica, va a transformar radicalmente nuestras vidas en los próximos años, igual que la llegada de los smartphones y del internet móvil lo cambió todo, hace menos de quince años.

Incluso el orden mundial Norte-Sur que ahora conocemos y que quizás damos por sentado no es necesariamente algo estático. En el nuevo mapa geopolítico que se está configurando, observamos cómo dos naciones -EEUU y China- están ganando la carrera por el desarrollo tecnológico, y nos preguntamos con preocupación si Europa lo tiene todo perdido, o si tiene alguna oportunidad en ese nuevo mundo que está emergiendo.

Hoy quiero invitaros a ver el “vaso medio lleno”. Es innegable que hay carreras en las que Europa va más retrasada que los dos países que he mencionado anteriormente, pero otras en la que quizás el tiempo acabe por darnos la razón.

Me refiero a la orientación diferencial de Europa al respecto de la nueva realidad digital. De forma coherente con la legislación europea anti-trust o de defensa de los consumidores, Bruselas mantiene en todo momento al ciudadano como prioridad. No por casualidad, Europa ha sido punta de lanza en la regulación de la privacidad y la protección de datos.

Ese valor diferencial del poder regulatorio de la Unión puede aplicarse también a aquellos ámbitos de la digitalización que requieren de una regulación marco, como la protección de los datos industriales o la inteligencia artificial. Una regulación que no constriña la innovación, pero que tampoco la permita a cualquier precio.

Hace diez años, Europa estaba sola al sugerir que convenía vigilar y actuar preventivamente ante los posibles efectos perniciosos de la digitalización. Hoy, la Comisión Federal de Comercio (FTC) estadounidense parece haber resuelto que ese debate era más pertinente de lo que estimaron en su momento, e incluso se atreve a sugerir un ‘troceo’ de los monopolios digitales americanos.

La defensa de los valores y de los principios fundacionales de la Unión Europea es parte del secreto del bienestar social en nuestro continente. Sería un error renunciar a ello. Ahora bien, no confundamos europeísmo con proteccionismo. El mundo digital es necesariamente global, y por eso una Europa soberana tecnológicamente es necesariamente una Europa abierta.

Por eso creo que es acertada la orientación que establece la Comisión en su nueva hoja de ruta tecnológica, “Digital Compass 2030” (en castellano, Brújula Digital 2030), publicada en marzo y presentada en España el pasado viernes. De hecho, la prioridad de este documento, que delimita las prioridades comunitarias para los próximos años, es que Europa avance como un espacio interconectado e interoperable, que acoja la innovación desarrollada por terceros.

No, Europa no ha perdido la batalla digital, porque en esta carrera no se trata de ser el más grande, sino el más relevante. Esta Brújula Digital nos ayudará a no perder la perspectiva de lo que está en juego: el bienestar de todos. No perdamos el “norte”.

*** Elena Arrieta es directora de Comunicación de DigitalES