Desde el siglo III a.C. hasta el siglo V d.C., los romanos estuvieron presentes en la Península Ibérica, casi un milenio en el que crearon numerosos asentamientos. Algunas de las ciudades romanas mejor conservadas de España en la actualidad son Cartagena, Mérida o Tarragona.

Esta tríada de localidades son algunas de las más importantes de la Hispania romana, y una de ellas en concreto es el asentamiento romano más antiguo de Península Ibérica, formado por restos que datan de diversas épocas: desde el año 218 a.C. hasta el siglo IV.

El asentamiento romano más antiguo de Península Ibérica

El asentamiento romano más antiguo de Península Ibérica es del Tarraco (actualmente Tarragona). Tal y como indica la página web del Ministerio de Cultura del Gobierno de España:

"La ciudad de Tarraco es el primer y más antiguo asentamiento romano en la Península Ibérica, capital de la provincia Hispania Citerior a partir de Augusto. La singular planificación romana, mediante un sistema de terrazas artificiales que siguen los desniveles naturales del terreno, junto a la densidad y calidad de los monumentos conservados, la convierten en una ciudad de gran importancia en el conjunto del Imperio romano, sirviendo de modelo a otras capitales de provincia y al desarrollo de planes urbanísticos romanos".

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La extensión que alcanzó Tarraco fue de 70 hectáreas. Además del urbanismo regularizado se potenció la red viaria de conexión entre el puerto, una de las principales infraestructuras sobre las que se cimentó la ciudad, y la parte alta, situada sobre una colina, de marcado carácter estratégico y organizada en tres terrazas: una dedicada al culto imperial, otra a las dependencias administrativas provinciales y la inferior a espacios lúdicos con un circo.

El conjunto arqueológico que ha sobrevivido hasta la actualidad es uno de los más extensos conservados de la Hispania romana, según se detalla en la web del Ministerio. Está formado por restos desde el año 218 a.C., momento en el que los Escipiones fortificaron la plaza con una muralla, hasta el siglo IV d.C., momento en el que se datan la necrópolis o la villa de Centcelles. La muralla es la edificación de época romana más antigua y mejor conservada.

Tarraco creció en extensión entre los años 150-125 a.C. y pasó a englobar en su interior el núcleo urbano, perdiendo parte de su carácter estrictamente defensivo. Construida con un zócalo de grandes piedras ciclópeas o megalíticas, la altura de la muralla aumentó hasta los 12 metros y su anchura pasó de 4,5 a 6 m. Hoy en día se conservan algo más de un kilómetro con 3 torres, una gran puerta adovelada, único acceso original todavía en pie, y 5 portillos.

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El anfiteatro, fechado a fines del siglo I o primera mitad del II d.C., tiene unas medidas totales de 109 por 86 metros, pudiendo albergar hasta 14.000 espectadores. Estaba situado fuera del núcleo urbano, en una zona de pendiente que contribuía a la consistencia de la construcción y facilitaba la acústica. Conserva su planta elíptica y buena parte del graderío original.

Por su parte, el teatro romano se erigió a finales del siglo I a.C. en la zona portuaria, también aprovechando el desnivel natural existente. El edificio dejó de funcionar en los últimos años del siglo II. Conserva parcialmente los tres elementos estructurales esenciales que definen un teatro romano: cavea o graderío, orchestra y scaena. En la parte alta de la ciudad se construyó el circo, el edificio dedicado al espectáculo que adquirió mayor popularidad.

Construido a finales del siglo I después de Cristo, podía albergar alrededor de 23.000 espectadores. Todavía se conservan la parte de las gradas que se encuentran en una de las curvas y las monumentales puertas de acceso. Todo esto, junto a otros elementos como el acueducto, la cantera del Mèdol, la villa dels Munts, la torre de los Escisiones, el arco de Bera y el faro de la Colonia, convierten al conjunto arqueológico de Tarraco en uno de los más importantes de la Hispania romana.

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