El eminente liberto imperial Aniceto, uno de los personajes imprescindibles del palacio de Nerón, acaba de desembarcar en el puerto de Ostia. Su señor le ha convocado a Roma con premura para tratar un asunto de gravedad del que todavía no conoce los detalles. Asediado por la inquietud, el también prefecto de la flota de Miseno se dirige hacia la residencia del emperador en la colina del Palatino.

Aniceto es el artífice del plan de matricidio ejecutado con torpeza una noche clara y estrellada del mes de marzo del año 59 d.C. Agripina, la madre de Nerón, había sido invitada a la apacible bahía de Pozzuoli, al norte de Nápoles, para celebrar unas fiestas en honor de Minerva. En realidad, una coartada para acabar con su vida mediante una barca manipulada que debía desarmarse en el mar para convertir el crimen en un accidente. La emperatriz, aunque logró zafarse inicialmente de esta treta, moriría apuñalada en el vientre poco después. 

En el año 62 d.C., los servicios del rico liberto vuelven a ser requeridos para una misión no menos engorrosa: Nerón quiere acabar ahora con su esposa, Octavia, desterrada en la Campania, por exigencias de su concubina Popea. Los enamorados no pueden casarse hasta que se rompa el enlace previo del princeps. El plan que ingenia el emperador consiste en convencer a su antiguo esclavo para que reconozca en un banquete imperial que es culpable de mantener relaciones con Octavia: el adulterio era una de las mayores transgresiones en la puritana sociedad romana. El premio es un retiro dorado en el que no le faltará de nada; si se niega será ejecutado.

Cuadro de Henryk Siemiradzki que retrata a un grupo de cristianos que van a ser ejecutados como responsables del incendio de Roma del año 64.

Con este inquietante episodio arranca 24 horas en la Roma de Nerón (Crítica), un ensayo del historiador Dimitro Tilloi-D'Ambrosi en el que se sumerge en la vida cotidiana de la capital del Imperio romano en el año 62, un momento en el que se intensifica la represión de los considerados adversarios. Más que trazar una escaleta minutada de cómo sería una jornada en la Urbs, el investigador convierte a Aniceto, representante de esos personajes que se amontonan a la sombra de los grandes personajes romanos, en un "guía ideal" para transitar por las callejuelas sombrías y angostas de la Subura, los bajos fondos de la ciudad, o por las esplendorosas estancias de la corte imperial en las que el príncipe ejercía su poder absoluto.

Con él, asegura el historiador, "es posible penetrar en los intersticios de la historia para acercarse a las realidades vividas diariamente por la inmesa mayoría de la población en la época de Nerón". En esas décadas, mediado el siglo I d.C., en torno a un millón de personas habitaban una ciudad abigarrada, convertida en una sucesión de calles estrechas, tortuosas y abarrotadas que no casan con la imagen transmitida por los péplums cinematográficos. Roma respondía a un anárquico plan urbanístico global basado principalmente en las sucesivas reconstrucciones después de desastres.

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Tilloi-D'Ambrosi describe el paisaje del Foro, donde las tribunas destinadas a las arengas estaban adornadas de los espolones capturados a las naves enemigas, y sus alrededores, dominados por los puestos y tenderetes. Pero también reconstruye la violencia fratricida de los barrios más humildes y superpoblados, dominados por mendigos, ladrones y prostitutas que ofrecían sus servicios en las tabernas, de las que Nerón, según Suetonio, receló para limitar el riesgo de reuniones sediciosas, pero que alimentaban a muchos romanos. O el universo de creencias que gobernaba los templos en ese momento concreto, en fue divinizada la Juventud porque anunciaría una regeneración de Roma y el inicio de una nueva edad de oro.

El notable libro, una aproximación genérica pero bien trazada y con numerosos detalles de la sociedad romana de mitad del siglo I, lo utiliza además el autor para recordar que todas las excentricidades que acompañan al déspota, sádico y excéntrico Nerón, uno de los emperadores con peor fama, se deben en gran medida a las élites senatoriales que aplicaron una damnatio memoriae a su reinado tras su muerte en el año 68. El principal mito es que el gran incendio que asoló Roma en 64 lo provocó para erigir su inmensa y monumental Domus Aurea. Pero la lista es vastísima. Nerón, cuenta el investigador, se preocupó de asegurar el suministro de trigo de los ciudadanos y organizó incluso repartos de regalos al pueblo entre los que figuraban vestidos, dinero, vituallas de todo tipo o bonos para procurarse alimentos.

Portada de '24 horas en la Roma de Nerón'. Crítica

"Más allá de la leyenda negra, el reinado de Nerón no debería quedar reducido a los excesos y a las excentricidades de un soberano caprichoso, dueño de una Roma decadente", escribe en el epílogo. El emperador se entregó al espectáculo y a provocadores placeres carnales que desembocaron en su asesinato. Sin embargo, no fue un gobernante odiado por su pueblo.

¿Pero cómo se resolvió la encrucijada de Aniceto? El liberto confesó delante de los amigos más íntimos de Nerón que mantenía un affaire con Octavia. El emperador, al que literalmente le encantaba hacerse pasar por actor, fingió sorpresa y horror y mandó encerrar a su compinche, aunque en realidad le aguardaba un barco en Ostia para iniciar una nueva vida de la que nada se sabe. La desdichada emperatriz, objeto del escándalo, fue enviada a la isla de Pandataria, donde en el pasado ya habían sido relegadas otras mujeres de la casa imperial. Convertida en una amenaza, el princeps ordenó ejecutarla en junio de 62 de forma brutal: tras atarla y rajarle las venas, la sumergieron en un baño hirviendo. Su cabeza fue enviada a Popea quien, azares del destino, recibió un fin prematuro tres años después por un accidente relacionado con su embarazo.