Cada vez que me acuerdo, me río y me duelo. 

Me río porque, como suele ocurrirme con los anuncios navideños de Campofrío, el de este año me ha hecho bastante gracia. Dentro de esa esencia suya que apela a las emociones, pero también al sentido del humor, lo encontré más que correcto, ya digo, incluso divertido. 

La campaña de estas fiestas reclama el consenso, la paz familiar, frente a la polarización reinante, esa de la que mucho hablamos y contra la que menos peleamos.

Me duelo, porque tanto me gustó (y esto no es publicidad), que lo mandé a algún chat de amistades y familiares. Y en algún caso recibí justo la respuesta más inesperada, la de alguna persona que lejos de reír se molestó hasta el punto de polarizarse aún más.

Prácticamente lo mismo está ocurriendo con los factores ESG. Durante años, hablar de medioambiente, impacto social y buen gobierno era un tema de consenso. De hecho, podemos asegurar que entraron en las narrativas políticas, pero también en las mediáticas y, desde luego, en las empresariales sin necesidad de traducción simultánea.

Todo el mundo entendía lo mismo. El lenguaje de la sostenibilidad o de los Objetivos de Desarrollo Sostenible era universal. Y el significado era consensuado: imperiosa necesidad de progreso.

Este año que acaba, sin embargo, parece haberse roto el embrujo. Y no porque los principios defendidos hayan perdido vigencia, sentido o fuerza. Para nada. Pero la realidad ha obligado a pasar del relato a la prueba. Y con muchos factores en contra. Pero especialmente el hecho de que bastantes de esos valores ESG se han convertido en exigibles.

El pasaje de la letra a la música

Frente a quienes tuercen el gesto ante la necesidad de un mundo más sostenible, la realidad es que 2025 ha sido un año más controlador. En Europa, muchas empresas se han puesto finalmente frente al espejo verde. No les ha quedado más remedio. Y eso, siendo necesario, no hay que negar que puede ser enjundioso.

Las que ya estaban sujetas a la anterior directiva, la llamada NFRD, de necesidad de reportes no financieros, han tenido que presentar dichas cuentas este año, siguiendo la directiva CSRD, sobre informes de sostenibilidad corporativa, por sus siglas en inglés.

Es decir, les ha tocado a las empresas de interés público, financieras, aseguradoras… con más de 500 empleados. Pero es que para reportar el año próximo se han visto obligadas a recoger datos este año todas las grandes compañías con más de 250 empleados, activos superiores a 25 millones de euros y un volumen de negocio neto de más de 50 millones de euros. 

Podría afirmarse que en el año que acaba y para el que llega el rigor es mayor. Y que ha llegado el momento de la verdad, por el requerimiento de una mayor profundidad en la recogida de datos, una mayor transparencia y trazabilidad y desde luego verificación. En definitiva, un compromiso que se instala en la estrategia y no en relatos posibilistas y reputacionales.

Ruido político y fatiga social

Más allá de que esa petición de datos no haya caído bien a todos, en algunos países, sobre todo fuera de Europa, 2025 también ha sido el año en que se ha hecho batalla campal de los ESG a nivel ideológico y cultural. Hasta el punto de presentarlos como un freno económico y/o fruto de determinadas creencias políticas. Este ruido ha generado confusión y polarización ciudadana. 

Es evidente que los retos sociales, económicos y ambientales están interconectados. Y que una transición ecológica mal diseñada y ejecutada genera desigualdades.

Por qué el sector legal debe impregnarse de sostenibilidad

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También que la falta de transparencia y de gobernanza quiebra la confianza. Y desde luego que una mínima justicia social no facilita las políticas verdes. Pero hay quien se pregunta: ¿cómo hablar de cambio climático cuando lo que preocupa es llegar a final de mes?

Esa cuestión y sus posibles respuestas no justifican que este año, y fruto de la polarización, los ESG hayan sido herramienta de lucha política.

En algunos países, en algunos sectores sociales, hablar de sostenibilidad se ha convertido en arma arrojadiza, más dirigida a la división que a la cohesión. Y este clima llega a la ciudadanía que ve cómo lo que debería ser un debate de datos dirigidos al ser más humano se convierte en debate ciego e inhumano. 

Recuperar la confianza

Ahora que tanto hablamos de Inteligencia Artificial y de datos, conviene recordar la importancia de estos. Opinar es gratis. Medir no. Aportar datos con transparencia y trazabilidad equivale a marcar el camino de recuperación de la confianza. En ella, en la veracidad se sostienen los ESG.

Las promesas incumplidas, esos storytellings inflados, los escándalos de greenwashing, acaban pasando factura. La ciudadanía vive en un entorno de desinformación en la época de mayor exceso de información.

Sabe lo que quiere, es escéptica, crítica y cuando descubre los trucos no vuelve a creer en el supuesto mago. Por eso, hay que trabajar con autenticidad desde la autenticidad. Con menos propósitos y más hechos.

2026 será o debería ser una etapa más adulta en el significado de los ESG. El reto será doble. Por un lado, ni un paso atrás, luces largas frente a la tentación de retroceder. Por otro, reivindicar la sostenibilidad.

Y ello sin olvidar su conexión real con las personas. Son una herramienta para construir sociedades más justas, economías resilientes y empresas sólidas. Y desde luego no para dividir.

Ojalá esa división y esa polarización no estén invitadas a la mesa de las festividades que se avecinan. Qué grande sería un diálogo sereno, donde se compartan ideas y se respete con tolerancia las disidencias e incluso a veces las incoherencias familiares.

La paz, la amabilidad, el amor no pueden abandonarnos ni ahora ni nunca. Y menos poniendo la sostenibilidad como excusa.