Luego de tres años y un cómputo oficial de 765 millones de diagnósticos y casi 7 millones de fallecidos, la Organización Mundial de la Salud ha dado por finalizada la emergencia internacional por la Covid-19.

Sin dudas, esto ha sido una buenísima noticia que ya lleva algunas semanas olvidada detrás de otros bytes dedicados a las urgencias, aquellas que restan tiempo y atención a lo importante.

Atrás quedan los momentos de incertidumbre y desconocimiento. Lejos nos parece el período de confinamiento, la carrera por la vacuna y el cacareo insensato de quienes llegaron a negar hasta la propia existencia del virus.

Aunque la circulación del SARS-CoV-2 se mantiene, la recuperación es evidente y los casos que se reportan –aún números grandes y significativos— no se asocian a mortalidad. Esto nos quiere decir que existe inmunidad. Una inmunidad lograd, insisto, por la vacunación masiva y las infecciones naturales, en ese orden.

Es muy curioso como los humanos hemos querido pasar página de lo que, inevitablemente, nos cambió la vida. Aún no he visto una sola película o serie donde la trama ocurra durante el confinamiento o veamos escenas de personas con mascarilla. Dicen que las hay, pero populares no son. ¡Mirar hacia otro lado para pensar que aquello no existió!, diría yo.

Sin embargo, la Covid nos ha dejado un regalo envenenado y te hablo de su persistencia.

Con esto no me estoy refiriendo a los frecuentes contagios no estacionales. Mis palabras se encaminan hacia la persistencia de síntomas varios en un número importante de pacientes una vez superada la infección e incluso los test den negativos. Lo que llamamos Covid persistente.

Ya el año pasado, la revista científica Nature Medicine advertía de su insoportable existencia en un estudio donde comprobaba que, en una cohorte de 486.149 adultos afectados versus 1.944.580 personas sin evidencia de contagio, más de 60 síntomas se correlacionaron con la infección por SARS-CoV-2 luego de 12 semanas de haber superado la enfermedad inicial en pacientes que no necesitaron hospitalización al contagiarse.

¿Qué es esto?

Conversando con una de las científicas más versadas en el tema, la neurocientífica gallega Sonia Villapol, investigadora del Houston Methodist Research Institute, recordamos que el SARS-CoV-2 a largo plazo puede causar inflamación sistémica, autoinmunidad e incluso cambios en la microbiota intestinal. Todos estos factores pueden originar síntomas persistentes que afectarán diferentes órganos y, consecuentemente, provocarán síntomas varios en quienes los sufren.

Ya sabemos que la infección por SARS-CoV-2 aumenta el riesgo o vulnerabilidad de padecer otras enfermedades a medio o largo plazo. Según varios estudios, padecer la Covid-19 aumenta el riesgo de sufrir problemas cardiovasculares, inflamación del músculo cardíaco, coágulos de sangre, infarto de miocardio o insuficiencia cardíaca.

Sonia, con su tranquilidad característica, llama a esto la pandemia después de la pandemia. Y a todo ello se añade el cansancio pandémico, un trabalenguas.

La sociedad no quiere escuchar más sobre el tema; de hecho, ¿sigues ahí?

“No vamos a producir ninguna serie que rememore aquel período”, me dice un productor amigo que prefiere el anonimato. Pero hay más, el cansancio pandémico no sólo se refleja en el arte y el entretenimiento, las instituciones van reduciendo los fondos asignados a la respuesta a la pandemia y actuando como si aquello fuera cosa de un pasado remoto.

Sin embargo, a mi amigo Paolo le siguen ardiendo partes del cuerpo de manera aleatoria y sin explicación alguna más allá de: es una Covid persistente.

De acuerdo con los datos compilados desde hace dos años, la persistencia de los síntomas de la Covid varía según una pléyade de factores que van desde la gravedad de la infección original, hasta la edad de la persona, pasando por comorbilidades y la salud general del paciente.

Otro enigma es la propia permanencia de los síntomas, desde semanas a varios meses. Parece ser que el grueso de la sintomatología va desapareciendo cuando se acerca el año. Pero, no es matemático: existen casos en que los 12 meses han sido superados, fundamentalmente aquellos cuyos síntomas se relacionan con el sistema nervioso.

Y aquí vuelve Sonia a recordarme una hipótesis basada en datos sólidos: la infección por SARS-CoV-2 acelera la neurodegeneración en enfermos de Alzhéimer; esto nos lleva a plantear como muy posible que aumente el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas a edades tempranas.

Muchas son las incógnitas y los pacientes que sufren sus consecuencias. Festejemos haber vencido al virus, mas mantengamos los fondos necesarios para estudiar sus consecuencias.