Cada día el planeta produce alimentos suficientes para alimentar al doble de su población. Sin embargo, millones de toneladas acaban en los vertederos mientras cientos de millones de personas no tienen qué comer. No es una crisis de escasez, sino de distribución, de información y de voluntad.

En un mundo hiperconectado, es paradójico que aún no sepamos coordinar la llegada de los alimentos a quienes más los necesitan. La tecnología —si se usa con propósito— puede empezar a corregir ese absurdo.

Durante décadas, la lucha contra el desperdicio alimentario ha dependido de campañas de concienciación, incentivos fiscales y buenas intenciones.

Pero el reto va mucho más allá del compromiso moral: requiere información fiable, coordinación precisa y una gestión transparente de los excedentes. Tres factores que, precisamente, pueden encontrar solución en el blockchain.

Una herramienta de confianza

A menudo asociamos el blockchain con el universo de las criptomonedas, pero su verdadero potencial se despliega en sectores donde la trazabilidad y la confianza son esenciales.

Este registro digital distribuido permite que cada movimiento de un producto —desde el campo hasta el punto de consumo— quede registrado de forma segura e inalterable. Nadie puede manipular los datos, y todos los actores implicados pueden acceder a la misma información en tiempo real.

En el caso de los alimentos, esta transparencia no solo evita fraudes o errores logísticos: también abre la puerta a una redistribución más justa.

Saber qué excedentes existen, dónde están y cuándo caducan puede marcar la diferencia entre rescatar una partida de fruta o dejar que se pudra en el almacén.

Datos con propósito

La digitalización del sistema alimentario no es un fin en sí mismo, sino un medio para reforzar la solidaridad con criterio.

Plataformas como Naria —que utilizan blockchain para conectar empresas donantes con entidades sociales— demuestran que la tecnología puede ser el motor de un cambio estructural.

Su sistema automatiza procesos que antes dependían de llamadas, correos o papeleo, garantizando que la comida llegue a tiempo y en condiciones óptimas a quienes la necesitan.

Ley de desperdicio alimentario: por qué debe seguir siendo nuestra prioridad como país

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Además, permite medir el impacto social y ambiental de cada donación: kilos redistribuidos, emisiones evitadas, ahorro económico. Por primera vez, la solidaridad se puede auditar.

Entre la ética y la eficiencia

Las nuevas leyes sobre prevención del desperdicio alimentario exigen reducción, trazabilidad y responsabilidad en la gestión de excedentes.

Pero más allá de cumplir con la norma, las empresas que apuestan por sistemas de transparencia digital están contribuyendo a redefinir el valor de la sostenibilidad. No se trata solo de donar para cumplir, sino de hacerlo con método, con evidencia y con impacto verificable.

En un entorno donde la desinformación erosiona la confianza, el blockchain ofrece, además de tecnología, credibilidad. Permite demostrar que los compromisos sociales y ambientales no son una pose, sino una práctica verificable y abierta al escrutinio público.

Nuevo paradigma solidario

La innovación gana sentido si sirve para mejorar vidas. Y, en este caso, el blockchain se convierte en un puente entre la abundancia y la necesidad, entre el dato y la acción.

Cada lote registrado, cada transacción validada, cada entrega verificada representa una oportunidad para reducir el hambre y construir un sistema alimentario más justo.

El desafío del siglo XXI no será producir más, sino distribuir mejor lo que ya tenemos. La tecnología, bien aplicada, puede ayudarnos a conseguirlo, pero su éxito no dependerá del código que la sustenta, sino de la voluntad colectiva de poner la transparencia al servicio del bien común.

Porque, al final, la tecnología no solo sirve para gestionar datos: también puede ayudarnos a construir una nueva forma de entender la responsabilidad compartida. Una donde la trazabilidad no sea un trámite técnico, sino una muestra de compromiso ético.

*** Kilian Zaragozá es CEO y cofundador de Naria.