Hablemos sin rodeos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y el nuevo escenario global están chocando de manera inminente. Y si tenemos que abrir apuestas sobre quién puede ser el ganador, sabemos que los ODS no van a aparecer como favoritos, con Europa pasando en medio como testigo principal.

Los ODS, politizados hasta la extenuación. Parece que se nos hace elegir entre el bien y el mal, sea lo que sea que signifique cada uno de ellos, que ya sabemos además, según cada cual, interpreta lo que buenamente quiere.

Con esto, han pasado de ser la hoja de ruta universal a un "lo haremos cuando todo vaya bien y tengamos tiempo". Como si la sostenibilidad fuera solo un tema de postureo político, pero cuando llega el momento de remangarse y ponerse a construir, mejor nos centramos en otra cosa.

Nos prometieron "crecimiento sostenible", pero luego llegaron las guerras, las crisis, la IA, las elecciones y, ahora, los nuevos aranceles de Trump, que ponen a la industria europea a bailar con un socio incómodo.

Así que sí, la agenda europea se está reescribiendo. La pregunta es: ¿estamos preparados para la realidad o seguiremos sacando brillo a lo bonito mientras nos hundimos?

Europa lleva años externalizando a diestro y siniestro, dejando en manos de otros la producción y la dependencia de materias primas.

Luego vino la dosis de realidad que siempre se asoma después de los finales felices (deber ser verdad eso de que todo es cíclico y el eterno retorno): pandemia, crisis de suministros, conflictos armados… y nos dimos cuenta de que esta dependencia es un tiro en el pie.

Ahora la reindustrialización está de moda y el "made in Europe" vuelve con ganas de resiliencia, autosuficiencia y, ojo, competitividad, aunque, otra vez, nadie sepa del todo qué significa. 

Los ODS y la competitividad europea comparten un problema de fondo que no les deja avanzar: la metonimia. Sucede como con la paz o la democracia.

Todos estamos de acuerdo en que las queremos, pero entendemos conceptos muy diferentes según quien lo reciba, y el acuerdo se hace imposible cuando usamos el mismo término para designar realidades diferentes. De ahí que 

Pero aquí viene la parte incómoda: ¿qué hacemos con los ODS mientras pisamos el acelerador productivo para no quedarnos atrás frente a EEUU y sus tarifas proteccionistas?

Muchos se preguntan cuánto valen los ideales si el precio es hundir la economía. Otros creen que los ODS son nuestra gran oportunidad de innovar. El dilema está claro: ¿seremos capaces de volver a ser un líder productivo sin arrasar el planeta y a sus habitantes? ¿Queremos acaso apostar por este modelo?

La IA es la estrella mediática del momento, la varita mágica que todo líder global saca en los discursos. Que si eficiencia, que si menos emisiones, que si ahorro de costes... Pero aquí va el "plot twist": sin datos fiables y métricas claras sobre cada uno de los ODS, la IA no puede hacer gran cosa. Es como poner a un robot a resolver un puzle sin explicarle dónde encajan las piezas.

¿Cuántas toneladas de CO₂ se han ahorrado con una política? ¿Cómo medimos el impacto real en la desigualdad de género? Si no lo sabemos, la IA solo produce buenas presentaciones de PowerPoint, no soluciones de verdad.

Y otro problema: cada país mide a su manera, cada empresa "maquilla" los datos como le conviene, y estamos en un batiburrillo de cifras imposibles de unificar. Antes de fantasear con que los algoritmos nos salvarán, quizá deberíamos construir una base de datos sólida. Es lo menos sexy del mundo, pero es exactamente lo que nos falta.

Los ODS, que nacieron como el gran manual para salvar el planeta y construir un mundo más justo, se han vuelto un juguete político: unos los idolatran, otros se cansan de ellos y la mayoría ni sabe qué significan en el día a día. Entre marketing y promesas cosméticas, no es raro que el ciudadano ni se ilusione ni se involucre.

Así que llega la pregunta que rompe la magia de cualquier discurso en Bruselas: ¿de verdad Europa quiere vivir según estos objetivos, o preferimos algo más realista?

Porque, seamos francos, si de verdad buscamos un futuro sostenible, no basta con legislar y atiborrar a las empresas con checklists. Hace falta algo más humano, más sentido común, más centrado en construir la narrativa de la buena vida que todos queremos.

El verdadero reto quizá sea dejar de ver ODS y competitividad económica como enemigos en un juego de estrategia. Con buenas políticas europeas, la sostenibilidad podría pasar de freno, a motor de la tecnología y la innovación.

Todo depende de si Europa se atreve a pisar el acelerador sin hacer saltar por los aires sus propias promesas, que sabemos que nos ayudan a construir la Europa que queremos.

Este es el momento para decidir qué historia queremos contar. ¿Seremos el continente que lideró una transformación industrial "de verdad" y con cabeza, o mandaremos los ODS al archivo porque preferimos soluciones más rápidas? El tiempo corre, y en el tablero global, los rivales no esperan.

Al final, independientemente de las trincheras políticas y de los berrinches infantiles, los ODS representan la sociedad que todos queremos: un lugar con menos hambre, menos pobreza, más equitativo, más próspero y más respetuoso con el planeta.

No trato de pecar de idealista —que ya nos enseñó Cervantes, que todos los idealismos conducen al fracaso—. Por muchas idas y venidas que haya, por mucho que se politicen o se atrasen, la necesidad de ir en esa dirección es compartida: nadie quiere un mundo más insostenible.

El verdadero desafío no es si avanzamos hacia ese futuro, sino cómo y cuándo lo hacemos para que la economía, la innovación y la sostenibilidad dejen de verse como polos opuestos y pasen a ser la misma fuerza impulsora. Una palanca para construir las ciudades, las empresas y los espacios en los que queremos vivir.

*** Juanjo Mestre es CEO & Co-fundador de Dcycle.