Hace algunos meses leí una noticia que titulaba: "Hay tantos australianos con paneles solares que la red eléctrica ha estado a un paso del abismo". En ella se informaba que, en Australia, una de cada tres viviendas tiene paneles solares conectados a la red eléctrica, los que durante el verano pasado contaron con condiciones óptimas para su funcionamiento: cielos despejados y temperaturas templadas que disminuyeron la demanda por consumo de aire acondicionado.

¿Qué pasó? La red eléctrica australiana, que estaba preparada para operar con una demanda de entre 1.800 y 10.000 megavatios, presentó una demanda de apenas 1.300, dejando un exceso de energía en la red, lo que amenazó con desestabilizar todo el sistema y obligó a tomar medidas de emergencia para evitar sobrecargas y apagones. La red demostró estar preparada para prever el problema y tomar a tiempo las medidas necesarias para evitar el desastre.

A medida que Iberoamérica avanza en la implementación de energías renovables, se encontrará cada vez más expuesta a este tipo de situaciones, por lo que se vuelve fundamental contar con redes de distribución capaces de manejarlas adecuadamente. Y es que, para cumplir con las ambiciosas metas ambientales que la región se ha propuesto, no basta con generar energía limpia: hay que poder transmitirla y distribuirla eficientemente. 

América Latina no solo necesita pasar de los 220 GW de energía renovable que hoy produce a más de 400 GW en 2030, sino que además debe conectarla al resto de la matriz, extendiendo la cobertura de las redes y haciéndolas más inteligentes y flexibles. Se estima que son más de 20.000 millones de dólares anuales los que deberían invertirse en las redes de transmisión y distribución de América Latina para evitar que se conviertan en el cuello de botella de la transición energética. 

En una región en la que existen aún más de 18,5 millones de personas, concentradas sobre todo en zonas rurales, que carecen de acceso estable al suministro eléctrico, estas inversiones resultan fundamentales para extender la cobertura y garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna

Adicionalmente, la inversión en redes es crucial para evitar el desperdicio de energía y asegurar el suministro. Una red eléctrica moderna puede disminuir no solo las pérdidas técnicas, provocadas por el propio flujo de la corriente a través de cables y transformadores, sino también las denominadas pérdidas no técnicas, ocasionadas por fraudes, como conexiones ilegales y manipulación de medidores, que en América Latina llega al 15% de la oferta de electricidad, lo que equivale a la energía necesaria para abastecer a cerca de 50 millones de hogares por un año.

Una modernización masiva de las redes eléctricas requiere avanzar con determinación en la construcción de incentivos claros, reglas estables, permisos ágiles e instancias de información y participación ciudadana. No son pocos los proyectos que hoy se ven detenidos por dudas sobre las reglas del juego o sus posibles interpretaciones, por embudos regulatorios o por el rechazo de las comunidades en las que se emplazan, lo que podría remediarse con instancias de participación temprana. 

El director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía, Fatih Birol, ha destacado el papel clave de las redes eléctricas, describiéndolas como las heroínas anónimas de la transición energética, pues si bien a menudo se pone el foco en los paneles solares y los vehículos eléctricos, son las redes las que conectan todo.

Por eso es fundamental contar cuanto antes con la voluntad política y el compromiso financiero para sacar a estas verdaderas heroínas del injusto y peligroso anonimato en el que hoy se encuentran. Y todo eso hay que hacerlo sin dejar de mirar la necesaria sostenibilidad, que fue el gran tema para el que nos reunió Redeia hace unos meses, en unas jornadas en las que hablamos de economía circular, minimización de la huella de carbono, derechos y garantías. 

*** Andrés Allamand es secretario general Iberoamericano.