Hace unas dos semanas tuve la oportunidad de observar al europeísmo en su centro neurálgico más significativo: el Parlamento Europeo. Debo reconocer que pocas marcas han tenido que enfrentarse a tantas dificultades y contratiempos desde su fundación como la Unión Europea.

La creación de un mercado único, la eliminación de fronteras y el uso de una moneda común fue una fantástica idea sobre el papel a la que pronto, demasiado pronto, comenzaron a surgirle detractores, seguramente en parte por las heridas históricas que todos conocemos. 

Tal y como dice nuestro sabio refranero, la unión hace la fuerza, pero ¿es realmente así?, ¿o más bien hablamos de una unión disfrazada de despotismo ilustrado?, ¿son los eslabones más débiles de la cadena unos parásitos a los que hay que poner en vereda por un burócrata, paternalistas que gobiernan a golpe de tópico? 

Para muestra, la portada de la revista conservadora EW de los Países Bajos, que cargaba contra el plan de recuperación económica poscoronavirus de la UE titulando en portada Ni un euro más al sur de Europa, o el sobrecogedor y cariñoso acrónimo PIGS, acuñado también por algunos países, del que me voy a guardar mi opinión. 

La ilustración no tiene desperdicio: en la parte superior de la imagen, un hombre con mono azul hace girar un engranaje y una mujer de negocios habla por teléfono; en la parte inferior, el engranaje se ha convertido en una mesa de bar, donde un tipo moreno remolonea con una copa de vino y un café y una mujer, adornada con un floripondio flamenco en el cabello, mira las redes sociales. Trabajadores rubios circunspectos versus holgazanes morenos despreocupados: un guiño a la ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber con mucha mala leche. 

La polémica publicación tuvo su réplica en las redes sociales portuguesas con otra ilustración: quienes trabajan en el norte de Europa son los inmigrantes del sur, mientras los nórdicos toman el sol en el sur, apoltronados en una montaña de billetes, con la piel chamuscada y calcetines blancos y sandalias. Punto a nuestros amigos y siempre confiables vecinos. Esta anécdota ejemplifica tan solo una de las tensiones que acostumbran a poner en peligro el frágil equilibrio de la Unión Europea. 

Pero no es solo eso. Las voces críticas internas viven constantemente azuzadas por gobiernos de distinto signo, euroescépticos y populistas, que animados por el devenir del Brexit, se muestran contrarios a las políticas migratorias de la Unión, la inclusión de nuevos miembros, la participación o abstención en conflictos internacionales… y, en definitiva, cualquier iniciativa que pueda mostrar una imagen pública de coherencia y cohesión entre los diferentes estados miembros. 

Quédese el lector con una palabra clave: fragilidad. El intento de gustar a todos y no ofender a nadie, acaba por provocar una gran parálisis que debilita una marca con tanto potencial y tan necesaria por sus valores históricos como la Unión Europea. Si hiciéramos una analogía con el mundo de las marcas, se podría decir que la UE es una marca paraguas que agrupa a otras marcas. Dichas marcas, muy diferentes entre sí, necesitan de una marca transversal, robusta y prestigiosa, que les una en un propósito común y que les permita asumir el rol que, de quererlo, puede otorgarnos la historia.

Y nosotros lo sabemos, ya que, a pesar de la percepción de que la institución muestra signos de debilidad, los ciudadanos de los diferentes países siguen manifestando en las encuestas del Eurobarómetro una opinión mayoritariamente favorable acerca de las ventajas de pertenecer a la Unión Europea. Es decir, siguen valorando los beneficios de permanecer unidos y se muestran en sintonía con los valores democráticos, sociales, económicos, humanos y medioambientales de la UE.

En cualquier caso, es innegable que la Unión Europea sufre desde hace tiempo una crisis reputacional: sus instituciones son percibidas como altamente burocratizadas, elitistas, ajenas a los problemas reales, distantes y tremendamente ineficaces en ofrecer soluciones rápidas y eficientes para sus ciudadanos, empresas y sectores productivos.

Un buen ejemplo de ello resulta la imposición de la Agenda 2030 al sector agrícola, sometido a una normativa rígida y a una burocracia administrativa estricta que lo abocan al empobrecimiento, sin que ello impida que países extracomunitarios importen su producto a nuestro territorio a pesar de incumplir con los altos estándares medioambientales europeos.

Yo creo que Europa debería, en pro del europeísmo, pensar en innovar como alternativa al prohibir. Responder a los retos con valentía y altura de miras no sólo respondería ante el orgullo que depositan sus ciudadanos en las 12 estrellas tintadas de un fondo azul profundo, sino que nos ayudaría a demostrar a derecha e izquierda que otra forma de hacer las cosas es viable para combinar supervivencia y prosperidad. 

Debemos alzar la voz y reinventar la identidad de nuestra unión, y para ello hace falta tener una visión clara de su posición internacional y de su propósito. A pesar de que el mundo observa atentamente la guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos, cabe preguntarse si la Unión Europea puede tener algún rol relevante en este escenario altamente competitivo. Los datos son alentadores y justifican mi optimismo y orgullo europeísta.

Europa es el principal socio comercial de 80 países en el mundo. Para poner la información en contexto, Estados Unidos lo es solo para una veintena de países. La UE es además el primer bloque comercial del globo, representando más del 15% del comercio de mercancías y el 35% del comercio de servicios, sin contar los intercambios entre estados miembros. También recibe el 40% del turismo internacional. Y además para muchos ciudadanos del mundo la marca Europa continúa estando en puestos altos en índices de popularidad. 

¿Qué hace falta entonces? Una mayor confianza de los países miembros en la marca global, reivindicando los valores de la UE por encima de los valores localistas propios. Y también cierta dosis de atrevimiento, pues la marca Europa sigue en construcción, reinventándose para seguir alimentando la esperanza en uno de los experimentos más complejos de cooperación y coordinación jamás vistos en la geopolítica mundial. Porque tal vez, el punto más potente de su identidad es la confirmación de que la unión, definitivamente, hace la fuerza.

Europa es el futuro esperanzador para nuestros hijos, salgamos a reclamarle ese futuro a la burocracia y elitismo imperante. 

***Marc Morillas es CEO de Morillas Branding Agency y Vicepresidente de AEBRAND.