Que ha habido un antes y un después en materia de sostenibilidad es un hecho incontestable. Lo que no tenemos tan claro es cómo están afrontando las empresas este reto, si el ritmo de incorporación de los aspectos medioambientales y sociales está siendo suficiente para llegar a 2030 con los deberes hechos, qué hay que corregir, qué hay que acelerar y en qué estamos en el buen camino.

La agenda climática domina la batería de medidas que se marcan las grandes empresas. La brecha con la parte social se ha reducido y el 39% de las compañías ha empezado ya a marcarse objetivos sociales concretos en 2021, frente al 13% en 2020. Todavía queda un largo camino por recorrer, pero el salto ha sido significativo

Estas son las algunas grandes cifras. Pero ¿qué tipo de objetivos se están fijando las empresas en nuestro país? ¿Están yendo en la buena dirección?

Las metas prioritarias 

Después de analizar 85 empresas (entre las que se encuentran las 35 del IBEX), y según el estudio elaborada por Transcendent Evolución de los objetivos medioambientales y sociales de las empresas cotizadas, sabemos que se está avanzando en el ritmo de incorporación de los objetivos sociales y medioambientales en las empresas. 

Del total de compañías analizadas, un 73% establece objetivos medioambientales concretos. Si sólo tenemos en cuenta las empresas del IBEX 35, el 90% cuenta con objetivos medioambientales medibles y cuantificables, un 52% más que el año anterior. 

El 91% de las compañías ya han fijado algún tipo de objetivo medioambiental. Todas ellas tienen metas relacionadas con la mitigación de los efectos de cambio climático y especialmente la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. De hecho, la mitad de las empresas del IBEX 35 se ha comprometido a ser Net Zero antes del 2050 y un 17% establecen la neutralidad en carbono antes de esa fecha. 

La economía circular se ha colocado como segundo gran objetivo para la mayoría de las empresas del IBEX35 que tiene objetivos medioambientales, ya que el 47% se ha comprometido a llevar a cabo proyectos para fomentar el reciclaje, y la disminución y gestión eficiente de los residuos. Sin embargo, aún no se observan objetivos específicos relacionados con la reutilización y el diseño orientados a introducir la circularidad en el modelo de negocio. 

Lo mismo sucede en el ámbito del cuidado del hábitat natural. Casi 4 de cada 10 empresas se ha fijado objetivos para proteger el capital natural, pero esos objetivos suelen estar dirigidos a reforestar o reducir el consumo de agua, pero no a generar impacto positivo con la actividad que generan en el hábitat natural.

A pesar de los grandes avances llevados a cabo, las empresas deberían aspirar a llevar mucho más lejos sus planes medioambientales. Para ello habría que gestionar el impacto negativo y, además, tener la vocación de compensar ese daño medioambiental, de forma que el planeta no se vea impactado por la actividad económica de las empresas. 

Es un objetivo ambicioso para el que habría que ampliar el foco de actuación con medidas como la economía circular, el cuidado del hábitat natural y la involucración de los proveedores y de la cadena de suministro en reducir la huella de carbono en todo el proceso productivo, no sólo el que depende de la propia compañía. 

Los objetivos sociales

Pero si la parte medioambiental tiene recorrido de mejora, aún lo tiene más la dedicación que se hace a los objetivos sociales. Hemos identificado que ha aumentado en un 86% respecto al año anterior el número de empresas del IBEX35 que ha comunicado objetivos sociales, ya sea dirigido a sus empleados, a los usuarios finales o consumidores o a las comunidades en las que opera.

Aun así, este porcentaje sigue siendo muy bajo y esperamos que la incorporación de este tipo de objetivos se consolide a corto y medio plazo con la entrada en vigor de la Taxonomía Social Europea y la CSRD (Corporate Sustainability Reporting Directive) que aportará estandarización, rigurosidad y métricas comunes. 

Definir objetivos sociales supone sin lugar a duda un reto debido a la dificultad de encontrar métricas cuantitativas, pero a la vez, ofrece enormes oportunidades para generar ventajas competitivas, diferenciarse y atraer talento. 

En ese sentido, la Taxonomía Social debería acelerar esta tendencia dado que permitirá catalogar las actividades empresariales respecto al cumplimiento de tres macro objetivos sociales: trabajo decente, estándares de vida adecuados y bienestar de los consumidores finales y comunidades y sociedades inclusivas y sostenibles. 

Además, esta clasificación facilitará que el mercado y los consumidores puedan elegir con mayor transparencia aquellos productos o servicios y empresas más sostenibles. Y también guiará los flujos de capital hacia las actividades más sostenibles desde el punto de vista social.  

En definitiva, para las empresas, el siguiente gran reto será ir más allá de la gestión activa de los aspectos ESG y empezar a medir y gestionar el impacto positivo que generan desde su negocio. Esto exige, en primer lugar, analizar la contribución social y medioambiental de las empresas en su entorno y en sus principales grupos de interés y, en segundo lugar, priorizar aquellas decisiones que maximicen el impacto positivo y la creación de valor de largo plazo. 

Y es que al final como dice un directivo de Apple: “Es muy fácil ser diferente pero muy difícil ser mejor”. Y sólo los mejores estarán en mejor posición para hacer frente a estos retos.

***Ana Ruiz, socia de Transcendent, consultora estratégica de sostenibilidad e impacto.