A finales del siglo pasado, mientras obtenía el visado y me despedía de las amistades de entonces –por aquello de irme a los Estados Unidos a completar mi formación postdoctoral–, una idea cobraba fuerza entre mis proyectos: crear una revista científica donde solo se publicarán resultados negativos.

Negative –nombre en inglés del proyecto editorial–, recibiría, revisaría y publicaría aquellos experimentos que demostraran la invalidez de una teoría, el fallo de una hipótesis, la no implicación de una molécula en el mecanismo que explica alguna enfermedad o la inutilidad de una técnica para un uso determinado. En otras palabras, se haría eco del día a día de los científicos.

Mi entusiasmo me llevó a implicar económicamente a amigos no relacionados con la ciencia, ellos veían lógico que existiera un espacio editorial para esos experimentos que no tendrán un titular rimbombante en diarios generalistas. Sin embargo, cuando trasladé mi idea a varios colegas de la profesión, sus caras largas me hicieron dudar de Negative.

Cada uno esgrimía un motivo diferente, mas todos convergían en lo mismo: nadie quiere ver ligado su nombre a un resultado negativo.

Al llegar a los Estados Unidos el torbellino de experimentos, la ciudad nueva, el laboratorio diferente y el correspondiente etcétera me hizo ir olvidando aquel proyecto en el que, además, una gran cantidad de científicos no creía conveniente que me lanzara.

Hace poco, en uno de sus escritos habituales, el científico y divulgador Lluis Montoliu llamaba la atención sobre el camino que, por lo regular, recorremos al realizar una investigación científica. Un trayecto lleno de espinas y tropiezos donde, con más frecuencia de lo que se piensa, la idea original no tiene el resultado esperado. En su caso hablaba de una potencial aplicación de una popular tecnología molecular en un proyecto relacionado con el virus SARS-CoV-2, algo que al final no resultó viable.

Personalmente, podría llenar unas cuantas cuartillas con aquellos experimentos truncados por resultados negativos, entendiendo por esto cuando el planteamiento inicial no cristaliza en lo esperado. De hecho, siempre he pensado y dicho que los científicos somos las personas que más veces fracasamos y, por ende, que mejor nos adaptamos a convivir con la frustración. 

Pero volvamos al tema principal: la no publicación de los resultados negativos.

Pensemos en lo siguiente: un laboratorio de Boston se afana en demostrar que la explicación del fenómeno A se debe a la aparición del factor B. Los datos preliminares llevan a pensar que esa, y no otra, será la respuesta. Sin embargo, luego de muchos experimentos, varios meses –por no hablar de años–, dinero y recursos humanos invertidos se arriba a la conclusión de que B no tiene nada que ver con el fenómeno A.

¿Qué ocurriría con estos datos generados en Boston?

La lógica nos llevaría a pensar que se deben publicar para que la comunidad científica tenga conocimiento de la no implicación de B en A y, de esta sencilla manera, quienes estén trabajando en lo mismo valoren abortar sus proyectos y buscar otras alternativas.

¿Cuál es la realidad?

Muy probablemente un laboratorio en Madrid esté empeñado en demostrar el “crucial” papel que juega el factor B en la generación del fenómeno A. Recordemos que muchos datos preliminares llevaron a los bostonianos a seguir ese camino, cosa que también se les ocurrió hacer a los madrileños. El laboratorio español quizá tenga menos recursos y más trabas burocráticas para desarrollar el proyecto, lo cual le llevará a emplear más tiempo en la no muy útil empresa.

Con suerte, algún miembro del equipo español hará migas con uno de los de Boston y, durante un café en un congreso, se enterará del fiasco. De esta manera se podrá reconducir la investigación en Madrid e incluso puede que se establezca una colaboración entre ambos equipos.

Al final, uno de los dos laboratorios –en el mejor de los casos, los dos juntos–publicarán que C y D son los factores que desencadenan el fenómeno A. Quizás alguna figura suplementaria –esas que no están en primera plana del artículo científico– muestre que B no tiene nada que ver con A y de esta manera salga a la luz el revés original, pero esto no es siempre así.

Aunque cueste creerlo, esto es muy frecuente en la investigación científica; algo que nos hace perder tiempo y recursos.

¿Por qué no publicamos los resultados negativos?

El primer escollo está en las propias revistas científicas, todas quieren titulares que llevan a pensar en soluciones y futuro. Un resultado negativo es difícilmente “vendible” en cualquier publicación especializada. Es cierto que han existido ejemplos puntuales, pero generalmente endulzados con alternativas positivas.

Los científicos queremos aparecer en las revistas de gran impacto y estas quieren mantener su lustre para que los científicos nos empeñemos en publicar en ellas. Es decir, las revistas buscan artículos impactantes, aquellos que serán muy citados y nosotros, los científicos, seguimos el juego, preparamos esos impresionantes artículos con resultados positivos y reproducibles. Después de todo, es cierto que un resultado negativo es valioso, pero no es citable.

Por ejemplo, un artículo diría: “Hemos obtenido una eficiencia extraordinaria en la purificación del factor X usando la técnica Z”. El artículo en cuestión será muy citado por todos aquellos que luego usen la técnica Z para realizar la misma purificación del factor X. En cambio, el artículo que se centre en decir que “las técnicas L, H, I, J y K no funcionan para purificar el factor X”, no será citado. Eso sí, la comunidad científica se dará por enterada y buscará otra técnica para purificar X; algo que sería muy útil.

Por otra parte, tal y como comenté al principio, está el propio ego del científico que no quiere ser recordado por un resultado que contradice su propia hipótesis. ¡Somos seres humanos, no lo olvides!

¿Cuál sería la solución?

Por supuesto que dar difusión a los reveses, y no estoy hablando de fórums de discusión donde se comentan las desventuras del día a día, me refiero a artículos sólidos donde encontremos los fiascos de la ciencia. Esto nos podría acercar al éxito buscando otros derroteros. Después de todo, Negative sigue siendo una buena idea.