Hoy en día estamos viviendo en un contexto de crisis económicas y climáticas superpuestas cuyos efectos se están prolongando en el tiempo debido a las consecuencias de la pandemia de la COVID-19, los conflictos armados y las emergencias humanitarias. Esta situación ha desembocado en que 222 millones de niñas, niños y adolescentes estén afectados por la guerra, las catástrofes y los desplazamientos forzosos, siendo necesaria y urgente el despliegue de una asistencia educativa robusta que no deje a nadie atrás. 

No cabe ninguna duda, que estas circunstancias también agravan la crisis de desigualdad y discriminación que experimentan las mujeres en todo el mundo. Y es que, a pesar de los avances en los últimos 20 años, las niñas, las adolescentes y las jóvenes cada vez se encuentran con mayores barreras y dificultades para acceder a la educación, completar su formación, encontrar referentes y prepararse para participar en todos los ámbitos de la sociedad, incluidos los empleos con más perspectivas de futuro en la transición ecológica y digital.

Así, en el año 2021, 118,5 millones de niñas de entre 6 y 18 años de todo el mundo se encontraban en situación de no escolarización. En los países más afectados por la pobreza y las crisis, solo el 11% de las niñas completa la educación secundaria. Estos datos reflejan sólo una parte del gran reto de la permanencia de las niñas y jóvenes en el sistema educativo, que hunde sus raíces en la discriminación, las normas y los estereotipos de género.

Además, las mujeres representan el 63% del total de personas adultas en situación de analfabetismo, una proporción que no ha cambiado en décadas, a lo que se añade el hecho de que se están generando nuevas brechas de género en las competencias digitales. La educación actual no rompe con ciertos patrones y roles de género que obstaculizan que las niñas puedan acceder o elegir orientarse a profesiones como las científicas, tecnológicas, de ingeniería y matemáticas (STEM).

En este contexto, es imprescindible señalar y reivindicar el papel de la educación como un derecho humano básico que habilita el cumplimiento de otros derechos, que abre el camino al desarrollo, con el poder de romper los círculos de la pobreza y desigualdades, una palanca necesaria de transformación social de nuestro mundo en crisis.

Desde la Campaña Mundial por la Educación (CME), una coalición internacional presente en más de cien países constituida por ONG que trabajan en los ámbitos del desarrollo, la educación y la infancia, así como otras entidades de la sociedad civil de diverso signo, y liderada en España por Ayuda en Acción, Educo, Entreculturas y Plan Internacional, llevamos más de 20 años movilizándonos en torno al derecho a la educación para asegurar que su cumplimiento sea una realidad en todos los países del mundo, sin dejar a nadie atrás.

Reclamamos a la comunidad internacional y a los gobiernos su deber pendiente en cumplir los compromisos de proporcionar una educación gratuita, inclusiva, pública y de calidad, que promueva la igualdad de género y contribuya a transformar y mejorar la sociedad y el mundo.

Los avances son lentos y las crisis ponen en riesgo los avances conseguidos. Ningún país del mundo ha conseguido la igualdad, y al ritmo actual se necesitarán 300 años para lograr la igualdad. Una educación transformadora podría acelerar este progreso, y esto significa la necesidad de priorizar la educación, no sólo en términos políticos, sino  también desde el ámbito presupuestario.

El Gobierno de España se encuentra en un momento clave tras la aprobación de la Ley de Cooperación, que reconoce por primera vez el objetivo de 0,7% a la Ayuda Oficial al Desarrollo en 2030, que debe desarrollar un VI Plan Director de cooperación ambicioso,  donde la educación tiene que ser una prioridad. Así, nuestro país debe sumarse con mayor decisión a los esfuerzos para que la educación vuelva a ser clave en el multilateralismo internacional, y la cooperación internacional impulse decididamente el derecho a la educación inclusiva y de calidad en todo el mundo.  

Como señalaba el secretario general de las Naciones Unidas, el pasado 23 de enero por el Día Internacional de la Educación, “para invertir en las personas, hay que dar prioridad a la educación”, instando a la sociedad civil y a la juventud a seguir reivindicando más y mejor inversión en educación de calidad.

Por eso, como cada año, las organizaciones miembro de la CME celebramos la Semana de Acción Mundial por la Educación (SAME) durante esta última semana de abril. Durante estos cincos días involucramos a toda la comunidad educativa para reivindicar la necesidad de trabajar por una educación de calidad, equitativa e inclusiva para todos y todas.

En concreto, en esta edición, bajo el lema "Dale Ritmo a la Igualdad", nuestro objetivo este año es visibilizar el papel transformador que tiene la educación y reclamar una educación que promueva la igualdad de género, que aborde las causas profundas de la discriminación y la exclusión, contribuyendo a la construcción de una sociedad justa e igualitaria.

Durante esta semana, estudiantes, docentes y otros miembros de la comunidad educativa de diferentes comunidades autónomas saldrán a las calles y plazas o se movilizarán en las aulas por la igualdad. Entre las diversas propuestas se encuentra “Dale Ritmo a la Igualdad”, una ciberacción que invita a los centros educativos y entidades sociales a reflexionar sobre la desigualdad a través de la música. Una iniciativa en la que niños, niñas y jóvenes pueden continuar una canción de rap con sus propias estrofas por la educación. 

Con ‘Dale Ritmo a la Igualdad’ y la SAME, la CME se suma a los millones de voces que piden al unísono la necesidad de que los gobiernos y la comunidad internacional se tomen en serio la educación y la coloquen en el centro de sus políticas públicas. Es el momento de reimaginar colectivamente la educación y acelerar el ritmo para avanzar juntos hacia un mundo más justo e inclusivo.

***Kasia Tusiewicz es coordinadora de la coalición española de la Campaña Mundial por la Educación.