Un año más, llega el Día Mundial del Agua sin mucho que celebrar. La invasión de Ucrania ha hecho despertar al mundo occidental para comprobar que los planes de un nuevo imperio ruso de Putin no eran sólo retórica.

El dirigente ruso se reunió en febrero con Xi Jinping, presidente chino, y publicaron un comunicado conjunto donde cuestionaban la denominada pax americana, el sistema institucional que ha gobernado el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. En ese pacto incluyen la Agenda 2030 de Naciones Unidas y los Objetivos de Desarrollo Sostenible y reclaman su derecho a definir unos nuevos objetivos más acordes a sus necesidades, incluido sus planes expansionistas y militares.

En la Cumbre del Clima de Paris en 2015 se alcanzaron acuerdos muy ambiciosos para mitigar las emisiones contaminantes, causa principal del cambio climático en el que estamos inmersos, que también fueron aceptados por China. Aquella Cumbre fue una luz al final del túnel que permitió vislumbrar esperanza.

Lamentablemente, la luz era otro tren que venía a arrollarnos. Y detrás vinieron varios trenes más. El primero fue Donald Trump, que inició la guerra comercial y económica con China y el desmantelamiento de las Naciones Unidas y de todo el sistema institucional global diseñado en 1945.

Luego, vino la pandemia, que comenzó en China y puso a prueba el sistema de seguridad mundial. Ahora, la invasión de Ucrania. Y la pregunta que surge es: ¿cuál será el próximo tren?

La guerra en Ucrania ha provocado una subida de los precios de las materias primas, especialmente energéticas. Y se suma a las subidas del gas, el petróleo y la electricidad que comenzaron el pasado verano, provocando una crisis de energía global sin precedentes desde 1979, tras la guerra entre Irán e Irak.

Es lógico que los precios de la energía y las alternativas al petróleo, gas y combustibles fósiles centren toda la atención de los medios y la opinión pública. Pero el cambio climático continúa su avance y la pluviosidad mundial sigue disminuyendo.

Especialmente, en las zonas áridas y semiáridas como el arco mediterráneo español, donde en los últimos 30 años han disminuido las lluvias un 30% y cada vez son más frecuentes las DANAS, que provocan inundaciones y desastres naturales y dificultan la gestión del ciclo urbano del agua para satisfacer el consumo humano.

Más complejo es gestionar el consumo de agua agrícola en esas zonas donde el desierto avanza. En España, el principal conflicto se encuentra en el uso del trasvase Tajo–Segura: en Alicante y Murcia reclaman los mismos hectolitros que hace 30 años, mientras que en Castilla-La Mancha advierten de que llueve menos y que mantener ese trasvase puede afectar a sus embalses de cabecera y provocar problemas de escasez de agua.

En las zonas áridas y semiáridas como el arco mediterráneo español, en los últimos 30 años han disminuido las lluvias un 30% y cada vez son más frecuentes las DANAS

Además, esta escasez de agua provoca un problema de sobreexplotación de acuíferos y aguas subterráneas, que acelera la desertificación del territorio e intensifica la escasez de lluvias y la frecuencia de DANAS y desastres naturales.

La gestión de las aguas subterráneas ha sido una de las principales preocupaciones y a la que hemos dedicado más atención en el Foro de Economía del Agua, invitando a los mejores expertos en la materia del mundo. Un acuífero, como nos enseñan los manuales de economía, es un bien comunal y el mercado libre no resuelve eficientemente el recurso.

El regante que no usa el agua de su pozo corre el riesgo de que la use el vecino y de que, cuando él lo vaya a necesitar, el recurso se haya agotado. Por esta razón, se incentiva el consumir la máxima cantidad posible, lo que acaba en sobreexplotacón cuando lo hacen varios usuarios.

Si dejáramos a la oferta y la demanda interactuar sin intervención pública, el agua se convertiría en un bien de primera necesidad, podría dar lugar al abandono de la explotación agrícola o a que su precio se disparase, de manera similar al problema de escasez que pueden provocar las sanciones a Rusia sobre el precio del petróleo, del gas y del carbón. Pero la intervención pública afecta a un colectivo socialmente muy sensible, muy bien organizado y con fuerte capacidad de presión política sobre el que toma la decisión.

En política, lo que no se ve no existe, y las aguas subterráneas no se ven. Por eso, los políticos evitan el conflicto hasta que estalla y deja de salir agua por los grifos y las duchas de sus votantes. El reciente conflicto provocado por la sequía en Doñana refleja bien este problema, tal como sucedió en Las Tablas de Daimiel hace años.

El regante que no usa el agua de su pozo corre el riesgo de que la use el vecino y de que, cuando él lo vaya a necesitar, el recurso se haya agotado

Cuando un humedal se seca es un indicador que nos alerta de que se está sobreexplotando el acuífero, de manera similar al chivato que nos avisa de que el coche se va a quedar sin gasolina. Pero los regantes presionan, y la Junta de Andalucía va a garantizar unos derechos de un agua que no existe.

Rusia y Ucrania lo ocupan todo, pero en el Día Mundial del Agua es el momento de reclamar la atención que la crisis hídrica merece. Los fondos europeos son una gran oportunidad para revertir la infrainversión que hay en el sector del agua español desde 2010.

Y hay alternativas. Hoy, el internet de las cosas permite visualizar en tres dimensiones los acuíferos: los sensores generan millones de datos que se pueden modelizar con inteligencia artificial y hacer una gestión en tiempo real, evitando la sobreexplotación.

También es posible financiar acuíferos artificiales en zonas costeras inundables que eviten los desastres naturales de las DANAS y permitan acumular el agua y gestionarla luego en el ciclo urbano, incluso para uso humano. Los fondos permiten invertir en infraestructuras para reciclaje y reutilización del agua que, junto a la eficiencia del consumo, son la única forma de suplir la menor pluviosidad provocada por el cambio climático.

El agua es vida y la vida tiene mucho valor, pero muchas veces no tiene precio. Cuidémosla.

*** José Carlos Díez es director del Foro de la Economía del Agua.