Se puede llegar a saber la climatología gracias al canto de los grillos.

Se puede llegar a saber la climatología gracias al canto de los grillos. iStock

Historias

El canto del grillo puede ser su nuevo hombre del tiempo: así es como le dice la temperatura

El chirrido de estos animales, unido a una curiosa ley científica, da como resultado el número de grados Celsius que hay en el ambiente.

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Andrea Gómez
Publicada

En cualquier punto de España, pero sobre todo en Madrid, las veladas de verano han sido mucho más calurosas de lo normal. Noches tropicales y ecuatoriales se sucedían una tras otra, y subir la persiana hasta arriba y dejar la ventana completamente abierta con la esperanza de que entrara, aunque fuera un pequeño atisbo de corriente, se volvió la única alternativa para poder soportarlo.

Pero esto tenía uno —o varios— inconvenientes. No solo molestaba la luz de la calle, sino que el ruido de una ciudad viva no cesa aunque el cielo se oscurezca. Y eso también incluye a la fauna. Los grillos hicieron de las suyas y, sin desafinar, emitían su canto durante largas horas. Sin descanso.

Pero, ¿qué pensaría si le dijera que se trata de un aviso, y que estos insectos solo están tratando de comunicarse con usted? Pues efectivamente, así es. Y no lo digo yo, lo dice la ciencia.

Estos pequeños animalillos se revelan como indicadores biológicos extraordinarios que pueden ayudarnos a comprender mejor nuestro entorno y, aunque parezca increíble, a saber sin necesidad de mirar el termómetro la temperatura que marca la jornada.

La ley de Dolbear

La relación entre el canto de los grillos y la temperatura ambiente no es una simple curiosidad científica, sino un ejemplo perfecto de biomimética aplicada al monitoreo ambiental.

En 1897, el físico estadounidense Amos Dolbear estableció una conexión matemática que revolucionaría nuestra comprensión de los indicadores naturales del clima, publicando en The American Naturalist su histórico trabajo The cricket as a thermomether (el grillo como termómetro, en su traducción al español).

Dolbear demostró que existe una relación directamente proporcional entre la frecuencia del canto de estos insectos y la temperatura ambiente. La fórmula que desarrolló: (Cpm / 5) - 9 = T, donde Cpm representa los cantos por minuto y T la temperatura en grados Celsius, permitía calcular el clima con una precisión notable.

Esa unión entre matemáticas y naturaleza causó furor entre los científicos de la época, quienes, a partir de la publicación, desarrollaron diversos trabajos relacionados con la misma temática como, por ejemplo, los de Hubert y Mable Frings en 1957 y en 1962.

Sin embargo, es importante reconocer que Margarette Brooks, una científica pionera, ya había intuido esta relación en 1881, aunque sus hallazgos permanecieron en la sombra durante décadas.

Adaptación y supervivencia

Los grillos son animales ectotermos, lo que significa que su temperatura corporal depende completamente del ambiente que los rodea. Esta característica, lejos de ser una debilidad, los convierte en sensores biológicos extremadamente sensibles a los cambios térmicos.

Cuando el calor aumenta, el metabolismo de estos insectos se acelera, haciendo que su órgano estridulador funcione con mayor rapidez. Esta parte, compuesto por zonas rugosas en las alas, produce el característico sonido mediante el roce del ala izquierda contra la derecha.

El proceso es tan preciso que permite establecer rangos térmicos específicos para la actividad vocal: los grillos comienzan a cantar a partir de los 15°C y cesan su actividad cuando la temperatura alcanza los 40°C.

Grillos, ¿pero cuáles?

Es fundamental abordar las limitaciones metodológicas del trabajo original de Dolbear para mantener el rigor científico. El físico estadounidense no especificó la especie exacta utilizada en sus experimentos, aunque estudios posteriores sugieren que se trataba del grillo del árbol de la nieve (Oecanthus fultoni).

Esta omisión es significativa porque cada especie tiene patrones de canto distintivos, y factores como la edad del insecto pueden influir en la frecuencia vocal.

Para obtener mediciones más precisas, los científicos recomiendan contar los chirridos durante 10 segundos y multiplicar por seis, aprovechando la naturaleza periódica del canto. La fórmula funciona óptimamente en el rango de 15 a 35°C, donde se mantiene la proporcionalidad entre temperatura y frecuencia.