Parece innecesario señalar que el principio mismo de que los administradores municipales perciban sueldos adecuados por su trabajo está a salvo de cualquier objeción. Pero no todos los alcaldes y alcaldesas de este país gozan de salarios convenientes, unas sumas que recientemente armaron tanto revuelo en Castilla-La Mancha al conocerse lo bien colocada que en este ranking se encuentra una alcaldesa toledana que anunció que iba a revisar sus emolumentos y los del resto de la Corporación.

Sin embargo, también hay alcaldes de pequeñas localidades que desarrollan esta noble labor por amor a su pueblo sin percibir retribución alguna: un 30,98 por ciento en el total del país, según datos del Ministerio de Política Territorial y Función Pública. Todos ellos han renunciado a esa posibilidad salarial bien porque han decidido trabajar de forma altruista, o porque cobrar resulta incompatible con otros cargos que desempeñaban en instituciones públicas.

Un porcentaje que se eleva hasta el 37,8 por ciento en Castilla-La Mancha, donde aproximadamente 350 alcaldes no esperan recompensa monetaria alguna por desempeñar sus funciones al frente de la Corporación municipal, por un 36,56 por ciento que sí lo hacen, o el 25,75 por ciento que han incumplido la obligación de comunicar al Ministerio sus retribuciones. Un porcentaje que se distribuye de una forma muy desigual en la Comunidad autónoma donde esta proporción representa más de la mitad de las localidades en las provincias de Cuenca y Guadalajara- las más despobladas- por el 25,29 por ciento en Albacete de alcaldes con “sueldo cero”; 18,63 por ciento en Toledo; y el 11,65 por ciento en Ciudad Real.

Al margen del color político de cada uno, todos estos alcaldes de pequeñas localidades de Castilla-La Mancha que trabajan con el altruismo más absoluto por bandera, merecen ser reconocidos como ejemplos de austeridad, entrega al pueblo que representan, y vocación de servicio a sus ciudadanos. Pequeñas poblaciones con pocos habitantes -gente mayor en su conjunto- mal comunicadas, y donde sus vecinos sufren continuos recortes de servicios, además de un “abandono” institucional cada vez mayor.

Un imprescindible servicio público mantenido gracias a estos anónimos y ejemplares servidores, que merecen algo más que la estima y aprecio de sus convecinos.  Dirigentes locales que pierden la cuenta del número de horas que dedican a atender desinteresadamente sus ayuntamientos, para luego seguir desempeñando los trabajos de los que subsisten. Personas, en definitiva, que intentan hacer prosperar los pueblos que los vieron nacer y que ahora son pasto del deterioro.