En una entrevista en La Tribuna, Marcelino Pérez, de profesión quiosquero durante más de veinte años, anuncia el cierre de su establecimiento en Toledo. Otra clausura que deja a la ciudad con tan sólo un puesto de venta de periódicos y a sus lectores, ejemplar en mano, convertidos en una imagen casi romántica y en vías de desaparición en la población. Es tajante Marcelino cuando asegura que Toledo es “una ciudad que no lee” prensa escrita, más se queda corto en su diagnóstico. No sólo en la capital regional, en 2020, Castilla-La Mancha fue la comunidad autónoma con el menor porcentaje de lectores de diarios en todo el país, apenas un 10,5%, frente al 34,8% de Asturias y muy por debajo de la media nacional.

Mucho se habla en este país de proteger la cultura y su alrededor, pero pocas veces se menciona a los quioscos de prensa como elemento fundamental en su desarrollo. Unos faros culturales imprescindibles en nuestra sociedad y en vías de desaparición de nuestro paisaje urbano. Una disminución que no se limita exclusivamente a estos establecimientos, también a otros puntos de venta habituales como librerías, estaciones de servicio, o supermercados donde igualmente van desapareciendo de sus lineales. Una tendencia cada vez mayor que arrastra la industria editorial hace años ante la progresiva caída de venta de ejemplares de prensa. Una preocupante inclinación certificada por la OJD al cierre del pasado ejercicio con un nuevo retroceso en los números de tirada: apenas 65.000 copias alcanzadas por el periódico generalista con mayor número de diarios vendidos en nuestro país.

La revolución digital ha comportado grandes ventajas, pero también está dejando muchas víctimas por el camino. Una de ellas son los quioscos de prensa, que ven como cada año disminuye su negocio y aumentan considerablemente los establecimientos cerrados. Y todo fruto de una paradoja: nunca se había leído tanto en este país –sólo hay que mirar a la gente enganchada a las noticias a través de sus móviles, tabletas u ordenadores-, pero, en cambio, jamás se había vendido tan poca prensa. Un mostrador -de los que aún resisten- que se ha transformado en los últimos años en escaparate de servicios, productos y chucherías diversas mucho más rentables que la venta de periódicos. Una situación en estado de agonía donde las nuevas generaciones y tecnologías no muestran precisamente intención alguna en dar continuidad a su existencia.