Escudo de armas de la monarquía hispánica en la capilla de Reyes Viejos de la Catedral de Toledo.

Escudo de armas de la monarquía hispánica en la capilla de Reyes Viejos de la Catedral de Toledo.

El Comentario

1655: un Corpus sin canónigos

Alfredo Rodríguez González
Publicada
Actualizada

Los conflictos de precedencia o de etiqueta, que fueron muy habituales en el pasado, son difíciles de entender desde la mentalidad actual. En ellos, los representantes del poder se enfrentaban para determinar el sitio asignado a las autoridades en las ceremonias públicas. Algo que hoy parece trivial podía originar disputas fastidiosas y hasta violentas que a veces se enquistaban y acababan arrastrándose durante décadas. La procesión del Corpus, que exaltaba la devoción al Santísimo Sacramento, pero que era también una representación visible de la posición social de sus participantes, fue terreno abonado para que se manifestasen esas desavenencias. La que enfrentó al Santo Oficio con el Cabildo catedralicio, a lo largo de los siglos XVI y XVII, fue de especial dureza.

Pese a tratarse de instituciones muy cercanas en muchos aspectos, hasta el punto de que algunos inquisidores eran canónigos, el deseo de mantener sus respectivos derechos y privilegios hizo que el protocolo enturbiase las relaciones entre ambas. Durante el Corpus de 1592 un altercado sobre el lugar en el que debían ir los guardas seglares que acompañaban a los canónigos dio origen a un largo conflicto. El Cabildo quería que fuesen detrás de cada una de las filas que formaban los eclesiásticos, delante de los guardas que llevaban los inquisidores, mientras que el Santo Oficio se sentía agraviado por ello y quería que se situasen a los lados. Al año siguiente, el arzobispo Quiroga, en previsión de "discordias y diferencias," pidió al Cabildo que se resignase a colocar a sus guardas al lado de los de la Inquisición. Pero el conflicto no se solucionó, si se tiene en cuenta que en 1618 Felipe III y en 1621 Felipe IV recordaron a los canónigos que no debían desairar a los inquisidores que participasen en la procesión del Corpus.

Décadas más tarde el asunto aún coleaba porque el Cabildo se resistía a renunciar a lo que entendía era su derecho, al tiempo que el anciano deán, Antonio Fernández Portocarrero, añadió más leña al fuego cuando comenzó a ir acompañado en la procesión de un clerizón y un paje "con manteo y sotana". Aunque en teoría su misión era ayudarle a arrodillarse e incorporarse, lo cierto es que los inquisidores se sintieron agraviados y lo interpretaron como un menosprecio. El deán falleció en 1651 y su sucesor y sobrino, el que luego sería arzobispo primado Luis Manuel Fernández Portocarrero, no parecía dispuesto renunciar ni a los guardas ni al clerizón y paje.

Decreto de Felipe IV

En abril de 1653 las negociaciones para alcanzar un acuerdo no parecían avanzar, por lo que desde Toledo se pidió al rey Felipe IV que mediase en el conflicto. El monarca emitió un decreto para que por ese año se mantuviesen las cosas tal y como estaban, es decir, que el deán fuese acompañado de guardas, paje y clerizón. La decisión se conoció el mismo día del Corpus, cuando se estaba formando la procesión para salir del templo. Pero al comunicar el mandato regio a los inquisidores, alegaron no tener notificación oficial del mismo y manifestaron su voluntad de no respetar la preeminencia del deán. Los canónigos, finalmente, y para evitar males mayores, decidieron que Portocarrero no participase en la procesión, sino que se quedase en el coro acompañado de dos capitulares. Al mismo tiempo, hicieron saber al Santo Oficio que no renunciaban a su derecho y le afearon su conducta haciéndole ver "lo mal que avía de parecer en el pueblo que el tribunal reparase con esta santa Iglesia en una cosa tan menuda".

El día del Corpus del año siguiente, 4 de junio de 1654, volvieron a producirse tensiones porque el arcediano de Madrid, Francisco Moscoso, que sustituía al ausente deán, hizo saber su intención de acompañarse de paje, clerizón y guardas seglares, mientras que los inquisidores le anunciaron que no reconocerían su preeminencia. La discusión tenía lugar mientras se preparaban para salir los participantes en la procesión, inquietos por la demora. El desfile se inició con retraso y, cuando el Cabildo puso el pie en la calle, el Santo Oficio amenazó con excomulgar, encarcelar y multar a los guardas si se ponían detrás de los eclesiásticos y no a los lados. La advertencia no pareció surtir efecto porque se colocaron detrás, pero al finalizar la procesión los guardas se quedaron en la casa del tesorero, dentro del recinto catedralicio, para evitar ser detenidos, y allí vivieron a lo largo de los meses siguientes, lo que indica que la situación no se había calmado.

Detalles sobre la procesión del Corpus en 1655, recogidos en los archivos de la Catedral.

Detalles sobre la procesión del Corpus en 1655, recogidos en los archivos de la Catedral. Venancio Martín

Finalmente, el rey tomó partido por el Santo Oficio y el martes 25 de mayo de 1655, dos días antes de la procesión, se conoció en Toledo su decisión de prohibir al deán que fuese acompañado de paje y clerizón, y de que los guardas se situasen a los lados y no detrás. El Cabildo se sintió humillado y aquel año de 1655 los canónigos se negaron a salir en la procesión y se quedaron en el coro "por no verse al desayre que puede sucederles con la Inquisición de que en la calle prendan a los guardas o suceda otro desmán con algún leve pretexto". Puede imaginarse el estupor que provocó su deseo de quedarse en la Catedral, mientras que sólo los racioneros y capellanes participaban en el desfile. El monarca no pasó por alto el gesto de desaire a su orden, y pocos días después los canónigos responsables, el tesorero y el vicedeán fueron excomulgados, multados con 500 ducados y se les recluyó en sus domicilios.

El Cabildo siguió resistiéndose a admitir su derrota y en 1656 hubo de salir en la procesión, pero decidió hacerlo no en su lugar habitual, delante de la custodia, sino junto a ella, con hachas de cera en las manos, sustituyendo a los niños que ocupaban ese lugar. Además, para hacer patente su animadversión al Santo Oficio, acordó que el maestro de ceremonias no entregase a los inquisidores las velas que se daban a todos los participantes en la procesión. Aquello suponía un agravio de tal magnitud que hasta el propio cardenal Moscoso les hizo saber que "se olgaría de que por ogaño no se hiziese esta demostración … que si era menester bajaría a pedir esto mismo al Cabildo de rodillas". Los canónigos no parecían dispuestos a ceder, lo que les abriría un nuevo conflicto con el arzobispo. El tiempo les vino a salvar, porque llovió tanto aquel Corpus que la procesión no salió ("por los muchos lodos que ay y peligro de que en ellos resbalen los que llevan la custodia"), sino que lo hizo al domingo siguiente. Finalmente, a instancias del prelado, el maestro de ceremonias dio las velas a los inquisidores y la procesión pudo salir, pero los menosprecios al Santo Oficio se hicieron patentes en ese año y los posteriores.

Ejemplares que forman parte del Archivo Capitular de la Catedral de Toledo.

Ejemplares que forman parte del Archivo Capitular de la Catedral de Toledo. Venancio Martín

Una vez más Felipe IV tomó cartas en el asunto e intervino en el conflicto. En 1659, tras hacer patente su descontento porque el Cabildo se resistía a cumplir la orden que había dado en 1655, le reprendió porque "debiendo aquietaros a tan justa resoluçión havéis intentado otras cosas de mayor desautoridad al tribunal de la Ynquisiçión". Por ello, hizo saber que no iba a tolerar más descortesías a los inquisidores y advirtió a los canónigos de forma terminante: "No dareys lugar a que yo llegue a entender lo contrario".

Desde esa fecha, la procesión del Corpus sería controvertida en algunas ocasiones, pero ya no volverían a ponerse de manifiesto desavenencias entre el Cabildo catedralicio y el Santo Oficio

Texto: Alfredo Rodríguez González es técnico del Archivo y Biblioteca Capitulares de Toledo. Fotografías: Venancio Martín.