El Alcaná

Pedir perdón

4 mayo, 2020 00:00

El presidente de la Junta, Emiliano García-Page, pidió perdón el sábado por la gestión de la crisis sanitaria desde que comenzara el pasado mes de marzo.

El alcalde y la presidenta de la Comunidad de Madrid, José Luis Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso, pidieron perdón por el acto de clausura de Ifema, donde un buen número de sanitarios y otros efectivos se agolparon durante unos minutos. La disculpa honra a quien la solicita y lo hace más humano, sin duda. Es lo mínimo que los ciudadanos esperamos cuando los comportamientos de nuestros representantes no son los adecuados o los oportunos a las circunstancias. Pedir perdón engrandece y ennoblece el alma cuando la petición es sincera. La humildad, curiosamente, es la más grande virtud de todas, pues manifiesta en quien la ejerce su disposición de ánimo a aprender y saberse errado de vez en cuando. Es la antítesis de la arrogancia o soberbia de quien considera que jamás puede estar equivocado, o si lo está, no lo suficiente como para rebajarse y aceptar una reprimenda del contrario. A lo largo de la vida, otra de sus paradojas, me he encontrado que quienes practicaban el hábito de pedir perdón no eran curiosamente quienes más debían hacerlo, aunque eso siempre les honrase. Al prepotente ni por la cabeza se le pasa la posibilidad de solicitarlo, considerando que no es necesario o que sencillamente se la suda lo que los demás piensen. El virus nos enseña que la verdad emerge.

La tensión es máxima y las decisiones contradictorias, como el propio ser humano. He escrito ya en alguna ocasión que empatizo fieramente con el dirigente que ha de tomarlas a solas, imaginándolo en un mar de dudas y brumas de tinieblas. La información se ha demostrado clave en procesos de este tipo; por eso, concedo siempre el beneficio de la duda a quien ejerce su potestad, entendiendo que conoce claves que no están a mi alcance. Eso es una cosa, pero otra muy distinta es la actitud, que también emerge en estos días de verdad y virus. Se ve claramente quién se tapa o esconde, de igual manera que se aprecia el que quiera saber y salir más. Pero, sobre todo, se desnudan los ropajes de la arrogancia y el engreimiento. Quien todo a su alcance lo tiene y opta por hacer solo caso a su entendimiento pensando que es divino, se retrata para siempre. Las tribulaciones de la vida son máximas y nos distraen, pero cuando llega el momento de la verdad, cada uno de nosotros posa con su auténtico rostro. El daguerrotipo que sale es infalible y es el diagnóstico que debemos apuntar en el cuaderno de bitácora para guiarnos después.

Sánchez por eso se retrata como un personaje sin escrúpulos, capaz de aislarse del resto, aunque el resto se caiga a pedazos. Tiene un concepto tan elevado de sí mismo que pedir perdón o decretar luto sería tanto como reconocer que no lo ha hecho bien. Su relación con la verdad es problemática y es ahora cuando se le nota. Dice que llama a la oposición y la oposición lo desmiente. Cómo va querer un pacto si lo mínimo que hace falta son buenas maneras y compostura. Lo de Sánchez y el pacto me recuerda al trágala de Fernando VII. Es capaz de decir una cosa y hacer la contraria o inventarse los datos directamente para salir del paso. No se puede mentir todo el tiempo a todo el mundo, porque la realidad te contraría.

Iglesias, por su parte, se descubre como un déspota, conocedor de su influjo, que aprovecha cualquier resquicio para impartir doctrina e imponerla. Su meta es el estado comunista y Sánchez, un Kerensky de la vida. Promoverá las contradicciones internas que hagan falta para hacerlo naufragar y quedar él al mando, aunque sea de un Titanic al que se le caen las tablas a trozos. Con esta tesitura, la postura de Casado es endiablada. Aunque creo, por su bien, que deberá pactar si no quiere recoger los restos de un naufragio sobre el que mandar. Europa pondrá las condiciones y entonces ese será su momento. Por lo demás, me sigue interesando más que nada el lado humano de las cosas. Todavía estamos a la espera de que Sánchez e Iglesias pidan perdón sin telepronter ni arrumacos de padrastro.