El 23 J terminó confuso, indescifrable, impredecible. Los ciudadanos habían votado más que en otras ocasiones, a pesar de los augurios, pero la suma de votos dejaba un panorama de enrevesadas tramas. La derecha ganaba en votos, pero con dificultades para formar gobierno. La izquierda perdía, pero con la suma de sus votos más la de otros, sí ve posible formar gobierno. Con tales resultados la derecha se ha adentrado en el mes de agosto en una campaña acorde con el tórrido verano, reclamando su derecho a que la lista más votada deba gobernar. Es la democracia, dicen. Unos meses antes había hecho patente su derecho a pactar en Ayuntamientos y Comunidades Autónomas, al margen de las listas más votadas. También es la democracia. Para conseguir sus propósitos, en los últimos días, antes de constituirse las mesas de las Cámaras, han presionado, y continúan haciéndolo, públicamente para que el Jefe del Estado acepte su interpretación de la democracia, con olvido de la Constitución. Pero a sí mismo con olvido de que, las intervenciones políticas de los monarcas en tiempos anteriores, sembraron la Historia de España de dictaduras y enfrentamientos civiles.

Antes de continuar debemos recordar que Sánchez, en la legislatura terminada, se había aventurado en una apuesta insólita, formando gobierno incluso hasta con un adversario insoportable. El Sr. Iglesias (Podemos) privaba del sueño al Sr. Sánchez (PSOE). Para que la decisión de formar un gobierno tan arriesgado no mermara la salud del Sr. Sánchez, no sólo la derecha, sino también militantes cualificados de su partido, recomendaban a Sánchez que dejara gobernar a la derecha. Y es que, en casos dudosos, el poder siempre es un asunto que pertenece a la derecha, y lo contrario, es intrusismo en dominios ajenos. Sánchez agradeció tan bien intencionados consejos con el silencio y decidió formar un gobierno con el adversario que le alteraba el sueño y con representantes nacionalistas y variados diputados. Y así fue cómo en una legislatura inimaginada de un gobierno de izquierdas se aprobarían grandes proyectos igualitarios, sociales o prosperaron, año tras año, los Presupuestos Generales del Estado, pieza clave en la economía del país. Y así llegó por mandato constitucional a la convocatoria de elecciones municipales y autonómicas. Los resultados supusieron un batacazo para el gobierno de Sánchez, pues los ciudadanos pasaron de alcaldes y presidentes diversos, y votaron cómo votaron.

Con tales resultados a Sánchez se le ocurrió adelantar las elecciones generales y colocarlas en pleno mes de julio vacacional. Una treta para alterar los resultados, bramó la derecha. Una nueva apuesta de riesgo, pensaron quienes eran menos de derechas, pero con las dudas en el cuerpo. Estamos tan habituados a que la derecha condicione lo que debemos pensar que la iniciativa de Sánchez sonaba a catástrofe. Los resultados, los conocemos. El escenario se ha complicado hasta tal punto que, para formar la mesa del Congreso y el mismísimo gobierno, hay que contar con el apoyo o la abstención de un tipo excéntrico que, huido de Cataluña, vive en Waterloo. Eso sí, se olvida que el PSOE ha sido el partido más votado en Cataluña y País Vasco y que las tensiones nacionalistas, que motivaron la huida del citado tipo excéntrico, han amainado, aunque los nacionalismos nunca se agotan.

El citado refugiado se ha convertido en el nuevo personaje que quitará el sueño a Sánchez. Los mismos de la primera vez aconsejan que deje gobernar, por su salud, a la derecha. Pero Sánchez ha decidido obviar su salud y volver a intentar un nuevo gobierno tan insólito o más que el anterior. De momento, la mesa del Congreso se ha constituido con la naturalidad de un trámite burocrático. Y ha elegido una presidenta de izquierdas. Comienza la siguiente fase. La historia continuará.