Capilla Sixtina

Sánchez, culpable

14 abril, 2020 00:00

Tanto para quienes creen en conspiraciones -China habría ganado la primera Guerra Bacteriológica Mundial- como para los que cualquier teoría de conspiración les produce sarpullido, a ellos se dirige este texto.

Se relata una conspiración doméstica, cierta porque estuve allí. Quienes culpan a Sánchez de lo que está pasando en España, tienen razón. Pero nada que ver con lo que grita la derecha mediática, sociológica y política. Por supuesto, tampoco con el hecho de que todo el mundo sepa las medidas que habría que haber tomado a toro pasado, menos los técnicos y el gobierno. O que los consensos nacionales se rompan siempre que la derecha pierde el poder.

Ocurrió en una tarde de un mes que no nombraré. Por casualidad, como ocurren los grandes descubrimientos, me encontré en una reunión reducida para opinar sobre la situación del PSOE. “El PSOE desaparecería como organización en pocos años sí no se actuaba con contundencia”, era el argumento dominante entre los presentes. Sánchez había superado todas las tramas y conjuras; había desbaratado las maniobras en su contra (algunas compartidas con PP y Cs), y había sobrepasado todas las líneas rojas. Después de tenerlo humillado y casi fuera del partido, había vuelto. Había ganado las elecciones primarias y había configurado un partido a su medida.

Susana Diez era la apropiada para ganar las elecciones primarias por mayoría aplastante. En una sociedad, cada día más feminizada, se proponía una mujer candidata a la Secretaría General del partido más longevo de la democracia española. Un hito en el proceso de participación de la mujer en el poder. Además, provenía de Andalucía y era apoyada por los militantes históricos del partido. Con tales elementos a su favor, perdió. Perdió ante un personaje que las redes sociales y los medios de comunicación, cada uno por diferentes motivos, convirtieron en héroe. El hombre corriente derrotado, sublevándose ante unas élites arcaicas y narcisistas. Una épica postmoderna. Perdió por el tradicional complejo socialista a no parecer de izquierdas. En el PSOE históricamente late un anhelo revolucionario siempre impreciso. Además tenía prisa en llegar al gobierno. Con un número exiguo de diputados ya hablaba de ser presidente del Gobierno. La debacle estaba asegurada, aunque el PP viviera asediado por la corrupción, a Rajoy le cercaran sus correligionarios y careciera de un sustituto presentable.

Alguien, experto jesuítico de la sicología humana, expuso que si se quería eliminar a Sánchez se debía actuar con contundencia. No valían juegos de salón ni conspiraciones a la antigua usanza. Las redes y la organización territorial descentralizada habían dinamitado el tradicional partido de militantes, atrincherados en las Casas del Pueblo. Había que manejar algo contundente. Tras discusiones abruptas se encargó a Z que empleara sus habilidades para resolver la cuestión. Aceptó y anunció que recurriría a los chinos, que no fallan. No a los norteamericanos, un desastre, pese a Hollywood que les presenta como salvadores de la galaxia. Ni a los rusos, sumergidos en un chapapote de corrupción incontenible. Ni a los israelíes, enfrentados hasta límites bíblicos.

El resultado lo conocen, aunque nada tenga que ver con el objetivo inicial. Un laboratorio de una provincia perdida de China propuso crear un virus letal para administrar individualmente. Imposible sospechar que el laboratorio se descontrolaría por una historia de amor y dólares entre un neurovirólogo chino y una colaboradora norteamericana. El virus, destinado a Sánchez, salió del laboratorio en el que se guardaba. Y se expandió, primero, por la provincia donde se localizaba el laboratorio. El resto es la historia de una pandemia. ¿Acabará, no obstante, con Sánchez, aunque de manera radicalmente distinta a cómo se fraguó? Continuará. Aunque, la verdad, no lo tenga nada claro.