Capilla Sixtina

El ábside de Santiago

28 noviembre, 2017 00:00

El ábside de la iglesia de Santiago, en el Arrabal de Toledo, está gravemente enfermo. Dos enemigos igual de tóxicos colaboran en ello: los gases de combustión y la despreocupación por el patrimonio. Los ladrillos del ábside se degradan en un edificio único. Existen otros edificios de ladrillo, pero este  resulta inclasificable. ¿Qué arquitecto se atrevió a plantear una obra tan espectacular en unos barrios humildes? ¿Qué mensajes quería trasmitir? En los tiempos en los que se construyó la arquitectura se empleaba como libro en el que plasmar ideas, creencias, valores espirituales. En esa clave de especificidad habría que interpretar este edificio, cuyos componentes se descomponen silenciosamente. Si algo sobresale del edificio, aparte de su textura mudéjar con sueños  góticos, es su grandiosidad escénica, edificado sobre un  terreno de desnivel huidizo. Resultado: una obra impactante que aún no hemos aprendido a valorar. De lo contrario, los coches que la estrangulan, como un collar de indiferencia, hace tiempo que habrían desaparecido de sus alrededores. Como tendrían que desaparecer las viviendas entre ella y la muralla. En un espacio abierto, con la construcción oxigenada por el  viento y la luz, adquiriría una nueva dimensión de fábrica excepcional. Para ver ejemplos, sólo tienen que aproximarse a Zamora.

Todo conspira contra esta iglesia de fantasía en un barrio humilde. Su  ubicación a trasmano, su situación en la entrada de la ciudad, la circulación de automóviles en aumento, los usos de los terrenos aledaños como aparcamiento intensivo, la pasividad de las instituciones, la falta de sensibilidad  ciudadana. Hasta dos cipreses han crecido soberbios y ocultan uno de sus laterales. Los árboles pueden parecer románticos en el entorno de los edificios históricos, pero se transforman en un estorbo real si obstaculizan la contemplación cercana o en perspectiva de ese mismo patrimonio. Un bien, tan bello como un árbol mal colocado, puede  devenir en una catástrofe.

El ladrillo es un material delicado pese a su tosquedad aparente. Incorpora en su genética la sensibilidad esquiva de la arena y del agua. Por esa condición no soporta las agresividades feroces de una contaminación infiltrante de automóviles, autobuses, camiones de carga o descarga, motocicletas. O la inhibición de los responsables para mantenerlos adecuadamente. Los edificios de ladrillo son complejos arquitectónicos con propensión a la enfermedad en contacto con otros materiales o gases amenazantes. Deben ser protegidos con rigor y mimo. Con la constatación de saber que forman organismos frágiles, muy frágiles, que soportan, tan mal como los humanos, cualquier clase de intoxicación.