El Museo Nacional Reina Sofía ha comprado dos cuadros de Antoñito López, el genio de Tomelloso, y uno, la verdad, no sabe para qué. Por los dos "antoñitos", "Sinforoso y Josefa o matrimonio" y "Antonio y Carmen o matrimonio joven", pintados en 1955 y al año siguiente se han pagado 350.000 euros, una cantidad que la mayoría de los expertos, y con los que uno no puede estar más de acuerdo, consideran un verdadera ganga, a la vista de cómo está la cotización de este tomellosero universal.

Los dos cuadros, con unas dimensiones aproximadas de sesenta por noventa centímetros, están claramente inspirados en aquellas composiciones fotográficas coloreadas, que colgaban en el interior de las casas de los pueblos todavía en los años sesenta y setenta del siglo pasado, realizadas por aquellos fotógrafos, muchos de ellos ambulantes, que solo aparecían en los pueblos en las fechas señaladas del año, recreando una composición que se convertiría en un verdadero icono de la época.

Puestos a hacer un retrato de los padres y los abuelos, Antonio López lo hizo como el retratista de pueblo que retoca la foto, la composición, la colorea y acaba por instalar a los protagonistas, entre pinceladas de acuarela y repintes sobre la placa de cristal de las viejas cámaras, en el reino de los fantasmas al que irremisiblemente todos estos rostros de campesinos manchegos en traje de boda pertenecerán con el paso del tiempo. Su precoz genialidad reside ahí. En mostrar la vida de todos los días en aquellos interiores que parecen aguardar la llegada del espectro familiar de la hora de la cena.

Pero a lo íbamos. Por una vez uno aplaude una decisión tomada en un museo, que tantas obras admirables contiene y que, desgraciadamente, está demasiadas veces presente, no por sus obras, sino por decisiones que en muchas ocasiones han estado cargadas de criterios políticos y sectarios antes que artísticos. Eso sí, luego, cuando uno ha continuado leyendo, se ha llevado el chasco pertinente y que casi nunca falta cuando se tratan de actuaciones de los directivos del "Sofidú".

Resulta que, además de los dos cuadros adquiridos, tras tenerlos en depósito durante unos cuantos años, el Reina Sofía tiene en su colección otras veintiocho obras que, incomprensiblemente, en su inmensa mayoría no están expuestas, castigadas a purgar sus pecados en ese lugar maldito de todos los museos que son los depósitos.

El "Prado oculto" tiene una inmensa riqueza y todo el mundo acepta como inevitable que todos los artistas no pueden estar expuestos en las salas. En aquel venerable museo hay muchos siglos que contar, mucha pintura que colgar y demasiados genios para tan pocas paredes a pesar de todas las ampliaciones que se quieran. Pero lo que casi nadie comprende es que en un museo de arte contemporáneo y español, ubicado en pleno corazón de la capital del reino de España, veintiocho obras de Antonio López García, el sobrino de Antonio López Torres, no tengan sitio con tanto adefesio y timo de la estampita con los que uno se topa cada vez que se le ocurre hacer un visita.

Antoñito castigado al sótano por carca, no suficientemente moderno y atreverse a enseñar simplemente pintura a los que no pintan ni una mona. Le hace falta urgentemente un carné de pintor progresista.