Hace tiempo que en España, afortunadamente, no hay ni ruido de sables ni frufrú de sotanas; ni cuartos de banderas con olor a tabaco y a brandy Soberano, ni sacristías con perfume de cera y vino de consagrar. En el interior de los cuarteles triunfa la misma estética de las sedes bancarias y en las nuevas iglesias, de la sacristía solo queda el nombre.

No hay sacristanes ni chusqueros. En el clero y en la milicia hay que pasar por la Universidad para hacer carrera. Eso sí, cuando les dejan unos y otros se dan un homenaje en forma de desfile o de procesión. Al cura o al militar de hoy les quitas la sotana, la guerrera y el poco ritual que les han dejado con la cosa de la pobreza y los recortes y se quedan reducidos al pluriempleado de la “Oficina siniestra” de cuando La Codorníz. Hay que darles de vez en cuando un buen desfile, unas maniobras de la OTAN, el entierro de un arzobispo o la consagración de un prelado para que se vengan arriba y muestren al menos un poco de aquel “glamour” añorado.

Pero como pasa siempre, nunca va la cosa a gusto de todos y ahí tienen al amigo Javier de Pablos recogiendo chismes de sacristía por el despliegue por tierra mar y aire de los efectivos de la División Acorazada de la Iglesia Católica, con sede en la “Dives toletana”, con ocasión de la consagración como obispo auxiliar de Toledo de don César García Magán, que es algo así como llegar a general de brigada en el Ejército Español después de haber pasado por el escalafón de oficiales y jefes. Y es que al parecer, como cuenta Javier de Pablos, a algunos afiliados de a pie de la Iglesia Católica, lo del boato, el rito, los cinco cardenales, los 8 arzobispos, los veinte obispos y los trescientos cincuenta curas de a pie les parece cosa de cuando se fumaba Picadura Selecta y Caldo de Gallina en las sacristías y en los cuartos de banderas se hablaba fuerte y recio del gobierno de turno y se juraba en arameo  la pérfida Albión.

Pero en fin, uno observa la fiesta desde fuera y lo único que se le ocurre decir es que la cosa sea por muchos años y que el día que la Iglesia Católica deje de celebrar estas cosas como Dios manda algo habremos perdido todos para siempre y perderán también los edificios en que se celebran.

A algunos se les olvida que, si la catedral de Toledo se ha mantenido y ha llegado hasta hoy para que creyentes y no creyentes la gocemos, ha sido sin ninguna duda por  celebraciones como las del otro día. Así que por mí no falten.