La gente no puede comprarse un piso. Y el ruido sigue sonando en la televisión. Ábalos se compra una tele para su celda, el fiscal general borra su móvil y Sánchez dice que la economía española ya no va en moto, sino en cohete. En tren no, porque llegaría tarde. O no llegaría, como en Talavera.

Llegará la Nochevieja y cantaremos, claro, porque la vida no depende de los políticos, sino de lo que nos pasa en el pecho, esa guarida del alma, ese secreto inconfesable, ese deseo. Nos miramos al espejo cuando nadie nos ve y solo Dios sabe qué encontramos en el reflejo. Quizá un recuerdo amargo, una arruga nueva, una promesa rota. Pero también la comunión de la chica —hay que ver lo guapa que iba—, una entrevista de trabajo en la agenda y ese día en que tu mujer te acarició el pelo mientras dormías. Esas pequeñas cosas que vienen y vendrán al otro lado del Tajo o del Júcar, en ese reino sin muros que es la vida cuando se conjuga con palabras propias.

Aunque la vida ha seguido costando en este año que se va haciendo viejo: los huevos por las nubes, la decencia de los koldos por los suelos; las mentiras de Mazón aún escuecen; ¿quién narices diseñó el sistema de cribados del cáncer en Andalucía?; y Corina Machado, esa luz en medio de las tinieblas del autoritarismo, sigue esperando a que el marido de Begoña le felicite por el Nobel. Aunque sea que le envíe un tuit desde un Plus Ultra.

Mucho ruido, furia en las redes, consultores en la radio, Broncano como tentación nacional —yo tampoco puedo evitar la risa tonta—, Sálvame se la pega con tu dinero, Juan Carlos Rivero sigue confundiendo nombres, Alves se hace predicador, Viva Suecia y su disco perfecto y Abascal de vuelta al caballo.

En Gaza siguen llorando los niños, los nuestros, porque nada humano nos es ajeno. Hay cascotes por todas partes y llevan el rostro de Netanyahu. María limpia casas en San Francisco. Ayer fue a hacer la compra con su hijo. En el pasillo de las ofertas vinieron a por ella. Gritó. Pero dio igual, porque la Fox no lo sacó. Hoy está en un avión rumbo a Bolivia, sola, pero digna.

Y aquí, en nuestra tierra, Emiliano sigue de carnaval, cambiando de máscara según el día. Según la tele. En Toledo se enfada, niega y reprende; en Madrid sonríe y se hace socialdemócrata moderadísimo. Algunos le siguen comprando la mercancía, pero intuyo que ya no tantos.

En Albacete, septiembre volvió con su récord: 3.160.000 personas visitaron la Feria. La vida cierta: palmas, sonrisas y toros para celebrar un instante propio. La terminal intermodal Guadalajara-Marchamalo está cada vez más cerca. Y en Toledo, la Red Alimenta ha vuelto a conseguir que la comida que sobra en unos sitios llegue a otros donde hace falta: el bien hace menos ruido, pero dura mucho más. El año se cierra con Ciudad Real y Miguelturra conectadas por un puente que unirá a 100.000 personas. Está bien el puente que une como símbolo de lo que debería ser la vida. Y en mi querida Cuenca, ay, el año nos deja una ciudad llena de grafitis, un caos en la gestión del transporte municipal y el centro igual de abandonado que el año pasado. Ea.

Se nos va el año, otra vez. Y frente al ruido, la mentira, la indecencia y la precariedad, lo único que queda —y no es poco— es la esperanza. El arma de los pobres. Esa no depende de Sánchez ni de Page, ni de la hipoteca o la gasolina. Que su voz suene más fuerte depende únicamente de ti. Feliz vida nueva.