Setenta y siete millones de norteamericanos, gordos y con pinta boba, se sentirán orgullosos del Presidente que votaron. Va por el mundo como un auténtico norteamericano. Imponiendo su voluntad, implantando aranceles, mezclando lo privado con lo público, de tal manera que no se pueda distinguir lo que son los negocios de la familia de los intereses de los norteamericanos. Somos los dueños del mundo. Y todos tienen que saberlo porque se había olvidado. En Europa la Segunda Guerra Mundial la ganaron los norteamericanos. En las tierras y en las playas de Europa dejaron su vida y sus ilusiones nuestros jóvenes que habían ido a derrotar al monstruo. Ya lo habíamos hecho antes. Cuando Norteamérica decidió participar en la Primera Guerra Mundial terminaron tres años de carnicerías infames. La guerra que iba a acabar con todas las guerras no hubiera terminado sin nosotros. Pero esto se olvida con el tiempo. Todos parecemos iguales. Y, no, no lo somos.
Nosotros somos guerreros, luchadores, conquistadores. El mundo sin nosotros no sería igual. Europa estaría en manos del comunismo. Como toda Latinoamérica, si no fuera por nosotros. Evitamos la implantación del comunismo con ese tal Allende. Desalojamos a los dictadores que antes habíamos impuesto cuando se rebelaron. Los Trujillos, los Somozas, los Arbend se creyeron autónomos. Cuando no entendieron que eran nuestras empresas las que debían seguir controlando los recursos que antes estaban abandonados. Invadimos Panamá porque se olvidaron de quiénes habían construido el Canal. Que ahora esos países sean un desastre no es asunto nuestro, es de ellos que no saben gobernarse y todos quieren venir a disfrutar del sueño americano. Dilapidan nuestra ayuda. Se comportan como los europeos que se aprovechan de nosotros. Son unos gorrones. Eso se está terminando con este Presidente que quiere hacer grande a América de nuevo. ¿Qué cómo de grande? Imponiendo nuestros aranceles, nuestras normas, nuestras creencias, nuestros valores religiosos. Es la segunda revolución americana, basada en el nacional-egoísmo. Estamos haciendo “grande la ciudad sobre la colina” que nuestros padres fundadores iluminaron con su sabiduría.
Por supuesto que estamos orgullosos. Nuestro Presidente ha ido a Europa a inaugurar un campo de golf y aun así ha sacado un tiempo precioso para recibir a esa señora mema y pagarán aranceles, comprarán armas y energía. Tienen que contribuir a paliar nuestro déficit. Y ustedes seguirán dependiendo de nosotros. No intenten nada por su cuenta, les saldrá mal. El Presidente saca un poquito de tiempo de sus actividades privadas y lo dedica a garantizar que los europeos no se aprovechen de nosotros. Esto viene de lejos, desde 1945. Pagarán por sus productos vendidos en América. Hemos establecido las condiciones para que no pretendan engañarnos con China. No pueden abandonar los brazos del oso americano para echarse en manos del oso chino, aunque sea un panda.
¿Qué quién soy yo? Un hombre blanco, orgulloso del Presidente Trump, harto de las humillaciones de negros y emigrantes. Temeroso de un Dios justo y colérico que está con nosotros. Soy un auténtico White Trash. Ese que en las películas aparece con unos tirantes y una camiseta polvorienta del trabajo que tanta gracia les hace a los urbanitas del mundo. Con la ayuda de Dios reconstruiremos una América temida y respetada.