Más de 30 grados en el exterior y subiendo. Imposible disfrutar de un rato de reconfortante siesta. Termino optando por lo que 9 de cada 10 expertos te recomiendan no hacer para poder conciliar el sueño: coger el móvil y ponerme a navegar por las noticias del día.
Pronto me doy cuenta del grave error cometido. En este mismo medio leo que el Supremo mantiene en la cárcel a Cerdán por ser el presunto capo de la mafia de las comisiones; que Ábalos, el ministro Torrente, acude a su escaño en el Congreso para defender las iniciativas de su ex, Pedro Sánchez, previo paso, o no, por la sauna; y, cómo no, que un juez imputa al exministro Montoro y a otros nueve altos cargos de Rajoy por beneficiar a empresas gasistas, mientras al resto de los mortales nos freía a impuestos y su gobierno nos dejaba sin futuro. Para más inri me aparece en el radar una nueva aspirante a este club de los -siempre presuntos- sinvergüenzas. Un tal Noelia Núñez, diputada del PP en Madrid, que presumía de ser licenciada en Derecho, Ciencias Jurídicas y Filología Inglesa sin haber terminado ninguna de estas carreras. Hay que ser cutre.
Lo dicho, en qué hora se me ocurrió coger el móvil. Imposible dormir con este panorama. Todo parece indicar que vuelvo a ser víctima de un caso agudo de 'síndrome de exceso de noticias'. Según la IA, "un estado de sobrecarga de información que puede afectar negativamente la salud mental de una persona. Este fenómeno se caracteriza por una sensación de agotamiento, ansiedad, e incluso depresión, al estar constantemente expuesto a una gran cantidad de noticias, a menudo negativas o alarmantes".
Mi primera reacción ante tanto fango -porque esto sí que es fango- es cambiar el tono de la pantalla. Cuando la actualidad se atraganta, siempre queda el recurso de engancharte a brilli-brilli de Instagram. Pero entonces me llega el recuerdo de otro julio, lejano ya en el tiempo. Corría 1996 y las calles de todo el país se llenaron de gente que denunciaba el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de los sicarios de ETA, sin banderas políticas, solo manos blancas. Han pasado ya casi 30 años, pero estoy segura de que todos los que vivimos ese momento aún lo recordamos como si hubiera sido ayer.
¿Se acuerda también, querido lector, de ese invierno de 2003, donde volvimos a salir en masa para chillar 'No a la Guerra'? ¿Y de ese mayo de 2011 donde las plazas se llenaron de 'indignados' de todos los colores? Si es cierto que más del 90 % de los españoles ve con preocupación que la corrupción lo infecte todo… ¿Por qué no salimos esta vez a la calle? ¿Qué nos retiene en casa?
Creo que a muchos nos retiene la actual política de 'bufanda', que solo busca el rédito político contra el otro. Lamentablemente, los hooligans están acabando con la nobleza de la política, esa que permite cambiar las cosas. Quizá también nos hemos olvidado de que en ese verano del 96, en ese invierno del 2003 o en esa primavera de 2011 no nos hicieron falta bufandas. Salimos a la calle como ciudadanos y cambiaron las cosas (aunque no lo suficiente, por lo que se ve). ¿Volveremos a intentarlo? Se verá.