En política, la lógica es un valor tan escaso como esencial. En los últimos días estamos disfrutando de una telenovela por entregas en la que, hasta ahora, sólo sabemos el nombre de los personajes; Pablo Iglesias en el papel de "el malhechor", Margarita Robles como "la pájara", los críticos como los "toca pelotas" y Ábalos como el "soplón".
La única evidencia hasta el momento es que si conocemos el contenido de estos WhatsApp es porque alguien los envió, otros los guardó y él mismo ha autorizado su publicación.
Cuando alguien que formó parte del núcleo duro del poder decide romper ese pacto implícito de confidencialidad, el ruido que genera puede ser ensordecedor llegando a poner en jaque a todo un gobierno, revelando no solo la fragilidad interna del Ejecutivo, sino también las grietas en la figura del propio presidente.
Los mensajes filtrados son demoledores. No por su contenido político, que también, sino por su carga emocional, por la crudeza con la que el presidente del gobierno descalifica a sus propios ministros, socios y compañeros. Lo hace con nombres, apellidos y sin disimulo.
Se trata de comentarios que no solo revelan discrepancias, sino un profundo desprecio hacia quienes le han acompañado en su camino político. El país asiste atónito a un espectáculo que deja en evidencia que el principal enemigo del Gobierno no está en la oposición, sino en su propio pasado.
Cuando alguien deja tantos cadáveres por el camino y lo hace con el desprecio con el que Pedro Sánchez trata a muchos de los que están a su alrededor, no es de extrañar que cambien las tornas y, por una vez, el escupitajo te dé en la cara por la evidencia de que todo lo que sube; baja.
La figura del presidente, hasta ahora blindada por la maquinaria del partido y la comunicación institucional, queda tocada. ¿Cómo confiar en un líder que desconfía y desprecia a su equipo? ¿Qué credibilidad puede tener un Ejecutivo cuyos engranajes se mueven al ritmo de la desconfianza y el cálculo personal? Este episodio no se trata únicamente de un escándalo político, sino de una crisis de liderazgo.
Pero no todo el foco debe recaer sobre el presidente. El exministro que ha desatado esta tormenta también merece un juicio crítico. Su decisión de difundir conversaciones privadas, por más hirientes que sean, se sitúa en un terreno pantanoso entre la denuncia moral y la vendetta personal. ¿Lo hace por interés público o por ajustar cuentas tras su salida del Gobierno? ¿Busca justicia social o venganza?
Más allá de las motivaciones individuales, el daño está hecho y habrá más. Estas filtraciones han convertido la política en un espectáculo de traiciones, y al Consejo de Ministros en un escenario de sospechas mutuas. En tiempos en los que la ciudadanía exige ética, responsabilidad y transparencia, este episodio nos recuerda que, a menudo, las verdaderas guerras no se libran en el Parlamento, sino en los pasillos, los móviles y los grupos de WhatsApp.
En definitiva, el exministro Ábalos ha abierto la caja de Pandora, y lo que ha salido de ella no sólo amenaza con devorar al Gobierno, sino con erosionar aún más la confianza ciudadana en la política. Cuando los muros del poder se derrumban desde dentro, lo que se desploma no es solo un gobierno, sino una forma de entender el servicio público.