Se celebra estos días y hasta el 15 de junio una exposición en el Museo del Prado que reúne ocho de los nueve cuadros que Domenico Theotocopuli pintó para el convento de Santo Domingo el Antiguo de Toledo. Este proyecto integral de arquitectura retablística acomodada a un espacio específico supuso la primera obra del Greco en la ciudad que a partir de 1577 estará indisolublemente unida a su figura y su obra. La exposición temporal es un buen motivo para volver a una parte tan importante de la obra de un artista que siempre levanta interés cono quedó demostrado en las celebraciones, exposiciones y publicaciones con motivo del último centenario de su muerte.

Pero lo que le ha llamado a uno la atención ha sido la historia del "expolio" y la dispersión por el mundo de la mayoría de estos cuadros, algo que en los tiempos que corren afortunadamente es difícil que se produzca, pero que era muy normal en los siglos XVIII y XIX.

En estos días ando enredado -gracias a la recomendación de Andrés Trapiello en sus artículos en La Lectura del periódico El Mundo- en la correspondencia de dos personajes de ese tiempo, que cuentan sin ningún empacho y desde luego sin ningún remordimiento sus hallazgos arqueológicos y sus transacciones en la Italia de la época con objetos artísticos de todo tipo. Nadie le pone ningún problema a Stendhal para comprar una cabeza de Alejandro que luego regalaría a Napoleón Bonaparte, hallada en una excavación, o un grupo de estatuas par algún amigo aristócrata parisino. Lo mismo ocurre con un español más desconocido, José Nicolás de Azara, cuando compra y regala alguno de estos objetos preciados por la élite a alguno de sus amigos, como es el caso del cardenal Lorenzana.

Le llama la atención a uno en esta historia el que todavía en 1961 alguien comprara a las monjas del convento toledano uno de los cuadros y que la operación se realizara aparentemente sin ningún problema. También que el único cuadro que no ha viajado a Madrid pertenece hoy al Museo del Hermitage de San Petersburgo, procedente primero de la rapiña nazi en el París ocupado de 1943 y luego de la rapiña soviética del principal museo berlinés como trofeo de guerra. En el París de 1943 uno sospecha que esas confiscaciones de los nazis, no devueltas a Francia por los ocupantes de Alemania tras la guerra, tenían una procedencia particular que podría ser objeto de reclamación. Putin se ha curado en salud y me temo que ese Greco viajará muy poquito fuera de Rusia. Otra buena ocasión para volver al Prado.