Londres (enviado especial)

No hay dudas. La cara de Rafael Nadal dice que le duele muchísimo la rodilla, aunque no lleve ningún vendaje protector. El lunes por la noche, durante su estreno en la Copa de Maestros de Londres, el número uno del mundo se gira hacia su banquillo y no habla, pero pide ayuda con la mirada porque está sufriendo y no puede más. Los gestos que hace son los de alguien en apuros y la victoria de David Goffin (7-6, 6-7 y 6-4) solo confirma lo que se ve durante todo el cruce: el español, que de garra va sobrado (salva cuatro puntos de partido en el segundo parcial para empatar el pulso), está muy lejos de poder competir físicamente con garantías. Su retirada posterior, una decisión que toma en mitad del duelo, es la consecuencia lógica tras las 2h37m de calvario a las que se enfrenta. [Narración y estadísticas]

“Mi temporada ha terminado”, se arranca Nadal nada más sentarse en la sala de prensa del O2 Arena. “Lo he intentado con todas mis fuerzas. He hecho lo que tocaba para tratar de estar listo y poder jugar, pero no lo estoy”, reconoce el balear, que con su baja deja vía libre para que Pablo Carreño dispute el torneo. “No tiene sentido. Mi rodilla no está bien. Se hizo lo que se pudo, paré en París para hacer un tratamiento y llegué aquí con tiempo. Sabía que era la única manera de poder jugar este torneo, aunque no ha sido suficiente”, lamenta. “Normalmente, este tipo de cosas no se arreglan de un día para otro, pero siempre cabe la posibilidad de mejorar”.

Nadal se estrena pendiente de su rodilla derecha. El mallorquín, que desde el primer punto corre y se apoya con el freno de mano echado, presta mucha atención a los mensajes que le manda el tendón rotuliano de esa pierna, donde sufre una carga de estrés por acumulación de partidos que ha puesto en duda su participación en el torneo después de retirarse hace unas semanas del Masters 1000 de París-Bercy. Nadal, claro, sabe que no está al 100%, que en todo caso ese porcentaje disminuirá cuando se vaya esforzando con el paso de los días y que quizás no le alcance para pelear por un título que nunca ha podido ganar. 

Ocurre que los entrenamientos de los días previos en Londres han ido bien, que ha ganado a rivales importantes (Marin Cilic o Alexander Zverev) en esas prácticas y que está decidido a intentarlo porque cree que puede manejar el dolor, controlarlo como ha hecho tantas otras veces en su carrera. Ocurre también que la competición pura y dura, la prueba más importante de todas, sale mal porque Nadal juega sin moverse con soltura, dando saltitos al principio, brincos después y cotejadas al final, y así es imposible aspirar a nada. 

Con la grada pidiendo batalla entre palmas ensordecedoras, los errores de ambos rivales van ensuciando la primera manga hasta hacerla difícil de digerir para los espectadores. Ni Nadal (acaba con 16 fallos ese parcial) ni Goffin (19) logran encadenar un juego consistente y el resultado es un partido feo y aburrido, marcado por las imprecisiones en los puntos clave, por los miedos colgados de las muñecas de los tenistas y por el bajo nivel que exhiben sobre la pista, fría por la falta de emoción y espectáculo.

En esas condiciones, es Goffin el que abre ventaja dos veces (3-1 y 6-5 y saque), el que la pierde con concesiones infantiles y el que logra abrochar el primer set en el desempate, porque Nadal no se encuentra. Cada vez que el intercambio es un poco exigente, cada vez que el belga aprieta, el español pena horrores para meter la bola dentro. Con problemas para desplazarse, sobre todo por su costado derecho, Nadal no consigue unir el sentido táctico con los golpes y la deescordinación le lleva al desastre absoluto.

El belga, un tenista ligero (68kg) juega en silencio, sin gruñidos ni gritos ni tampoco malas caras. Goffin es todo talento, capaz de producir un tenis fino y elegante con una inteligencia desbordante, algo que le viene de nacimiento. Sus golpes de pánico, sin embargo, le han impedido volar más alto todo este tiempo y contra Nadal no es una excepción, ni muchísimo menos. Lo que el número ocho siente tiene nombre y apellidos: se llama pánico a ganar. 

En la segunda manga, el mejor ejemplo. Goffin se procura tres situaciones clarísimas de victoria (5-3 y saque, punto de partido al resto con 5-4 y otros tres con 6-5) que desaprovecha. Nadal está muerto, sufriendo cada vez que tiene que arrancar a correr, pero vuelve a la vida porque su contrario no sabe cómo darle el golpe de gracia. Con el puño cerrado, el campeón de 16 grandes celebra que ha igualado el partido, que lo sigue intentando con fuerza, aunque acabe condenado a un destino irremediable. 

En el parcial decisivo, lógicamente, el número uno estalla. La pierna no le aguanta, por mucho que su corazón quiera echarle una mano para sobrevivir a un imposible. A veces, Nadal no es de este mundo, pero la derrota ante Goffin, el sufrimiento y la amargura, le abren las puertas de una solución sensata: retirarse de la Copa de Maestros, recuperarse bien de su lesión en el tendón rotuliano de la rodilla derecha y hacer una buena pretemporada pensando en asaltar 2018, una temporada bien exigente.

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