Londres (enviado especial)

Baby Federer ha muerto. Tras varios años de peleas internas, con subidas y bajadas, Grigor Dimitrov ha matado al fantasma más peligroso de su carrera y ha conseguido comenzar a construir su propia historia, desligándose de la peligrosa comparación con el genio suizo que le ha acompañado desde que era un adolescente. Después de un 2017 fantástico, el mejor año de su vida en resultados (tres títulos, incluyendo su primer Masters 1000 en Cincinnati), en ranking (seis del mundo, subiendo dos posiciones con respecto a su mejor marca) y en nivel de juego, el búlgaro debuta este domingo en la Copa de Maestros de Londres ante Dominic Thiem tras clasificarse por primera vez. ¿Cuál es el secreto? 

“Ha madurado bastante, fuera y dentro de la pista”, reconoce a este periódico Daniel Vallverdú, el técnico del búlgaro que antes pilotó las carreras de otros grandes como Andy Murray o Tomas Berdych. “Desde el equipo hemos hecho un buen trabajo para intentar mantener su círculo lo más pequeño posible y tratar de que su prioridad principal sea el tenis la mayoría del tiempo”, prosigue el venezolano. “Por supuesto, hacemos cosas divertidas fuera de la pista, pero siempre juntos. Intentamos crear un ambiente positivo a su alrededor, aunque evitando que el mundo exterior se le acerque mucho”, insiste. “Para jugar bien no puedes estar con la cabeza en otro lado. Obviamente, cuando tienes resultados buenos es más fácil asimilar todo eso”.

Vallverdú llegó al banquillo de Dimitrov en el verano de 2016, en mitad de una crisis de identidad del búlgaro. Sin una mala posición en el ranking (34 del mundo), pero con la necesidad de identificarse como jugador, el entrenador venezolano se arremangó para trabajar en simplificar el tremendo abanico de posibilidades del tenista (algo que ha conseguido, pero en lo que sigue insistiendo) mientras intentaba reorganizar su tiempo lejos de la competición, convencido de que le ayudaría a dar un salto hacia delante para regresar a las posiciones de privilegio que ocupó en el pasado (2014) antes de sufrir un ataque de vértigo. 

Dimitrov y Vallverdú, durante un entrenamiento en la Copa de Maestros de Londres. Tony O'Brien Reuters

“El tenis es un estilo de vida”, asegura el técnico del número seis. “La persona que eres fuera de la pista es la misma que aparece en un partido durante los momentos de crisis. El jugador que ves ganando 6-3 y 2-0 es menos real que el de un encuentro con 5-5 y 40-40 en el marcador. Ahí aparece la persona que está fuera de la pista y con ella la mentalidad, el día a día o los hábitos”, explica Vallverdú, un enamorado de los pequeños detalles. “No tiene que estar obsesionado todo el rato con el tenis, pero si no le das la dedicación necesaria el partido se lo va a llevar el rival cuando todo se iguale”.

Valga un ejemplo para retratar el empeño de Vallverdú por hacerle entender a su jugador la importancia de ese día a día sin la raqueta en la mano. En verano, antes de viajar a Estados Unidos para la gira de pista rápida, el venezolano organizó una semana de entrenamientos con Rafael Nadal en su academia de Manacor, en la que Dimitrov se alojó durante esos días. El búlgaro se exprimió en exigentes sesiones con el español, agotadoras prácticas para llegar a punto al cemento americano, pero también disfrutó junto al número uno de viajes en barco por el mar, de agradables cenas en la isla y de un puñado de experiencias que le sirvieron muchísimo. 

“Ha visto cómo es Rafa en la pista, pero sobre todo fuera”, explica el entrenador de Dimitrov. “Esa fue una de las razones por las que decidimos ir a pasar un poco de tiempo con Nadal. Yo tengo una buena amistad con él y pensaba que cualquier momento que Grigor pasase a su lado le ayudaría y no solo como jugador de tenis, también como persona”, continúa. “Ha aprendido al ver su vida privada. Y aprender de una persona como Rafa es muy importante. Lleva lleva 15 años en el circuito jugando a un nivel muy alto, siendo un alguien muy correcto y haciendo las cosas de una manera concreta que le da resultado, y sigue así”, recuerda. “Eso le abrió los ojos un poco a Dimitrov”. 

Un par de semanas después, Dimitrov celebró en Cincinnati el primer Masters 1000 de su vida e inmediatamente se acordó de Nadal al sentarse en sala de prensa. Las casualidades, por supuesto, no existen en el deporte y bien lo sabe el búlgaro, capaz de reconducir su potencial como tenista gracias al cuidado que ha puesto en su faceta personal. 

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