No hay duda que hay pocos títulos que encajen tan bien con estas fechas de Adviento como La Bohème, con permiso del Die Fledermaus de Strauss. Aunque sin duda hace mucha más caja el título pucciniano. Dónde va a parar. Y bien lo saben en el Teatro Real porque de nuevo lo han programado para que sirva de excusa para esos regalos de Navidades, Papá Noel o Reyes, como hicieron en diciembre de 2017. En aquella temporada el estreno fue el 11 de diciembre y por 24 horas no repiten casi clavado el mismo calendario de representaciones, aunque si hace cuatro años apostaron fuerte con 19 funciones este año se han quedado algo más cortos, con 15. Que no está nada mal. Un título de los que hacen afición y que además, carga de ingresos al teatro, tan necesarios tras la interminable pandemia.

Para cerrar el año el Real apuesta de nuevo por la producción propia que estrenó en 2017, en coproducción con la Royal Opera House de Londres y la Lyric Opera de Chicago que encargaron a Richard Jones. El director inglés traslada la historia de ese París bohemio a su Londres natal, en el que encajan mejor las galerías repletas de pastelerías, perfumerías, tiendas de ropa y un café Momus más inspirado en los salones de té de Covent Garden que en el Barrio Latino parisino y que cuenta con un poderoso aliado en un precioso y magnífico vestuario a cargo de Stewart Laing en el segundo acto, con un toque british de Jones y un desbordante escenario -el mejor de toda la función-. Acertado ese desabrigado descampado a las afueras de la ciudad, bien resuelto a nivel teatral aunque desconcertante en ese inexplicable movimiento de la taberna. Si sabes que vas a llevar a Mimi y Rodolfo al final del acto hacia el despejado fondo de la caja escénica, hombre ubica desde el principio adecuadamente la mísera cabaña y no la ruedes sin venir a cuento, que esa decisión acaba desbrozando la escasa emotividad que podría surgir de la belleza del dúo final con que se cierra el tercer acto.

Lástima de minúscula buhardilla esquelética del primer y cuarto acto, un tanto absurdo ese minimalismo, un zulo que ni en idealista, escaso donde no hay ni siquiera un mísero jergón, todo reducido a esa especie de capillita agnóstica llena de risas bohemias y dibujos infantiles de tetas y coños hasta que de repente se llena de oraciones a la Virgen María cuando la cosa de la muerte aprieta.

Estreno de 'La Bohème', en el Teatro Real de Madrid. Efe

Jones apuesta claramente por el frío que atraviesa toda la obra. Aunque en esta ocasión, la dirección teatral es especialmente fría, gélida. Hasta el punto que uno llega a sentirse como esa Mimi en el cuarto acto con ganas de gritar también “ho tanto freddo!…!” "Tengo tanto frío!"… Y no solo es culpa de Mimi Jordan Sherin, la iluminadora de esta producción, cuyo trabajo es duro y desagradecido. Pocas funciones ha visto uno con una propuesta lumínica tan fallida con los personajes y el escenario. Hay momentos en que no se sabe dónde están apuntando las luces o por qué recurre a esos focos blancos quirúrgicos y tan poco favorecedores. Pero sobre todo la nieve, nieve por todas partes, nieve constante durante casi toda la representación: empieza a nevar incluso antes de que arranque la función, para brevemente al comienzo pero ya desde el inicio del dúo de amor del primer acto ("dammi il braccio, mia piccina") hasta el cuarto no hay respiro: una Filomena en toda regla cae sobre el escenario.

Esa heladora humedad es un hilo conductor durante toda la velada: los personajes en el primer acto sólo piensan en calentarse llegando incluso a quemar su ardiente drama, en el segundo buscan refugio del frío y la nieve en el café Momus, todo el tercero están temblando desde las lecheras y los guardias alrededor de la fogata instalada en un cubo hasta Mimi aterida en las esquinas de la taberna y acaba en el cuarto acto en el que a uno le dan ganas de arrancarle el manicotto a Mimi para atemperar un poco el cuerpo. Es todo tan destemplado y glacial que sucede lo impensable: ni siquiera el final escénicamente mal resuelto emociona y es la voz entrecortada de Jaho la que salva los muebles.

Lo mejor del trabajo de Jones es el tibio calor que transmite en el Café Momus desde el arranque del vals de Mussetta hasta el final de segundo acto. Lo peor, que uno teme que esta producción “de la casa” sea repuesta más temporadas y que hace añorar aquella Bohème de Giancarlo del Mónaco que uno amó desde el primer instante, en aquel lejano diciembre de 1998. Probablemente una de las mejores producciones del Teatro Real.

Vocalmente la cosa funciona realmente mejor. El cuarteto protagonista es de un extraordinario nivel. Ermonela Jaho es una soprano magnífica con un gran talento escénico pero cuya voz adolece de carencias especialmente relevantes en la zona grave y una respiración no siempre fácil. En Bohème, resuelve mucho mejor su Mimi en los dos últimos actos que los dos primeros: en el tercero la Mimi madura, consciente de su cercano final y alma dolorosa le va como un guante a su voz y su d’onde lieta usci fue una delicia. Pero es sobre todo en el cuarto acto donde la albanesa se luce plenamente. Su voz corre y emociona, su mezzavoce es prodigiosa y su vis escénica produce escalofríos. Su mejor momento de la noche porque en los dos primeros realmente no tuvieron mejor suerte: pasa de puntillas por el segundo acto y en el primero queda apretada: su Si mi chiamano Mimi no fue nada especial y lo resolvió para salir del paso.

Estreno de 'La Bohème', en el Teatro Real de Madrid. Efe

Musetta es un caramelo de personaje; a uno le parece que viene a ser en mezzo el rol de Papageno: musicalmente fastuosos y teatralmente muy divertidos. Es el vals de Musetta el eco que resuena cuando termina la función y una de las grandes melodías de la historia de la música. Vocalmente es fascinante y el talento de Puccini se desgrana desde el arranque con ese Quando men vo soletta lento y sensual hasta el apoteósico final con la salida de la retreta rodeada por la muchedumbre. En esta producción, este largo final del segundo acto es probablemente el mejor hallazgo de Jones a nivel escénico y el talento de Ruth Iniesta hace un gran trabajo con este personaje: amplia voz, intención, simpatía y gracia. Sus breves intervenciones en tercer y cuarto acto hacen de esta soprano maña una de las delicias de la noche.

En el amplio reparto masculino, sin duda son los norteamericanos Michael Fabiano y Lucas Meachem las dos grandes estrellas de la función. Uno no ha escuchado otra noche a Fabiano como esta: una plena, preciosa, amplia y golosa voz lírica, un delicioso fraseo, inmensos y limpios agudos y una noble y brava interpretación. La voz corre y vuela y da gusto escucharle cantar con esa transparencia, esa intención melódica. Está en un momento dulce de su carrera y se nota su predilección por Rodolfo y sus ganas de dar lo mejor de si mismo.

El Marcello de Meachem corre por los mismos caminos: hacía 10 años que no cantaba en el Teatro Real y ha tenido una proyección extraordinaria. Al igual que Fabiano, ya desde su primera línea Questo Mar Rosso mi ammolisce la voz suena rotunda, poderosa. Meachem es ya por derecho propio heredero de la gran escuela de esta cuerda americana y comparte con Sherril Milnes, Robert Merrill o Cornell McNeill un gusto, una fortaleza vocal excelente. Sus agudos son grandes, amplios, bien proyectados y con sonoridad. Su línea de canto y su dicción son claras, definidas y muy gustosas y tiene una buena adecuación física al personaje.

Escaso a nivel vocal el Colline de Krzystof Baczyk, que no pudo o supo sacarle nada relevante a su intervención del cuarto acto Vecchia zimarra, senti. Mucho más entonado y acertado el Schaunard de Joan Martín-Royo.

Gran noche la de Nicola Luisotti. Poco se puede decir ya de este delicioso y encantador maestro italiano que no hayamos dicho antes, por ejemplo en La Traviata del año pasado o en la Tosca de hace unos meses. Es una suerte tenerle en el Teatro Real como director asociado, ojalá lo tengamos por muchos años. Gran orquestador, rotundo en la sonoridad ampulosa de la orquesta, pero al mismo tiempo tierno, íntimo y exquisito en los tramos más líricos de la partitura. Crea Luisotti un entramado sonoro de una poderosísima fortaleza, trenza y empasta el sonido pero simultáneamente se recrea en el protagonismo del arpa (tan relevante en esta partitura!) o en la grandeza del metal. Extremadamente sensible, pinta de música el foso y disfruta de una inmensa teatralidad sonora. Esos arranques y finales en cada acto, tan potentes y secos, en las manos de Luisotti son el alfa y el omega perfecto para culminar una gran función.

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FICHA

Equipo artístico: 

Director Musical: Nicola Luisotti

Director de escena: Richard Jones

Escenógrafo y figurinista: Stewart Laing

Iluminadora: Mimi Jordan Sherin

Director del coro: Andres Maspero

Coro y Orquesta del Teatro Real

Reparto:

Rodolfo: Michael Fabiano

Mimi: Ermonela Jaho

Marcello: Lucas Meachem

Musetta: Ruth Iniesta

Schaunard: Joan Martin-Royo

Colline: Krzysztof Bacyzk