Son muchos los méritos artísticos de Cristóbal Halffter. Pero quizá el más importante sea el de haber roto el silencio musical en medio del páramo cultural franquista. La música clásica sufrió un arrinconamiento nacional, limitada a pequeños círculos, y un aislamiento internacional que Halffter fue capaz de interrumpir con su trabajo.

Sin su aportación sería imposible entender la decisiva Generación del 51, que no solo renovó el panorama musical español, sino que también lo abrió al mundo con la introducción de las técnicas musicales de la vanguardia, tales como el serialismo o el dodecafonismo. En dicha generación, hay que incluir nombres tan notables en nuestra música como Ramón Barce, Josep Soler, Román Alís, Luis de Pablo, Carmelo Bernaola, Joan Guinjoan o Antón García Abril.

La música le venía dada a Cristóbal, por su apellido alemán y por su entorno familiar. Era sobrino de dos compositores de la anterior generación, decisivos en la historia musical española: Rodolfo (1900-1987), exiliado en México, y Ernesto (1905-1989), el gran discípulo de Manuel de Falla.

La vida de Cristóbal Halffter se vio truncada y marcada por la Guerra Civil. La contienda le sorprendió en Madrid con solo seis años. La familia en pleno se trasladó de inmediato a Alemania, entonces en pleno fervor del nacionalsocialismo. Se instaló en Baviera, donde el aún niño comenzó sus estudios musicales. Tres años después, acabado el fratricidio, volvieron a la desolada España, donde el franquismo apagaba cualquier rescoldo de libertad.

Creía, con Hegel, que la música es un un tipo de comunicación que supera toda verdad y toda filosofía

Cristóbal se aisló como pudo del entorno -sus referentes Manuel de Falla y su tío Rodolfo se encontraban en el exilio- y se dedicó al estudio, en el Conservatorio de Madrid y fuera de él, de la mano del muy influyente, pero también muy clásico maestro Conrado del Campo. Se graduó en 1951, año que precisamente da nombre a su generación.

Muy pronto se dedicó a la composición, combinando la tradición española con la vanguardia. Sus primeras obras denotan, según sus estudiosos, una influencia nacionalista, pero pronto evolucionó hacia un estilo más personal y novedoso con influencias de las corrientes de la época. Así mezclaba la atonalidad, el dodecafonismo, el serialismo, las músicas concreta y electrónica, pero sin olvidarse nunca de las formas clásicas.

La familia no perdió la relación con el exilio y en especial con su tío Rodolfo y con Manuel de Falla. Su otro tío, Ernesto, concluyó la obra inacabada del compositor gaditano, Atlántida. Aquel trabajo influyó mucho en el joven Cristóbal, y le animó a seguir indagando en la vanguardia, Así, el joven Halffter mostró gran interés por la Escuela de Viena -Schoenberg, Alban Berg-, por Bartok, por Stravinski, a quien llegó a hacer de guía en una visita a Madrid del músico ruso. "Con don Conrado (el maestro del Conservatorio) no se podía hablar de estas cosas, yo los estudiaba por mi cuenta", declaró años más tarde.

No dejó de estudiar y llegó a ser primero catedrático y luego director del Conservatorio, Su prestigio hizo que fuera nombrado incluso Consejero Nacional de Educación.

Consiguió becas para ampliar sus estudios en el extranjero, en Estados Unidos y en Alemania. Allí se empapó de las nuevas corrientes de la música, de las que la España de entonces se encontraba muy alejada. Comenzó su carrera internacional y pronto llegaron obras tan decisivas como la cantata Yes, speak out (con texto del escritor norteamericano Norman Corwin) para el XX aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. O Dortmund II, encargo para conmemorar la fundación de la ciudad alemana.

'El arte –dejó dicho- siempre está hecho por un ser humano y es fruto de su sensibilidad. En cada obra está la impronta del momento en el que fue hecha. Por eso el arte por el arte no existe, sería inhumano'

La muerte es uno de los grandes temas en la obra de Cristóbal Halffter. Así queda patente en composiciones de los años setenta, donde da fe de su preocupación por el más allá: Llanto por las víctimas de la violencia (1971), Elegía a la muerte de tres poetas españoles (1975) y el Officium defunctuorum, estrenada en Les Invalides de París (1979).

La forma de entender la cultura como un todo y el afán por hacer llegar la música al gran público la manifestó componiendo, como muchos de su generación, música para el cine. A él se deben las bandas sonoras de películas tan importantes en la historia del cine español como El beso de Judas (Rafael Gil, 1954), Una muchachita de Valladolid (Luis César Amadori, 1958) o El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez, 1964).

La literatura y el arte españoles también fueron una constante en la inspiración de su obra. En ella se puede seguir fácilmente la pista de Cervantes, Juan Ramón Jiménez (Platero y yo), Antonio Machado, Miguel Hernández (Elegía a la muerte de tres poetas españoles). Goya y sus Pinturas negras.

No fue hasta el año 2000 cuando Cristóbal Halffter se adentra en la ópera. Ese año presentó su Quijote en el Teatro Real de Madrid, con un montaje de Herbert Wernicke, libreto de Andrés Amorós y dirección de su hijo Pedro. A Cervantes siguió un encargo de la Ópera de Kiel, donde realizó en 2013 su último estreno, una obra basada en La novela del ajedrez, de Stefan Zweig. Sobre la narración del escritor austriaco dijo en una entrevista en el diario El País: "Esta es una obra que alerta sobre los fantasmas de Europa, sobre sus locuras colectivas, sobre el riesgo de aniquilación que Zweig contempló", Su preocupación por la preservación de los derechos humanos fue una constante en su carrera.

A partir de ahí, cambió su vida de forma radical. En 2014, mientras jugaba con sus nietos, se fracturó la pelvis. Se vio obligado a guardar reposo absoluto en una posición que le imposibilitaba escribir música, pero que no le impidió redactar su autobiografía, titulada Una vida para la música. En una entrevista concedida entonces a El Cultural, explicaba por qué creía, con Hegel, que la música es un tipo de comunicación que supera toda verdad y toda filosofía: "El hecho de que sea abstracta y no represente nada en concreto –argumentó- tiene el poder de absorberlo todo y de moverse en una esfera de la total abstracción a la que la filosofía ni llega ni tiene intención de llegar".

Vivió esos años acompañado por su esposa, la pianista María Manuela Caro, muerta en 2017, encerrados ambos en su caserón Villafranca del Bierzo. Según cuentan los que le visitaron en esa época, el artista estaba concentrado con su partitura impoluta, rodeado de una ingente cantidad de plumas y frascos de tinta china. Dedicado, como podía, a su música con una minucia artesanal.

El crítico Arturo Reverter, uno de los especialistas que más ha profundizado en el trabajo de Halffter, definió de forma precisa las claves de su arte. "Toda su producción -escribió- ha venido delimitada por las mismas constantes: total libertad de concepto y de construcción en pos de pentagramas siempre sentidos, expresivos, que calibran con raro refinamiento el espectro sonoro, con ese lenguaje ya conocido y, diríamos, tradicional del maestro, lleno de fogonazos y de un lirismo atenazador cargado de amenazas".

Pero nadie mejor que el propio Cristóbal Halffter para explicar su concepción humanista de la música. "El arte –dejó dicho como mensaje último- siempre está hecho por un ser humano y es fruto de su sensibilidad. En cada obra está la impronta del momento en el que fue hecha. Por eso el arte por el arte no existe, sería inhumano".

Cristóbal Halffter nació en Madrid el 24 de marzo de 1930 y murió en Villafranca del Bierzo (León), el 23 de mayo de 2021 a los 91 años. Estuvo casado con María Manuela Caro hasta la muerte de ésta en 2017. Del matrimonio nacieron tres hijos: Pedro, Alonso y María.