Hoy le adoramos como a un héroe, pero durante años fue una víctima. Debajo de sus sudaderas estampadas con un gigante “BACH” hay un animal roto en mil cachitos, que trata de sobrevivir y salir adelante, que tras años de terapia procura recomponerse con la música. Un concierto de piano de James Rhodes (Londres, 1975) tiene algo de terapéutico por eso.

Nadie es solamente un músico, nadie es sólo lo que vemos, o sea, el destello público de su presencia. Detrás del caparazón y el fogonazo desbocado del pianista enredándose con su instrumento, como lo hacía Glenn Gould y hace Grigory Sokolov, asoma alguien que ha superado el miedo al pudor para contárselo al mundo: “Me utilizaron, me follaron, me destrozaron, me manipularon y me violaron desde los seis años. Una y otra vez durante años y años”.

Nadie es solamente un músico, nadie es sólo lo que vemos, o sea, el destello público de su presencia

Ese amasijo de miserias pútridas que le corrompen tiene título, Instrumental (Blackie Books), y fue, sin duda, uno de los libros de referencia del pasado año. Este texto autobiográfico tiene la culpa de que este hombre de 40 años esté en el Festival Primera Persona (celebrado entre Madrid y Barcelona, entre La Casa Encendida y el CCCB). Hemos estado con él mientras lo afinaba, en el patio del centro madrileño, en Lavapiés, donde la música clásica es un cuerpo extraño. Rhodes también. Lejos de la tontuna pop de las All-Stars con traje de Armani de Lang Lang, el londinense se presenta como lo que es. Uno más.

Sabemos demasiadas cosas de él -porque nos las ha contado- como para andar con disfraces. Es difícil no ver más allá del intérprete. Sabemos también que eso que en otros es terciopelo en la yema de los dedos, en él es fuego, ira y vehemencia. No hay sosiego ni calma, es un músico arrastrado por su experiencia. Nubarrones y tormentos sobre Bach, que queda tocado por los traumas de quien conoció la peor versión del ser humano. James Rhodes, un antiguo hombre de negocios de la City, un fumador empedernido, es un náufrago que se agarra al piano como sólo un genio destronado es capaz. Ahí arriba, en el escenario, a solas con Prokófiev, Schubert, Mozart, Ravel, Chopin, Bach, Rajmáninov. Nada más.

James Rhodes, un antiguo hombre de negocios de la City, un fumador empedernido, es un náufrago que se agarra al piano como sólo un genio destronado es capaz

Escribe Rhodes sobre las Variaciones Goldberg: “Gracias a Bach hemos emprendido un viaje que interpretamos y experimentamos a través de nuestros recuerdos, sentimientos y condicionantes. Tú reaccionarás de forma distinta a como lo hago yo, y viceversa. Eso es lo glorioso de la música, sobre todo en piezas tan importantes como ésta”. Lo glorioso es estar vivos para dejar que nos arrastre.

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