Javier Cercas es de esos hombres que creen que una novela puede cambiarte la vida: a él le pasó, por eso escribe. Al protagonista de su obra ganadora del Premio Planeta le sucede lo mismo con Los Miserables. Literatura como asidero. Literatura para repensarse. O para identificarse. Literatura para explorar las grietas. Literatura para no militar en ninguna parte, en ninguna condición, salvo en la humana -con sus terribles matices, con sus contradicciones y sus secretos códigos-. Todo es política, dice Cercas, pero una novela nunca debe ser maniquea. La manifestación personal se hace, mejor, ahí afuera de la tapa. 

Ahora, en Terra Alta, nos presenta a Melchor Marín, un jovencísimo mosso d'Esquadra que, tras abatir a cuatro terroristas yihadistas en agosto de 2017, abandona Barcelona para forjar una vida nueva. De repente, es feliz. Pero, ¿es que la felicidad lleva a alguna parte; es que sirve para algo? Otro crimen allá cerca le perturbará, le expulsará de esa paz que sólo era una calma aparente. Hay cosas no resueltas en su cabeza. A Melchor le habitan pájaros negros. La vida le hará enfrentarse a su purísimo sentido de la justicia -uno que no se sacia con la legalidad, sino que añora revancha hasta la víscera- y empezar a barajar... y empezar a lidiar con su memoria. Charlamos con Cercas en la cafetería del Hotel de las Letras. Sobre literatura, y política, y extremocentrismo, y sobre cómo nos duele -a todos- activar el ojo de la nuca y convivir con nuestro pasado. 

¿Es inútil la literatura abstracta, la que no está conectada con ningún contexto social o político?

Hay dos clases de literatura, la literatura buena y la mala. No sé si existe la literatura abstracta, porque las palabras no son abstractas, hablan de la realidad. No existe, como soñaban algunos, las novelas sobre “nada”. Todas las novelas son sobre algo. En la poesía sí puedes pretender la abstracción… aunque yo creo que es imposible también. En cualquier caso, la novela crea un mundo autónomo, un mundo propio con sus palabras, pero al final siempre está relacionado con la realidad.

¿Sientes que tienes algún tipo de responsabilidad social como escritor?

Sí. Escribir lo mejor posible, esa es la primera. Escribir con la mayor complejidad, con la mayor fuerza… esa es mi principal responsabilidad. Pero los escritores también somos personas, ¡somos ciudadanos…!

Inevitablemente.

Inevitablemente. Como ciudadanos, tenemos la responsabilidad que tenemos todos. Responsabilidad política. Un escritor puede tener incluso más, sobre todo si interviene en el debate público.

Al final la capacidad de expresión es otra. Hay un mensaje que entregar de otra manera.

Sí. Nosotros hacemos una cosa, que es manejar el lenguaje. Somos expertos en lenguaje. Con las palabras se puede hacer lo mejor y lo peor. Hay una frase de Zizek muy contundente: “Detrás de todo genocidio, hay un poeta”. Y es una verdad comprobable, digamos. Nuestro oficio consiste en usar las palabras… para bien, y eso no significa hacer literatura edificante, ni promover los sentimientos. Ser moralista es lo contrario de la buena literatura. Cuando yo era joven, pensaba que la literatura no era útil, que era un juego. Supongo que por reacción contra la literatura que se llamaba “comprometida” y tal. Un literatura pedrestre, pedagógica y tal. Yo quería ser un escritor posmoderno, a ser posible, posmoderno norteamericano… después me fui a vivir a EEUU e hice un descubrimiento, que es que era español.

Inevitablemente, también.

Exacto. Muy inevitablemente. E hice las cosas que se supone que hacían los españoles. Etc, etc. Esta visión de la literatura como juego, como estetizante… como algo selecto… hoy sé que eso es completamente falso. La gran literatura es enormemente útil siempre y cuando no se proponga ser útil. Si no se convierte en panfleto y deja de ser literatura. Pero si no se lo propone y va al fondo de las cosas y muestra la complejidad de todo, es enormemente útil.

¿Dirías que eres un escritor político?

Algunos de mis libros… (resopla). Podría contestarte que toda la literatura es política.

Es una respuesta como de izquierdas, ¿no?

¿Esa?

Sí. Todo es político.

No es tan de izquierdas… “política” viene de “polis”, y la polis es la ciudad. La ciudad es de todos. Entonces todo aquello que atañe a todos es político. Pero aquí tenemos una idea tan reductora de la política… de ser de Sánchez o de Casado. Eso es lo que los americanos llaman ‘politics’, que sería ‘politiquería’, pero la política no es eso. Son muchas cosas. Es verdad que algunos de mis libros tienen un componente político acusado, están enraizados en la historia, en la guerra, en la Transición… este, aparentemente, es menos político, pero lo es también. Y yo no renuncio a la dimensión política de mis libros. Una cosa es la literatura, lo que escribe un escritor; y otra cosa es el papel que el escritor desempeña en la sociedad. Lo importante es lo que yo escribo, lo mejor que tengo que decir, lo digo en mis novelas. Mis artículos… sencillamente son la opinión de un ciudadano que no es ajeno a lo que pasa, porque vive en una sociedad y paga sus impuestos, por cierto…

Hay que aclararlo ya y todo, ¿no? Hay tanta gente que los evade…

Muy bien dicho. Por lo tanto, yo pago y no vivo en ninguna torre, mis opiniones son simples… lo importante para mí es lo que escribo en mis libros. Ahí está lo fundamental, aunque no lo diga directamente, aunque lo diga a veces a través de la elipsis de la ficción.

Cuando entrevisté a Almudena Grandes, dijo que la guerra civil había que contarla de forma maniquea. ¿Qué opinión tienes sobre eso?

No, yo no… yo creo que un escritor nunca puede ser maniqueo. Un ciudadano, cuando llega una situación extrema, como la guerra civil, tiene que optar, pero un escritor jamás. Un escritor es equidistante a la fuerza. Como escritor. Tú no sabes qué ideología tenía Shakespeare. Se colocaba en la posición de cada uno, por eso es útil.

Tú has hecho apología de la equidistancia.

Hablando de Goya.

Sí, pero “equidistancia” al fin y al cabo, que es una palabra mal vista.

Estamos confundiendo los planos: estamos confundiendo el plano del arte con el plano de la realidad. En el plano de la realidad, ante situaciones extremas, yo he sido de todo menos equidistante y me parece que lo he demostrado. En cambio, en la literatura es una obligación. Vagamente sabemos de la ideología de Cervantes. Yo ponía el ejemplo en ese artículo que mencionas de Goya, en el Díptico de los fusilamientos de la Moncloa y la carga de los mamelucos… son dos cuadros en uno. En un lado, los verdugos son los franceses y en el otro, los verdugos son los españoles. Una novela maniquea es una mala novela desde que el mundo es mundo. El arte no puede ser maniqueo. Yo no soy equidistante respecto a la guerra civil ni equidistante con Cataluña: en la guerra civil tenían la razón los republicanos, punto.

¿Y ahora, quién tiene la razón?

No tengo ninguna duda con Cataluña, por ejemplo. En cuestiones extremas… afortunadamente, en España no vivimos una situación extrema, en Cataluña sí. Ahí soy de todo menos equidistante, me parece que es público y notorio. Creo que Almudena Grandes debe querer decir otra cosa, tú no puedes presentar una novela diciendo “los franquistas eran todos muy, muy malos, muy malos… y los otros muy buenos, muy buenos...”.

¿No crees que en España, cuando alguien dice que no es de izquierdas ni de derechas, eso significa que es de derechas?

Pero… ¿esto qué tiene que ver con la novela?

Tiene que ver con la vida, claro.

(Risas). No sé decirte. Los inmigrantes que vienen aquí bastante tienen con sobrevivir… ellos padecen la política. Y luego están estos que dicen que la derecha y la izquierda no existe. Simón de Beauvoir fue quien dijo que “quien dice que no es de izquierdas ni de derechas es de derechas”. Bueno, yo creo que la izquierda y la derecha son convenciones. Yo creo que existen, claro, pero son convenciones. Un poquito de acá, de allá… a favor de la intervención del Estado, tal y cual… A la literatura esto le da igual, no tiene que decir quiénes son los buenos y los malos. Lo otro es propaganda, para eso escribes un ensayo.

El protagonista de la novela es un mosso d’esquadra. Es un héroe extraño, con una moral severa, muy propia, genuina. ¿Por qué en el imaginario popular, especialmente en el revolucionario, los polis siguen siendo los malos?

No siempre es así… ha habido policías al lado de los revolucionarios, ¿eh? Hay muchos tipos de policía. El policía de la dictadura, el policía de la democracia. Este último lo que hace es representar la ley, y la ley es lo que nos protege a todos. En una dictadura, la ley es el resultado del apaño de una camarilla. En una democracia, la ley es el resultado de todos, porque todos hemos votado y todos participamos de esto. Esta novela es una reflexión sobre la ley, sobre el valor de la ley, sobre la posibilidad de la justicia, sobre la legitimidad de la venganza… y por ahí van los tiros.

¿Qué es para ti la justicia?

¡Coño! Esa pregunta… mi mejor respuesta está en el libro. Melchor Marín, el protagonista, es un chaval joven que ha tenido una vida muy dura y tiene una sed desaforada de justicia.

La justicia no puede ser desaforada, ha de ser ecuánime, ¿no?

Ahí voy y ahí va el libro. Él lo apuesta todo a un valor: la justicia. Hay un personaje del libro que dice que “la justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticias”. En ese filo se mueve el libro. Él descubre que si tú lo apuestas todo a un valor puedes provocar catástrofes. Que lo bueno, llevado al extremo, puede convertirse en malo. Suele convertirse en malo. Y que vivir consiste en establecer un equilibrio de valores. Y eso es complicado: a eso se le llama madurez. Y como tú muy bien has dicho, si la justicia es desaforada deja de ser justicia. Tiene que convivir con otros valores: el respeto a los derechos de los demás, por ejemplo.

¿Se puede hacer justicia siempre desde la legalidad, o a veces la ley no es suficiente?

A veces no. Pero así debe funcionar la justicia. Este hombre se toma la justicia por su mano. ¿En qué se basa el Estado de derecho? En que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Si tú tienes la certeza de que ese tío es culpable y no puedes demostrarlo, ese tío no debe ir a la cárcel, debe estar en libertad. ¿Eso es injusto? Sí, pero la justicia sirve para esto.

Esa es un poco la problemática del Me Too, ¿no? Yo sé que tú eres culpable, no puedo demostrarlo: ¿qué hacemos contigo?

Eso es. Yo escribí un artículo que se llamaba Woody Allen al infierno. Es un ejemplo claro. Esto todavía no lo había dicho, pero esta es una novela salvajemente feminista. Salvajemente feminista. Y subrayo “salvajemente”. Para mí una de las causas fundamentales de hoy es que los hombres y las mujeres seamos iguales. Desde el principio de los tiempos las mujeres habéis sido sirvientas, esclavas, etc, etc. Es un movimiento absolutamente justo y nadie puede poner eso en duda. Tan justo como el de no cargarnos el planeta. Dos movimientos fundamentales hoy.

Ahora, si al señor Woody Allen lo eximen por dos veces en los tribunales encargados de esta cuestión, no es culpable. Si aquí todos somos culpables hasta que se demuestre que somos inocentes, vivimos en el infierno. Es esencial que el feminismo entienda que si tú no defiendes bien una causa, esa causa puede convertirse en una mala causa. Vale para el feminismo y para las demás buenas causas. Es peligrosísimo. Una buena causa bien defendida es una buena causa; una buena causa mal defendida puede acabar convirtiéndose en una mala causa. El fin no justifica los medios, son los medios los que justifican el fin.

Me ha gustado que digas “salvajemente feminista” justo en estos tiempos donde a tantos les da miedo decir “soy feminista radical” o “soy radicalmente feminista”.

Yo soy radicalmente feminista. Pero creo que lo que se hace con Woody Allen es catastrófico para el feminismo. Se pueden cargar el movimiento si se toman la justicia por su mano. Si yo sé que un tío ha maltratado a una mujer y le meto una paliza porque me sale de los huevos, porque sé que ese tío ha pegado a una mujer (en la novela se habla de esto)… la buena causa mal defendida se convierte en mala causa. La justicia es forma, como la literatura.

La derecha siempre ha sido más punitiva, la izquierda, más garantista. ¿Le resulta preocupante que buenas causas, como rechazar y condenar Las Manadas, acaben haciendo que la izquierda pida prisión permanente revisable, yendo en contra de sus propios principios?

Bueno, es que una justicia democrática no es dictatorial, es garantista. En eso se basa: hasta el mayor canalla tiene derecho a defenderse y tiene derecho a ser considerado inocente hasta que se demuestre que es culpable. Si no se demuestra que es culpable, ese señor va a la calle y tiene derecho a no ser castigado. Eso es lo que no entiende el protagonista. También es que a su madre la mataron, y este chaval lleva una cantidad de heridas profundísimas… una cantidad de dolor que no sé de dónde coño lo he sacado pero sí sé de dónde coño lo he sacado…

¿De dónde lo has sacado?

Son mis cosas…

¿No me lo vas a contar?

No, ¿para qué?

¡Venga…!

No, ese es el carburante. Esto no tiene… bueno, que ese dolor le hace ser como es.

Tú le quieres. Hablas de él como si fuera un hijo.

¡Le quiero a muerte! Totalmente. No me pasa con todos los personajes que he inventado, pero con este me pasa, no me quiero separar de él. Me parece un puro. Un puro de corazón. Como dice Borges en un verso imagino que apócrifo: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos ven a dios”. Este chico ve a dios. Con muchas oscuridades, con muchas sombras. Ha hecho barbaridades, pero es puro de corazón.

¿Qué es Cataluña hoy para ti?

Es el sitio donde vivo. Pero no hablemos de eso…

El libro está ambientado en Cataluña.

No es un libro basado en la crisis catalana, eso aflora en algún momento determinado, pero bah… de refilón. No solamente eso. Hoy me preguntaba una compañera tuya de La Sexta: ¿cómo hubiese vivido Melchor lo que está pasando hoy? Y digo: muy fácil, ¡si ya pasó! Porque la acción principal de la novela transcurre en el año 2021, y nunca se menciona nada de la crisis catalana, ni del procés… lo cual quiere decir que ha aparecido el espíritu santo y que se ha arreglado todo. ¡Qué maravilla! ¡La hostia!, ¿no? Pues eso. Sí volveré a repetir que sin lo que ha ocurrido estos años y en particular, sin lo que ocurrió en el otoño de 2017… que fue el momento más duro para todos y, en particular, para mí, no habría escrito este libro.

Soy una persona distinta antes y después de esa época. Los catalanes hemos cambiado. Lo que pasó entonces yo lo había visto en las películas y en las novelas, pero nunca en la vida real. Es así. Cuando llega la historia, no se te queda fuera, se mete dentro de casa y dentro de ti. He escrito un libro distinto porque soy una persona distinta. Cuando escribí el libro anterior estaba como bloqueado, porque era el libro que siempre había querido escribir, era como la conclusión de algo. Y algún periodista me dijo: ¿ya no vas a escribir más? Y dije “pues no lo sé, pero si no tengo nada más que decir, no diré nada más”. Pero vino esto y ahora soy otro escritor. Los escritores somos así, reciclamos lo malo. Trabajamos con la basura. La felicidad es lo menos productivo del mundo.

¿Tú no eres feliz?

Eh… no, además no entiendo muy bien lo de la felicidad.

Te preguntaba por Cataluña antes, pero, ¿qué es España para ti? ¿Cuando te digo “España”, en qué piensas?

En lo mismo que he pensado siempre. España la puedes relacionar con lo mejor y con lo peor. La puedes relacionar con Velázquez y Cervantes, que es lo mejor, y la puedes relacionar con nuestra intolerancia… pero de manera general, hay que ser muy ignorante para no entender que este es un país muy privilegiado, uno de los lugares más privilegiados del mundo. Esto es una evidencia. Y por mucho que haya habido una crisis, y por mucho que haya gente que lo pasa mal, que la hay, vivimos en un momento extraordinario. Nunca en este país, en la era moderna, hemos tenido un momento de paz, de prosperidad… como este. Esto no es triunfalismo, esto es que si tú no sabes de dónde vienes, no sabes a dónde vas. Si tú no conoces el lugar en el que estás, no puedes mejorarlo.

¿La guerra civil ha terminado?

Claro. Terminó en 1981, 1978… llámalo como quieras. Duró como 43 años.

Mira que estamos como muy obsesionados…

Eso es falso. Yo cuando era tan joven como tú también lo pensaba, y vale que esto lo dice todo el mundo y tal, pero vamos a aclararnos. Yo también creí que mi país era muy distinto, que aquí nos costaba mucho digerir el pasado… ¡es mentira! Todos y digo todos los países tienen problemas con su pasado, como todas las personas tenemos problemas con nuestro pasado. Todos, todos, todos, todos. Las mejores democracias. Mira el Reino Unido: el brexit tiene que ver con su incapacidad de digerir su pasado colonial, EEUU, Alemania no te cuento… no somos especiales ni estamos especialmente obsesionados. Es verdad que tenemos particularidades, en nuestro caso la guerra terminó en 1975, o 1978, o 1981… y en los alemanes hace más tiempo, en el año 45, y claro, eso hace que ese pasado esté más atrás.

Ya no hay dos Españas.

No hay, no las hay, no las hay en el sentido tradicional. Claro que hay división… hay derecha, izquierda, pero pensar que aún hay dos Españas en el sentido tradicional es un delirio. Es un disparate. En Cataluña hay una división. En Gran Bretaña hay una división. Pero en España no. El 23 de febrero de 1981, a las seis veinticinco de la tarde, se acabaron las dos Españas. El día en que entraron Tejero y sus chicos. Y tres tipos, un comunista, un general franquista y un ex falangista se quedaron en sus sitios.

¿Vox no es franquismo?

¡Vox es una…! No vamos a hablar de Vox.

Cómo que no.

Sí, a ver, es un coletazo que tiene que ver con Cataluña. Cuando aparece un nacionalismo fuerte en un lado, al otro lado aparece otro. Y tiene que ver con el nacionalpopulismo de toda Europa. Hay un barniz franquista… pues sí. ¿Pero eso significa que está vivo el franquismo? Eso es un disparate. Quien dice eso miente o se engaña, una de las dos. Es simplificar las cosas, es usar esquemas viejos para problemas nuevos. No sirve. Sí, pueden decir que si el Valle de los Caídos, que si tal… quien dice eso, no sabe lo que dice.

Quería preguntarte tu opinión sobre la lluvia de críticas que ha recibido el Premio Nacional de Narrativa a Cristina Morales. ¿Por qué crees que se la ha cuestionado tanto? ¿Por ser antisistema, por ser mujer…?

¿Antisistema? Pero si tiene todas las becas del Estado. ¿Antisistema…?

Su novela es antisistema.

¿Antisistema? Nah. No voy a opinar sobre eso. No sabía que se había cuestionado ese premio, pero será por las declaraciones de los contenedores y tal… sí, he leído la novela, sí. Y las declaraciones.

Y no quieres opinar.

No, porque si opino…

Qué.

Nada.

¿Autocensura?

Autocensura no, discreción. Yo cuando me quiero meter en problemas, me meto en problemas serios. No de pacotilla.

¿A quién harías ministro o ministra de cultura?

Yo soy un simple escritor. No tengo una persona en la cabeza… honestamente, ¿eh? No conozco los entresijos de un ministerio de Cultura. Desde luego, sí hay algunas cosas que son importantes de hacer, como la ley de Mecenazgo, la dotación de las bibliotecas… cosas absolutamente evidentes que todo el mundo sabe que hay que hacer, pero que nadie hace. Seguro que hay mucha gente valiosa. El ministro de Cultura no tiene que hacer grandes virguerías, tiene que encargarse de las obviedades olvidadas.

Menos fuegos artificiales y más medios y gestión, ¿no?

Claro. ¡Las bibliotecas! Una red de bibliotecas de verdad. Por favor. Fundamental. Y la ley de Mecenazgo es fundamental para que la gente pueda ser crítica, porque si dependes del presupuesto, por ejemplo, como ocurre en Cataluña, ya me contarás… vas a criticar a los palestinos y a no sé qué, y a los israelíes, pero a los que tienes delante, no.