Los niños dibujan aviones: aviones como símbolos últimos de la guerra. Más que el fuego, más que las armas, más que los conocidos muertos en las calles. Los niños dibujan aviones porque no los entienden bien, y los colorean del negro del horror, y los disponen de tres en tres, o de diez en diez, en paisajes de pesadilla. En sus trazos hay una mezcla de pánico y encantamiento: ¿qué es todo esto?, ¿qué va a pasar? Los niños de la Guerra Civil fueron víctimas silentes, espectadores tristes que empezaban a relacionarse con el dolor, pero apenas supimos de ellos. Apenas supimos qué pensaban, qué veían cuando miraban sus casas ardiendo. Sus madres llorando. Las enormes colas hacia el pan en los campos de refugiados de Francia.  

Su relato siempre fue secundario: más poético, más puro, menos docto. Su relato siempre fue más confuso, ¿más inútil?: más inocente. Su relato nunca fue el de los historiadores. Pero hoy sí podemos acercarnos a sus imaginaciones núbiles, a sus miradas estupefactas gracias a ¡Y todavía dibujan! (Uña Rota), un tomo que recoge 60 dibujos de niños durante la Guerra Civil, con introducción de Aldous Huxley, célebre autor de Un mundo feliz y activista por el bando republicano. Huxley fue atraído hacia el drama español a partir de su amigo Juan Negrín. Acabó convocando exposiciones, reuniendo dibujos de críos y escribiendo textos como el que esta edición -de la poeta e historiadora Leticia Fernández Fontecha- recoge.

Los niños (vistos en fotografías)

Hasta ahora, a los niños de la guerra los hemos conocido únicamente por imágenes de los otros, no mediante su propia expresión -a excepción, por ejemplo, de los fabulosos diarios de la niña Pilar Duaygües, nuestra Ana Frank-. 

Lo decía Susan Sontag en Ante el dolor de los demás: “La Guerra Civil española fue la primera guerra cubierta en sentido moderno: por un cuerpo de fotógrafos profesionales en la línea de las acciones militares y en los pueblos bombardeados, cuya labor fue de inmediato vista en periódicos y revistas de España y el extranjero”. La audiencia de estas fotografías fue masiva: nunca había sucedido algo así en ningún conflicto anterior. Las imágenes no buscaban ser neutrales, sino facilitar la causa republicana ante el mundo para facilitar su éxito. Ahí Robert Capa, Gerda Taro, Henri Cartier-Bresson o José María Díaz Casariego

Uno de los dibujos de los niños que aparecen en el nuevo libro de La Uña Rota.

Estos fotoperiodistas no se limitaron tampoco a registrar las escenas de batalla, sino a auscultar a la población. A buscar impactos emocionales que hiciesen la guerra visual. Imágenes para combatir la amenaza del fascismo. Para pedir auxilio al extranjero. Imágenes descorazonadoras de un conflicto en el que ellos mismos estaban comprometidos, aunque no interviniesen de forma directa. Eran cámaras y parte. Registraban el sufrimiento de otros mientras sufrían. 

Luego muchos de estos fotógrafos y cineastas permitían a organizaciones humanitarias que usaran su obra para sensibilizar allá afuera y recaudar fondos. Los niños, entonces, se convertían en el reclamo de una campaña publicitaria. Sus imágenes iban acompañadas de frases rotundas: “80.000 niños nos observan”, decía un folleto del Comité de Trabajadores Sociales para Ayudar a la Democracia Española. “Lo que hagas hoy, será su mundo mañana”; “han sufrido demasiado”; “envíe hoy su cheque, dinero o giro postal”.

Madres que lloran, aviones nazis

En esta edición, donde los niños pueden expresarse ya desde su arte, el novelista Huxley alaba su "sensibilidad". Son, dice, “pequeños coloristas”. Mezclaban, curiosamente, la tragedia con la ornamentación. “Por ejemplo, las balas de las ametralladoras de los aviones son representadas como abalorios, de tal modo que un ataque aéreo no ilustra solo la dolorosa escena de una masacre, sino también, y simultáneamente, un curioso y original dibujo de líneas y círculos”, escribe Huxley. No tienen técnica, pero tienen intuición. Aún son diminutos creadores: la vida no les ha vulgarizado, no se han dejado aplastar por el canon.

Los niños son libres y todo lo muestran hasta animadamente: “Los dibujos de bombardeos aéreos son dolorosamente vívidos y detallados. Las explosiones, el pánico de los que huyen en busca de refugio, los cuerpos de las víctimas (…) todo se describe una y otra vez con un poder de expresión tal que despierta nuestra admiración por los artistas infantiles y nuestro horror ante la elaborada brutalidad de la guerra moderna”.

Uno de los dibujos de los niños.

Huxley ve aquí arte, pero también un signo de los tiempos. Pone el énfasis en los aviones: casi todos los dibujos los contienen. Algunos lucen esvásticas. “Para los niños y niñas de España, el símbolo de la civilización contemporánea, el elemento que cobra una importancia abrumadora en el mundo actual es el avión militar, el avión que, cuando las ciudades cuentan con defensas antiaéreas, vuela alto dejando caer indiscriminadamente desde las nubes su carga de fuego y explosivos; el avión que, cuando no hay tal defensa, vuela bajo y apunta su ametralladora contra los aterrorizados hombres, mujeres y niños que están a la intemperie”. 

Cada uno de los dibujos va acompañado de un pie de foto: “Este dibujo representa los milicianos que están en el frente, y que atacan a los aviones fascistas. Conchita Muñoz Jiménez, 12 años. Centro Español Cerbére, Francia”. O: “Paisaje de la casa de camino. Jaime López, 11 años, evacuado de Madrid. Colonia de Pablo Iglesias, Valencia”. Y su vida en las colonias. Regando alguna flor. Jugando al balón. El cine San Carlos de Bellús. Las guarderías infantiles de guerra. Lo que no sale, lo que no aparece jamás aquí pintado a dedo, es todo lo que inevitablemente vino después: la vida adulta. Y los recuerdos del espanto. 

La portada de Y todavía dibujan.