Decía Maquiavelo que los hombres ofenden antes al que aman que al que temen; que en tiempos de paz hay que pensar en la guerra; que un gobernante eficaz no debe tener piedad. Decía que el vulgo siempre se deja seducir por la apariencia y el éxito, que la fortuna es mujer, y que, si se quiere dominarla, hay que maltratarla y tenerla a freno. Pero el padre de la ciencia política moderna ya no es más ese caballero vestido con una suerte de sotana que se atusa el mentón mientras repite que el mal se hace todo junto y el bien se administra de a poco. Ya no es ese pensador desencantado que ideó sólo el liderazgo testosterónico -¿es eso machista o es meramente un síntoma del siglo XVI?-, que proyectó sólo a un Príncipe cruel para doblegarlos a todos.

Ahora Maquiavelo se traviste, quiera o no, porque los siglos corren y la brecha de género amenaza con estrecharse: por eso la poeta Loreto Sesma se ha enganchado a ese tratado para releerlo, para subvertirlo, para reinterpretarlo. Para zarandearlo de polvo y adaptarlo a 2019, para acomodarlo a un mundo donde la mujer ya tiene nombre y posición en el relato político, emocional, sexual. El filósofo nunca las tuvo en cuenta. 

Sesma habla sobre los principados nuevos que se conquistan con los propios ejércitos y la propia virtud, sobre el amor y el temor, sobre la palabra del príncipe... y, esencialmente, sobre La Princesa (Espasa). Ella no es consorte de nadie: reflexiona sobre el maltrato, el erotismo, el mundo laboral, sobre negarse a pedir ni perdón ni permiso, sobre el deseo que se reformula cada vez que conoce otro cuerpo. Enciende el motor de la idea y de la carne. Los echa a rodar. Teoriza. Se escucha a sí misma.  Huye del feminismo de post-it. Mete el dedo en la llaga. Y no escribe: sangra. 

¿Cómo fue la primera vez que leíste El Príncipe de Maquiavelo y qué pensaste? 

He tenido bastantes acercamientos al libro: el primero de todos fue en el colegio, estudiando Filosofía, y, siendo honesta, no entendía absolutamente nada. Este señor… del siglo XVI… luego volví a él muchas veces, y cuando escribí La princesa me sumergí de lleno. Reconozco que tiene lecciones con las que no estoy nada de acuerdo pero otras son perfectamente aplicables a la sociedad de hoy: la búsqueda del poder constante que llega a cegar. El deber gobernar para unos ciudadanos pero sólo gobernar para uno mismo. Me gusta. Me gusta cómo está dividido. La parte introductoria sobre qué tipos de principados existen, qué tienes, cómo puedes conseguir lo que te falta y cómo lo puedes perder… es naturaleza humana. Cómo comportarnos. Cómo amar. ¿Prefieres que te odien, que te tengan miedo o que te amen? Es aplicable al ámbito político, social e interpersonal. 

¿Cómo se te ocurrió la idea de aplicar revisionismo feminista a este tomo clásico?

Bueno, yo a veces soy un poco abuela y rumio para mí sola cuando veo cosas que no me gustan. Venía rumiando que hay partes del feminismo moderno que no me gustan: no me gustan las mujeres que no saben avanzar, igual que los hombres tampoco. NO me gusta que tratemos a los hombres por igual porque hay hombres que sí te hacen avanzar. Podría escribir poemarios sobre amor y desamor toda mi vida, porque soy una intensa, pero me apetecía tirar hacia el lado de la prosa y la reflexión. Es un tono en el que he escrito siempre pero nunca he publicado y necesitaba explorarlo. Pensé que no hay a día de hoy ningún libro, ningún tratado social y político como en su día lo fue El Príncipe. Así que quise hacer una relectura. Maquiavelo también pensaba que la historia se repite, porque el ser humano repite sus mismos errores; por tanto siente que el ser humano no puede cambiar. 

¿Qué mensajes del feminismo moderno son los que no te convencen?

Yo llamo feminismo a la lucha por la igualdad de las mujeres que peleamos a pie, no a pie de foto de Instagram. Feminismo para mí no es pintarse la cara de morado un día al año. Creo en mi madre por cómo se ha levantado siempre a currar, creo en mis amigas, que cuando un tío les dice algo ellas le dan una respuesta… creo en llegar a un puesto de trabajo y no estar de acuerdo con cobrar menos que un hombre. No tengo miedo a decirlo, eso es el feminismo. Hay mucho feminismo de boquilla, mucha tontería y mucha moda que lo que hace es infravalorar lo que realmente está pasando: esto es una lucha diaria. 

En el libro dices “me late al mismo tiempo el corazón y el ovario”. ¿Cómo crees que está revolucionando el feminismo el amor y la sexualidad?

A mí es un tema que me ha gustado muchísimo: la sexualidad. Me parece muy interesante: hay una ruptura del tabú alrededor del sexo, pero sigue habiendo ámbitos en lo que es difícil hablar libremente de eso. Los adolescentes pierden la virginidad con 11 o 12 años pero no empiezan a comprar preservativos hasta los 18 porque les da vergüenza: esta dualidad me es curiosa. Lo mismo pasa con el amor: queremos dar una imagen de duros que a lo mejor no somos, y a mí me da igual decirlo, soy una romántica empedernida. Lo que he intentado decir en La Princesa es que la misma mujer que se levanta a pelear por las mañanas es la que un día tiene un mal día, y la misma que al día siguiente se siente una leona, y al otro día una mierda. Rompe corazones y también le rompen el suyo. La vida de una mujer es todo eso. Es las cosas a las que se enfrenta y las imposiciones que ella misma se pone. 

También hablas del tabú de la masturbación femenina. 

Sí, son temas que he intentado reflejar, aunque no soy ninguna experta. La masturbación en según qué ámbito sigue siendo un tema incómodo… sólo para la mujer, para variar. Vamos a ver: la masturbación es un acto de placer, sí, pero también de reconocimiento y de conocimiento paulatino del yo. Es una forma de saber cómo es tu cuerpo. Nos han enseñado a satisfacer en vez de sentirnos satisfechas.

Escribes sobre una experiencia traumática: la pérdida forzada de una virginidad. ¿Hasta qué punto es autobiográfico y hasta qué punto trata de reflexionar sobre la violencia sexual? 

Ese relato tiene una historia detrás. A mí me pasó una cosa en Pamplona volviendo de fiesta. Un tipo me empotró contra una pared y empezó a tocarme. Iba borracho. Le di una patada y salí corriendo. No pasó nada más. Lo olvidé, supongo que como mecanismo de defensa. Luego estuve cubriendo el caso de La Manada y cuando leía la sentencia me volvió ese momento. Mi reflexión fue la siguiente: yo no tenía ni una foto ni un vídeo sobre aquello, ¿por qué nadie me iba a creer si lo hubiera contado? Si ese momento hubiese ido a más… sin una prueba gráfica… ¿por qué nadie me iba a creer? Sentí que debía contarlo. Denunciarlo. La gente puede pensar que es sensacionalismo para vender más libros o lo que sea, pero preferiría vender muchos menos y que eso jamás hubiera pasado. 

¿Es mejor ser amado o temido?

Creo que no está tan relacionado con el miedo, pero sí con el respeto. Con 16 años escribí una cosa: ¿sabes eso que le dicen a los camareros de que tienen que mirar al frente con la bandeja en las manos para que nada se les derrame? A mí me pasa lo mismo con el corazón, con el corazón en las manos. Me siento así. Creo que yo aprendo a ser mejor amando y hay una diferencia enorme entre querer amar y querer ser amado. El ser temido lo veo más aplicable al respetarte: tenemos derecho a tener líneas rojas. Tener cimientos claros. 

¿Crees que es posible la horizontalidad en el amor, o siempre hay uno por encima del otro? ¿Qué hay de las relaciones de poder en el ámbito de la pareja? Me recuerda a ese capítulo de Cómo conocí a vuestra madre donde decían que en cada pareja hay un ambicioso y un conformista.

(Ríe). Sí. Mientras uno dice “ven” otro lo está dejando todo. A mí en la universidad me dio clase un cura que me marcó mucho, aunque al principio me asusté pero luego dije “flipo con este señor”. Era fan de ACDC, por ponerte un ejemplo. Me trastocó mucho la cabeza. Él me enseñó que en el amor lo que ocurre muchísimo es el poder de la idealización. Amamos lo que creemos que esa persona va a llegar a ser, y ese es el error. Si no quieres a alguien como es y sí como tú quieres que sea… no iréis nunca por el mismo raíl. Las relaciones son un baile, hay que intentar no pisarse pero guiar al otro y dejarte guiar. Yo te doy, tú me das. Misma velocidad. 

“Para amar a los demás hay que amarse”, escribes. ¿Qué tal nos amamos las mujeres? El otro día charlaba con la escritora Lucía Baskaran y contaba que estamos educadas para odiar a nuestro cuerpo y al de otras mujeres. 

Es cierto que nos imponen modelos de conducta y de apariencia. Pero es más que eso, porque al final te enseñan los escaparates y tú decides si lo ves o no. Lo fundamental es que no nos enseñan a conocernos ni a aceptarnos. Como no nos conocemos no nos podemos llegar a aceptar jamás. Vamos a intentar siempre imitar al resto, en vez de abrazarnos con nuestros recovecos, con nuestras cosas buenas y malas. Yo sé que soy un puto desastre: lo soy, y quiero bien a mi gente; y soy ambiciosa, pero cedo mis cosas a los que quiero.

Sí es cierto que en los modelos impuestos hay mucha carga física. Es mi reflexión de todos los días. En México conocí a una chamana que me dijo “tienes que empezar a creer en lo que haces: todos los días mírate al espejo, mira tus recovecos y sonríete, al principio te va a costar, pero un día te sonreirás”. Y lo hice, y es verdad que al principio me costaba, hasta que un día lo hice. 

¿Es cierto que los hombres juzgan más por los ojos que por las manos? ¿Será por eso que son los mayores consumidores de porno?

El porno me parece súper interesante. Es el modelo con el que luego se construyen las webs comerciales. Mueven pasta y luego tienen dinero para hacer todo lo demás. Calculan el tiempo de permanencia en página: 15 minutos, 9 minutos… ahora se ha analizado que la gente es más rápida y se preguntaron: ¿es que consumen menos? No, es que resulta que las webs están mejor categorizadas y el usuario puede llegar más rápido al vídeo que le gusta.

El porno le hace flaco favor a la mujer porque evidentemente es casi una obra teatral… me hace gracia el porno, es todo muy irreal, y en ese sentido el hombre se lleva una idea equivocada de lo que es el sexo. Se equivocan a la hora de conocer el cuerpo de una mujer o de lo que tienen que hacer: aún no saben que cada mujer es distinta y que su placer es distinto. Aún no saben que las reacciones que tienen las actrices porno no tienen nada que ver con las reacciones de una mujer que no está actuando. Están esperando cosas que no llegan. 

¿Cuál es tu posición frente a la prostitución? 

Es un tema que depende mucho desde dónde lo abordes. Lo importante es que sea una decisión propia de la mujer, eso es de cajón de madera de pino. Si una mujer quiere hacerlo, ¿por qué tenemos que juzgarla? La libertad sexual es fundamental. Pero por otro lado, desde mi punto de vista, creo que no se debe tratar como otra forma de consumo. El sexo no es un zumo en un bar. La mayoría de mujeres que ejercen la prostitución no lo hacen por decisión propia, sino por 300.000 factores externos que la empujan a eso, y que tienen como fin menospreciar a la mujer y convertirla en un objeto. 

¿Crees que se ha romantizado la prostitución en la ficción? Pienso ahora en los cantautores y lo que han hecho con el personaje de la puta. Lo han convertido en un lumpen cool, en una forma de bohemia. 

Sí. Creo que Baudelaire ha dedicado poemas enteros a la prostituta bizca y calva con la que solía ir. Efectivamente. Hay que tener un respeto mínimo… es un tema muy complicado. 

¿Crees que el revisionismo es la nueva censura? 

Creo que tenemos que tener los pies en el suelo y no caer en el relativismo absoluto ni en la histeria. Hay mucha histeria, y para mí eso sí es la nueva censura: si no te sumas al discurso colectivo del tema que sea, eres un hijo de puta y te van a expulsar, a marginar. No. Me acuerdo de cuando cambiaron las portadas de Lolita, de Nabokov… cuando es un libro que no habla de una niña que sale a seducir, sino todo lo contrario. Hay que tener cuidado con esas cosas, de acuerdo, pero sin caer en la histeria. Son representaciones artísticas. 

Mira el caso de Balthus.

Total. Igual que una mujer rpuede pintar a hombres. En el arte creo que hay o debe haber un permiso que no hay en otro tipo de ámbitos. En cuanto a la separación obra y autor yo, si te soy sincera, sí creo que hay que separarlas. ¿Qué pasa: ya nunca vamos a ver una peli de Woody Allen, cuando ha sido uno de los directores más aclamados…? ¿Por qué? Hay que juzgar, y juzgamos, sus malas conductas, pero, ¿y su arte? Todos somos jueces morales de todos los demás, pero no nos juzgamos tanto a nosotros mismos en nuestras casas.

¿Qué hay de las mujeres y el liderazgo? ¿Qué puede enseñar este libro sobre la política femenina?

No sé si las mujeres tienen menos acceso al poder porque no se lo permiten a sí mismas o porque hay un hombre que se pone por delante. Ellos tienen un extraño imán hacia el poder. Pero claro, depende de qué poder estemos hablando. Igual aquí me refiero más al institucional, donde quizá la mujer tiene menos ambición. Sin embargo, las mujeres son extremadamente poderosas… con otro tipo de poder. Es un fallo decir que no es poderosa porque no acceda a determinados puestos. 

¿Qué crees que diría Maquiavelo si hoy leyese La Princesa?

Yo le diría: “Vamos a tomar una cerveza”. Me divertiría muchísimo conocerle, seríamos como alienígenas por el desnivel de las épocas. Compartiríamos experiencias. Querría preguntarle qué le parece esto y lo otro.