La intelectual, poeta, estudiosa feminista y ensayista Siri Hustvedt lleva décadas demostrando que sobre sus hombros pesa un cráneo privilegiado; que es un ser pensante, sintiente, reivindicativo, sofisticado dialécticamente; que no le teme a los popes, que no se achanta ante la crítica testosterónica; que, en definitiva, no es la “mujer de”, pero aún, cuando es galardonada con un premio como el Princesa de Asturias de las Letras 2019, se escuchan voces que se refieren a ella como la esposa de ese exitoso escritor llamado Paul Auster, quien recibió la misma condecoración en 2006.

Hustvedt lo contaba ya en La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral): tiene el cuerpo hecho a variados episodios de sexismo. Relató que una vez, un periodista chileno, en plena entrevista, insistió en la idea de que su marido le había enseñado psicoanálisis y neurociencia -cuando ella había repetido varias veces que no, y había recordado que Auster poco interés tenía en esas cuestiones-; y recordó cuando un patriarca del mundo literario francés le espetó, tras leer su tercera novela, con ademán autoritario, que tenía que “seguir escribiendo”. En otra ocasión, una lectora le preguntó si las partes correspondientes a uno de los personajes masculinos de su libro El mundo deslumbrante las había escrito su pareja.

Por eso Hustvedt está cansada, pero por eso Hustvedt aún golpea. Por eso escribe sobre lo que ella llama el “efecto del realce de lo masculino” -esto es, que los lectores y lectoras valoran más el mismo texto si está firmado por un hombre que si está firmado por una mujer-: porque lo conoce, porque lo ha experimentado, o, mejor, porque lo ha padecido. Por eso se apoya en estudios y cierra bocas con datos. Por eso Paul Auster se sinceró con la periodista I. B. Siegumfeldt en Una vida en palabras (Seix Barral), una entrevista hecha libro donde confesaba que una de las grandes razones para publicar ese tomo era “desenmarañar las retorcidas ideas” sobre su presunta influencia en la obra de Siri Hustvedt.

“Vienen circulando diversas ideas erróneas acerca de que yo la inicié en el estudio de Freud y el psicoanálisis, que le enseñé todo lo que sabe sobre Lacan… Todo eso es falso”, contó él. Esas sospechas hieren al autor. “Ella es la intelectual de la familia, no yo, y todo lo que sé sobre Lacan y Batjín, por ejemplo, lo he aprendido directamente de ella”, alicató.

"Las escritoras no son competencia"

Cada vez le quedan menos dudas hasta a los escépticos, hasta a los machistas ilustrados. Hustvedt se encara, si hace falta, con el mismísimo escritor noruego Karl Ove Knausgård. Ella le entrevistó frente a una audiencia y una de sus preguntas fue por qué en un libro en el que había cientos de referencias a escritores sólo se mencionaba a una mujer, Julia Kristeva. La respuesta fue contundente: “No son competencia”. Al rato ella interpretó sus palabras con perspectiva de género: “No creo que pensase realmente que Kristeva es la única mujer, viva o muerta, capaz de escribir o de pensar bien. Eso sería absurdo”, esgrimía Hustvedt. “Más bien intuyo que para él competir, literariamente o de otro modo, significa medir fuerzas con otros hombres. Las mujeres, por brillantes que sean, simplemente no cuentan”.

En El mundo deslumbrante (Anagrama), disparaba ya desde las primeras páginas a este respecto:  “Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño hay una polla y un par de pelotas”.

El sueño: la universalidad

Hustvedt aspira, en realidad, a la universalidad. No quiere compartimentos estancos por sexos ni por géneros; huye de los clichés, de las viejas herencias, del oficio que se espera, de la vida que se aguarda para éste o para aquélla. “¿Quién tiene sexo, el escritor o la obra? ¿Pueden ser contrarios? Y si el narrador de la letra impresa es un hombre, ¿eso convierte al libro en masculino?”, plantea. La brillante Hustvedt sostiene que no hay que negar la masculinidad en favor de la feminidad, ni viceversa; que cada obra es libre y posee su propio género, independientemente del del autor. “Los escritores no están en el texto. Su cuerpo está ausente. La representación, por su misma naturaleza, está separada de lo representado. En el habla y la escritura nos distanciamos de nosotros mismos incluso cuando decimos ‘yo’ para señalar al Yo como portavoz”.

Ella recuerda constantemente que los creadores se sacuden el género cuando leen y cuando escriben ficción.  “Esto es posible porque no somos ratas sino seres imaginativos capaces de salir de nosotros mismos y, durante un rato al menos, convertirnos en otra persona, joven o vieja, cuerda o loca, mujer u hombre”. Por eso Siri Hustvedt será todos los hombres que quiera, todas las hembras que sueñe, todos los animales en los que nunca va a reencarnarse. Ojo, por cierto, a Recuerdos del futuro (Seix Barral), su última novela, ambientada en el Nueva York de los años setenta, donde una aspirante a escritora -provinciana- explora la gran ciudad y se obsesiona con su vecina. Son las propias notas antiguas de Hustvedt. Conózcanlas