“Creo que era Azaña quien decía: si quieres guardar un secreto, escríbelo en un libro. Antes el hecho de que te editasen, o te publicasen, ya era un síntoma de cierta excelsitud. Ahora es algo tan mediocre y que todo el mundo puede conseguir… imagina: si antes nadie abría los tres libros que había, ¿cómo van a abrir los 300 que se publican al día hoy?”. Carlos Mayoral (Madrid, 1986) teoriza sobre esconder confidencias en artefactos literarios mientras pide un capuccino en la plaza de Alonso Martínez. Es un autor lúcido, culto y descreído que habla desde una templanza incómoda -en los tiempos de la polarización-. Se muestra escéptico ante el panorama literario: “Se están perdiendo las grandes armas que ha tenido el siglo XX para influir. Ahora probablemente influye más en la sociedad un tuit o una imagen de instagram que un libro”. Y sin embargo, escribe.

Escribe porque cree en Unamuno, en Machado, en Valle-Inclán, en Cernuda y en Bolaño. Porque cree en Baroja y Rubén Darío, en Panero y en Ortega. Escribe porque algo le hace pensar que un beso no se va a vivir igual -no con la reconcentrada intensidad de símbolo- sin haber leído a Cortázar: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca...”. Escribe para reivindicar la tilde del "sólo", para homenajear al punto y coma, para agitar y servir la memoria

En esta ocasión, en Un episodio nacional (Espasa), Mayoral recupera el crimen de Fuencarral -el de aquella acaudalada viuda que amaneció cosida a navajazos y envuelta en telas ardiendo en petróleo- y aprovecha para poner las banderillas a un sistema judicial y político que aún hoy, desde 1888, huele a podrido. Todo bajo el marco de la relación sensual, intelectual y tabú de Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. Pocos amores en 2019 como aquél, tan dialéctico. Sin embargo, idénticas corruptelas. 

Emilia y Benito tenían personalidades muy distintas. Ella era más segura, más arrolladora… él algo lúgubre. ¿Cómo se encontraron, cómo se llamaron la atención?

Yo creo que ella le persiguió más a él. Atendiendo a su relación epistolar, en un primer momento se ve que hay una relación de alumna-maestro, más bien infundida por ella. Creo que Benito no fue un tipo altanero, pero ella en los encabezados se refiere a él como “querido maestro”. Esa relación epistolar dura décadas, hasta que en los ochenta ambos despegan mucho literariamente. Ella publica La cuestión palpitante y Los Pazos, y él publica las novelas que llaman contemporáneas, Miau, Marianela, Fortunata y Jacinta. Es la época de éxito de ambos. Ahí se igualan ellos intelectualmente, aunque Benito por canon machista quizá tuvo más éxito. Él encuentra ahí un alma paralela intelectualmente y creo que eso es lo que les une. Él era un provinciano de las islas que viene a Madrid, con una mano delante y otra detrás. Su madre le saca de Las Palmas porque se había enamorado de una prima: era un hombre muy mujeriego, con la bragueta muy suelta. La madre se da cuenta de que en ese ambiente tan cerrado este hombre la va a liar y le envía a Madrid.

Aquí es un enanito en una ciudad que todavía es el poblachón manchego pero está despegando. Él se recluye al principio en los círculos canarios y es como un paleto en la ciudad cuando ella es una aristócrata, hija de condes, con diversos pisos, etc. Eso hace que ella tenga más soltura, más seguridad. Ella es una mujer, para mí, muy valiente, porque no es fácil enfrentarse al contexto del que hablamos. Igual contado desde el siglo XXI suena mucho a cliché, pero no deja de ser una mujer aristócrata, que se separa de su marido, que decide colocarse en un mundo literario que huele a machirulo por todas partes, que confía tanto en su talento que no le importan las críticas terribles que recibe de los realistas, etc. Lucha contra todo eso.

Pero Galdós se hace el sordo ante todo eso. No cede a la presión de los círculos. 

Sí, eso me llamó la atención y lo quise reflejar en la novela. Él se alejó de eso y no siguió la corriente crítica de Clarín, por ejemplo, que la odiaba, o de Pereda. Creo que el amor vino después de eso. No creo que él no fuese crítico con ella por estar enamorado, creo que primero no fue crítico y después se enamoró.

¿Cuánto había de amor y cuánto de sexo en esa relación?

Para mí hay mucho de relación intelectual. Es decir: Galdós, que como te digo era muy mujeriego, a menudo tuvo parejas que eran gente de clase baja… poco después de estar con Emilia estuvo con una asturiana que era pastora o algo así. Pero con ella encuentra una relación en la que ambos se retan, y eso a él le atrae muchísimo. 

O sea, que de la inteligencia también se llega al amor.

Por supuesto. Y obviamente luego hubo una pasión carnal que en las cartas se ve claramente, pero yo creo que eso viene después de la atracción intelectual.

Era una relación mal vista por la moral oficial. 

Muy mal vista, claro. Hay que entender que Galdós era un hombre de alguna manera intruso en la literatura. También narro en la novela cómo la Academia le cerraba las puertas. Lo veían demasiado popular para estos dinosaurios. Sí, a la corriente moral de la época dictada por intelectuales y políticos de entonces, muy aristocrática, muy endogámica, le costaba admitir a una mujer casquivana y a un paleto que escribía para que lo entendiese todo el mundo. Si encima se fragua una relación entre ellos, imagínate. 

El sexting de hoy no tiene nada que hacer comparado con ese tipo de relaciones intelectuales donde la palabra era la piedra angular del erotismo.

Bueno, de momento hemos perdido el contacto, entendido como la presencia física, que impone mucho y también enamora. Hemos perdido la capacidad de improvisación, con relaciones tan teledirigidas y tan telecomunicadas… uno no tiene por qué improvisar, lo tiene todo a mano. Estas eran relaciones infinitamente más espontáneas. Yo dibujo una escena en la que ella se marcha de casa de él dejando una nota y ya no vuelve a saber de ella hasta que llega a Galicia, envía la carta… hay una querencia por el suspense que ya no tenemos. Ahora tenemos 24/7 la posibilidad de estar en contacto, aunque sea a través de la palabra. Algo se pierde y algo se gana, pero empiezo a pensar que hemos perdido más de lo que hemos ganado.

Hay otra trama en la novela donde Melquíades se debate entre el amor que le da paz y el amor lúbrico. Esa es una de las grandes preguntas que nos hacemos todos en la vida. A mí me da la sensación de que el que da paz parece que conforma y el que es lúbrico, vacía. Es como: susto o muerte. ¿Qué hacemos con esto, cómo lo valoras tú?

Bueno, él es un hombre joven. Para mí, la relación que él mantiene con Nela, la costurera del Rastro, viene a ser una suerte de afianzamiento en la ciudad. Él llega a Madrid, es un tipo de provincias… nos ha pasado a todos los que hemos venido a Madrid: no conoces la ciudad, te agobia, te asfixia, el protagonista llega incluso a desarrollar una cierta agorafobia y se encierra en casa. Y el amor por la ciudad va afianzándose cuando va afianzándose el amor que siente hacia las personas que transitan por ella. El amor que siente por su relación estable, Laura, es un amor casi teledirigido por el contexto: una mujer que coincide en muchos gustos con él, que pareciera hecha para él.

Pero cuando se va involucrando en la ciudad se va volviendo mucho más beligerante. En el caso del crimen de Fuencarral, lo que en principio era una postura tímida comienza a ser beligerante. Hay una escena en la que están tirando piedras (esto es real) contra el Palacio de Justicia, y él, en el último momento, coge una piedra y la arroja, de forma simbólica… acaba volviéndose un punki contra el poder. A la vez, hace que se atreva a dar rienda suelta a sus pasiones más bajas. Yo ese amor más hedonista lo llevo en la novela más en ese sentido: “Ya soy yo, ya estoy aquí, ya estoy desatado”. El primer amor es doméstico (parece impuesto por la sociedad, por el contexto).

Pero hoy en principio no tenemos que tener ningún amor impuesto ni conducido. 

No, no, sí que es impuesto.

¿Todavía?

Claramente. Estoy seguro de que la mayoría buscamos un tipo de media naranja que muchas veces no tiene demasiado que ver con lo que nuestra verdadera pasión, nuestra baja pasión, nos dicta. No hablo de imposiciones paternas o familiares, sino imposiciones que uno mismo se exige. Sin embargo, normalmente el sexo, la pasión, el deseo habla otro idioma. 

Esta es una novela que desconfía del sistema. De hecho, se puede decir que es una novela antisistema. ¿Cuánto hay de esa putrefacción social, judicial y política que sientas que se ha trasladado a 2019?

Galdós lo dicta muy bien en la novela, hay un epígrafe que da cosa hasta leerlo: “Resulta que la representación del país está, con unos y otros partidos, en manos de un grupo de profesionales políticos que ejercen alternadamente, con secreto pacto y concordia, una solapada tiranía sobre las provincias y regiones. La justicia y la administración, sometidas al manejo político...”. Parece que se está dictando el mal de hoy. Ahora que se está produciendo un juicio muy mediático (el procés) veo una gran similitud: yo cuando leí el sumario del caso de Fuencarral, había unos 400 o 500 testigos, y ahora el procés debe ser parecido. Joder, qué agotamiento. Veo a dos élites enfrentadas que en algún momento se dan la mano. La prensa de entonces, que podía ser quien se enfrentó al poder político… da la sensación de que en la sentencia final hay un “secreto pacto” entre ellos para terminar dictando lo que finalmente se dictó. Y me da la sensación de que en el procés pasó algo parecido. Por eso creo que al final vivimos en un país que sufre el mal endémico de las castas que, a priori, están enfrentadas pero luego no lo están. Salen del Congreso y se toman el gintonic juntos a 3,50. El mal está en la hipocresía. 

¿Crees que en la sociedad moderna, como también sucede en el libro, los pobres siguen siendo los cabeza de turco de los ricos, y que difícilmente llegamos a conocer a los verdaderos culpables de las tramas?

Sin duda. Estamos en manos de una casta… una de las partes más importantes de la novela es el papel que la prensa ejerce en ella. En ese momento se acababa de promulgar la Ley de Libertad de Imprenta y no existía la prensa como poder, y sin embargo es en esa época cuando empieza a levantarse como un poder a la altura de cualquier otro. Estamos en manos de titulares, estamos en manos de campañas políticas… que muchas veces uno tiene que creer por intuición. 

Por una especie de fe. No tenemos manera de comprobar todo lo que leemos. 

Sí, es una suerte de fe ciega. No se puede contrastar si algo es verdadero o falso. ¿Qué acaba pasando? El votante, o en el caso de la novela, el que toma partido por un bando o por otro, tiene que guiarse por puro bufandismo, por puro cerrilismo, y eso acaba llevándonos a las tragedias fraticidas a las que siempre llega este país. 

¿Cuál es el mayor fascismo que existe ahora mismo en España?

Para mí, la censura velada que se ha vertido sobre todos nosotros, y quien diga que no, miente. Yo me autocensuro casi a diario, no digo la mitad de las cosas que pienso. Me pasó con Sánchez Ferlosio el otro día: a mí me apetecía poner un tuit y decir “El Jarama es una puta mierda”. 

Eso lo pensaba hasta él, casi.

Bueno, no una puta mierda, me hubiera gustado decir que yo no disfruto con esa novela, pero me autocensuré y no lo dije. Me habrían atizado. Esto es un detalle sin importancia en comparación con otros miles de pensamientos. Es una época donde cada vez menos hay libertad de pensamiento, ya no sólo de palabra. Lo pensaba mientras escribía esta novela, porque está ambientada en una época donde surgen los grandes regeneracionistas de este país, Unamuno, Ortega… Unamuno tiene un libro que es Contra esto y aquello. Gente a la que a día de hoy es imposible encasillar en ninguna etiqueta. De hecho, lo que se hace ahora es que cada bando intenta utilizarlos en su beneficio. A Unamuno lo han usado unos y otros.

Sabes que Abascal, en el libro de Sánchez Dragó, se erige como “unamuniano”. 

Podría hacerlo, porque como salió diciendo lo de “soy vasco y por eso doblemente español”… pero a la vez, luego raja de Castilla… podrían utilizar una cosa o la otra. Es lo que tienen los espíritus libres, que no se casan con nadie. Esa libertad me cuesta encontrarla hoy. En política, en literatura, en casi cualquier faceta.

¿Sigue vigente el discutido “viva la muerte, muera la inteligencia”? 

Bueno, fíjate, yo creo que no sólo sigue vigente sino que ha calado de tal modo en la sociedad que ha muerto la inteligencia, de alguna manera. Con esta noticia que leí hace poco de la desaparición de la literatura hispanoamericana de las aulas… Pensaba: “Muera la inteligencia”. Han desaparecido García Márquez, Borges, Carpentier… lo más grave es que si nos lo pusieran en un aula a los niños de 13-14 años, no tendrían las armas lingüísticas e intelectuales para acercarse a ellos. Ya lo peor no es que te los quiten, es que te han quitado las armas para enfrentarte a ellos. ¿Muera la inteligencia? Absolutamente. Ha muerto ya.

Respecto a lo que hablábamos del poder judicial, pensaba que ahora está sucediendo algo inédito: se está cuestionando su fiabilidad. Del poder político se ha desconfiado históricamente, pero hoy se mira con recelo también a los jueces, en ciertos casos… Se sentía que los jueces eran una especie de semidioses ecuánimes. De alguna manera, esta crítica revienta el sistema tal y como lo conocemos. 

Yo esa crítica no la comparto, al menos no en su totalidad. Todo esto de la “justicia patriarcal” no me termina de cuadrar. Pero sí es verdad que obviamente el poder judicial, en algún punto de la pirámide, se da la mano con el resto de poderes. No me cabe la menor duda. Sí creo en la honestidad de los jueces, la que le proporciona el esfuerzo que les ha llevado estudiar y llegar hasta ahí. Eso les da cierta independencia. Los políticos van más a dedazo, sin especialización… ya no hay Cánovas, ya no hay Sagasta. 

Bueno, a veces hay Suárez Illana.

Otro dedazo clarísimo. Sin embargo, los jueces no están ahí por un dedazo, tienen una independencia fraguada por décadas de estudio. 

¿Es más difícil editar una novela o editar la Constitución?

Yo creo que la Constitución está mal editada, la nuestra, la vigente. Porque el editor se confundió a la hora de transferir la educación a las autonomías, me parece que es uno de los grandes errores. 

¿A quién votaría hoy Galdós? 

Bueno, depende de qué Galdós hablemos. El último Galdós, que ya estaba de vuelta de todo… uf… un espíritu también demasiado libre. Él estuvo 30 años en el Congreso, primero con los liberales y luego con los republicanos. Buena pregunta. Yo creo que votaría a Podemos por lo que tienen de cierta ruptura con el poder establecido. Pero lo digo con la boca pequeña, porque era una persona muy contradictoria: siempre se ha dicho que era el escritor de las clases medias, pero para mí es un escritor que vivía de las clases bajas. Está la clásica anécdota que cuenta cómo Galdós iba en los tranvías escuchando conversaciones, tomando nota… para luego dibujar la sociedad. Él bebía de la clase baja, pero también dependía de la clase alta. Esa contradicción le jugó malas pasadas. Pero sí, yo creo que votaría a Podemos. 

¿Y Emilia?

Emilia al PP, claramente. A pesar de que se parecían mucho sus mentalidades, ella era una aristócrata convencida. Votaría a un PP más de élites.