Roger Wolfe es el Bukowski patrio. Nació en Inglaterra y se vino a vivir a España en 1968: trajo consigo sus cielos plomizos y los volcó en poemas pequeños, violentos, nihilistas, hondos, escépticos, secos; poemas donde no pasa nada o donde todo está a punto de salir mal; poemas que son como los días perdidos en los transportes públicos o como hablar de pintura con un ciego. Poemas que cortan el cuerpo: guantazos finísimos. Poemas como perros envenenados. 

Es realista y aún más sucio, pero a ratos -en medio del bourbon, de las cerillas, del paquete de Winston, de la idea suicida- encuentra un destello, y entiende que "es agradable estar vivo y hacer la guerra / y el amor y este poema y que el mundo / bien merece / otra mirada". Ahora presenta La poesía es un revólver apuntando al corazón (Verso&Cuento), una antología de ese hombre "alto, delgado y solitario" que se pasaba la vida "sentado en la penumbra de cocinas / de casas de arrabal / bebiendo té / fumando cigarrillos / y preguntándose / por el sentido de las cosas". 

¿Por qué sus poemas están llenos de cafés?

(Ríe). En principio, porque bebo bastante café. Escribo con un café delante, en la mesa.

¿Y cómo afecta el tabaco a la escritura?

El tabaco, decía Compton Mackenzie, es la “doncella de la literatura”. Digamos que la ayudante personal de la literatura. Yo creo que “tabaco” y “literatura” han ido siempre de la mano, sobre todo en épocas pasadas. En el siglo XIX era inconcebible, no sé, la literatura sin la compañía del tabaco. Ha habido grandísimos escritores fumadores. Mira Thomas Mann. Muchos de los grandes escritores del siglo XX eran fumadores. A mí me parece que el tabaco ayuda no sólo a vivir, sino a escribir. Le preguntaron a Sartre, muy al final, cuando ya estaba mayor y enfermo: “¿Y qué diría usted que merece la pena en la vida?”. Y él dijo: “Fumar”. El tabaco es como los servicios postales: va junto a la literatura. 

Pero es verdad que hay algo ingrato en no poder fumar y escribir a la vez. 

Sí, cuando estás con un teclado, sí. Dejas el cigarrillo en el cenicero…

Esos segundos de desprenderse duelen. 

Totalmente. Pero te para. Como decía Pla, otro gran fumador, “para encontrar el adjetivo hay que fumar”. Él lo liaba, yo también lo lío. “Yo me paro para buscar el adjetivo, mientras voy liando el cigarrillo encuentro el adjetivo” (imita). Pla se definía como escritor-fumador. A mí la idea de no poder fumar me parece terrorífica.

Menos mal que no trabaja usted en una redacción. 

Sí, ahora está todo completamente prohibido. El tabaco ha estado asociadísimo también al periodismo, siempre. Los periodistas han sido grandes bebedores y grandes fumadores… y grandes de todo.

Grandes díscolos.

Sí. 

¿Cuando se consume un cigarro se consume una idea?

Podría escribir ensayos enteros sobre esto. Cuando fumas un cigarrillo, abres un paréntesis en la realidad, detienes el tiempo. Es como una pausa, ¿no? Y muchas veces te ayuda a ponerte en contacto con lo que tienes en tu propia cabeza. Tiene algo místico, el tabaco. Es como un rito muy íntimo. A mí me gusta mucho fumar solo. El tabaco es un acto personal. Es algo que casi te pone en contacto con dios, con el lumen, con la inspiración. Crea otro tiempo. 

Cuando leo sus poemas me da exactamente esa sensación: la de que el tiempo se ha parado, la de que estamos quietos. ¿Cómo afronta la vida y la muerte?

Sí. Efectivamente, hay muchos poemas míos que son paréntesis. Son momentos de ensimismamiento. De pararse. Y de reflexionar. O de ponerse en contacto con esa otra cosa que estás percibiendo. ¿La muerte? Pues sí, esa será la parada definitiva. No sé, yo no pienso mucho en la muerte. No estoy continuamente con eso, pero pienso en ello. Llegará un momento en que todo se parará definitivamente. 

¿Por qué escribir es inútil? Como decía el músico de jazz Freedie Green: llega, toca, lárgate.

Sí. Ese poema habla de lo que uno pretende hacer cuando escribe: no perder demasiado el tiempo. Llegar, decir lo que tienes que decir, y marcharte. Llegar ante la pantalla o el papel o llegar físicamente a un sitio. Pasa con las intervenciones públicas. Hay que ir a lo que importa, a la esencia de lo que tienes que decir. Con la escritura quiero hacer lo mismo: obtener la mayor profundidad con la mayor sencillez. Quiero economía de medios y conseguir el máximo significado. 

En algunos poemas parece que odia a los escritores. Como en ese en el que el poeta se emborracha y se pone jactancioso en una comisaría. Entonces le meten por el ano su propia pluma estilográfica. ¿Son detestables, los autores? ¿Qué hostias se han creído?

(Ríe). Sí, muchas veces lo son. Ese poema al que te refieres es un poema satírico sobre la actitud de muchos artistas, que creen que por ser artistas todo les está permitido, y, evidentemente, no es así, como pudo comprobar el poeta, en cuestión, en la comisaría. El artista es un hombre o una mujer como los demás, sólo que tiene la facultad de ver más allá, de ver lo que hay debajo de las cosas y transmitirlo. ¿Uno es artista en todo momento, desde que se levanta hasta que se acuesta, o es artista sólo cuando hace arte? Yo creo, un poco, que las dos cosas.

Decía Elliot que el poeta es un hombre como otro, sólo que, además, escribe. Hay gente que opinaría que no, que el poeta es siempre poeta, y que siempre está viviendo en poeta. Puede ser un poco insoportable la actitud de estar viviendo permanentemente el papel… la pose, la soberbia. Pero en el sentido más auténtico, uno sí que es artista siempre, porque no sólo es escritor cuando escribe, sino que estás escribiendo con la cabeza continuamente. Lo que escribes es el resultado final de lo que has rumiado, de algo a lo que has dado vueltas mucho tiempo. 

Sobre todo, que hay gente que no es tan buena y se lo cree.

Claro. Es que hay mucha gente que no quiere escribir, sólo ser escritor, con todo lo que ello conlleva socialmente. Figurar, ser famoso. La escritura es una labor solitaria, y muchas veces, desolada. Marginal. Cuatro paredes y una máquina de escribir. Lo demás es accesorio. Pero, sobre todo hoy, tienes que hacer relaciones públicas para vender lo que has escrito.

Roger Wolfe. Silvia P. Cabeza.

“Tu entrepierna olía a serrín mojado. No te quise nunca, Amparo. Y no por no intentarlo”. Me gustan los poemas crueles. ¿Por qué siempre se relaciona la poesía con un espíritu blando, o enamoradizo, o doliente: por qué parece que la poesía no puede ser un ataque?

Sí. Puede serlo y mucho. Y cruel. Ahí están los poetas romanos de la Antigüedad clásica, como Catulo, que se dedicaba a poner verde a todo el mundo. Tenían los romanos una visión diferente de las cosas. No eran tan sentimentales. El amor para ellos… no existía. No existía el amor romántico en Roma. Y los epigramas, la sátira sí. Quizá no se haga tanto eso hoy. La sátira y el tono epigramático no está tan presente hoy. Pero sí: no tiene que ser todo tan bonito hoy, tan dócil, rosas y violines. Es más, la poesía, debido a sus características, al ser normalmente más concisa, el dardo, la punta de la flecha, puede ser más hiriente.

También tiene un poema que dice que le gustaría ser el personaje del libro que está sobre la mesa. “Podría al menos conocer New York, coger el metro, disparar la Browning, romper todos los dedos de las manos a aquellos que más odio”. ¿Qué se puede hacer en los libros que no se puede hacer en la vida?

En los libros, todo. Lo bueno es que puedes hacer lo que quieras. En la literatura no hay límites. Puedes resolver muchos problemas sin hacerle daño a nadie a través de la escritura. Y se puede hacer prácticamente cualquier cosa, y dar rienda suelta a la imaginación. Ciorán, curiosamente, hablaba de que cuando sientes un odio muy intenso hacia una persona y no sabes cómo desahogarte, lo mejor es coger un folio y escribir una y otra vez que fulanito es un cerdo, un canalla, un bellaco, y después de escribirlo cien o doscientas veces se te ha pasado por completo el cabreo. La escritura es terapia. 

Da como miedo que se pueda cumplir, ¿no? Imagine que tira a alguien muy concreto por una ventana en un poema. ¿Y si se cae…? 

Sí, hay muchos escritores supersticiosos. Temen hablar sobre su propia muerte o sobre la muerte de sus seres queridos. Puede ocurrir, ¿eh? Hay sincronizaciones aterradoras. Constantemente. 

¿Le da miedo la corrección política?

Me da pavor.

Estaba usted diciendo que en la literatura no hay límites, y no es cierto. 

No debería, pero… es terrible, es la nueva dictadura global. Es insoportable, como un cáncer. Cada vez se puede decir menos. Hablábamos antes de fumar: ya no se puede fumar en ninguna parte, ni casi decir que fumas. Cada vez los espacios de libertad son menores. Lo curioso es que la gente que exige corrección política es la gente que tradicionalmente ha sido contestataria, rebelde. Es como si se estuvieran dando la vuelta las cosas. Hasta cierto punto, hago caso omiso. Siempre he escrito lo que me ha parecido. Me considero educado, sé dónde están los límites. No me parece que sea buena idea prohibir áreas enteras de discurso, que es lo que está ocurriendo.

Roger Wolfe. Silvia P. Cabeza.

¿Uno tiene derecho a ser fascista o machista en la ficción?

¿Quién, personajes?

Bueno, el narrador. El autor. Es que ahora parece que hay una literalidad entre lo que el escritor escribe y su propio pensamiento. 

Ese es el problema. Parece que la gente ya no sabe distinguir entre la ficción y la realidad. Eso ha sido así siempre pero ahora es peor, debido a la inmediatez de la vida, al hecho de que todo se ha tecnologizado. Ser irónico hoy es peligroso. Mucha gente se lo toma todo al pie de la letra. Es difícil distinguir bromas de veras. Los matices se están perdiendo. 

¿Qué es ser transgresor hoy?

Lo que siempre ha sido: cuestionar la condición humana. Joder, hacer preguntas. No por el deseo premeditado de ser incómodo. Yo nunca he querido ser incómodo, pero me interesa indagar en la realidad que me rodea, y eso significa a veces entrar en zonas desagradables. 

¿Ha podido pagar alguna copa con un poema?

Bueno, pagar literalmente una copa con un poema, creo que nunca, pero la literatura sí que te permite obtener muchas veces cosas que sin ella no obtendrías.

¿Sexo?

Por ejemplo. La literatura lleva consigo una aureola, tiene unos beneficios añadidos. El arte, en general. Lo mismo ocurre en el mundo de la música. Hay beneficios directos e indirectos.

Mucha gente se hace poeta ahora para ligar.

Bueno, casi todo lo que hacemos en la vida es para ligar. Eso es lo que nos hace levantarnos de la cama por la mañana, otra cosa no hay (risas). La literatura y el arte te ayuda a relacionarte con los demás. ¡Y a veces te permite viajar! Intervenir en público en lugares nuevos. El arte es bueno para la salud, para la propia salud. Estás más a gusto contigo mismo y con el mundo. 

¿Sí? Creo que era Rubén Darío quien decía “no hay mayor pesadumbre que la vida consciente”. Igual el arte puede joderte la vida. 

Sí, pero el arte puede ser catártico, te permite sacar demonios y fantasmas. Es verdad que puede hacer daño, porque hurgas en la herida. 

Vino a España en el 68, en plena dictadura de Franco. 

Sí. Yo no viví... mi experiencia fue diferente. Éramos una familia inglesa. No es que fuéramos ricos, pero teníamos medios económicos, sobre todo teniendo en cuenta que veníamos de Inglaterra, donde la vida era infinitamente más cara. Una familia de clase media que se estableció en Alicante. Yo nunca tuve el menor problema. Hay gente que sí tuvo enfrentamientos con la dictadura, que fue perseguida... pero yo era muy pequeño, y mi familia era un microcosmos británico: no se relacionaban mucho con la gente de aquí. Fue una infancia feliz, la mía. Hay aspectos de la España de Franco que eran maravillosos. No todo era malo. Parece que dicen que fue horrible, y no lo fue tanto.

Roger Wolfe. Silvia P. Cabeza.

¿Qué hubo de bueno?

Mil cosas buenas, para empezar, el país mismo: España. Era una maravilla y sigue siéndolo, pero imagínate, venir de Inglaterra, donde siempre estaba nevando, lloviendo, un tiempo horrible...

Franco no pudo cambiar el clima de España.

No, no pudo (ríe). Aquel levante. El color del mar. Vivíamos al lado del mar. En aquellos tiempos todo era barato, muchísimo más que ahora. Había mucha alegría. España es un país muy alegre, a pesar de todo.

¿Cuesta a los españoles decir que les gusta España?

Sí, y eso está empezando a cambiar, detecto. Ahora la gente empieza a poder hablar bien de España siendo española, antes estaba prohibido, ¿no? Hay mucho bueno aquí. Y yo creo que los españoles deberían amarse un poco más: amar un poco más su país. España es maravillosa. Spain is different. Si no, ¿por qué tal cantidad de extranjeros vienen aquí y ya no se van? Yo soy uno de ellos. Y Hemingway. Orson Welles. España tiene algo.

Quizá con auge de Vox ya no se puedan acoger a los extranjeros, ¿no?

No sé qué va a pasar.