Álvaro Pombo es un hombre exquisito: un capitán de barco que fuma Camel, un poeta menudo aferrado a un bastón, el rey amable de un salón abarrotado de cachivaches. "¿No tira nada?". "Bueno, es que todo es importante". Igual sucede con los trastos del pensamiento: seguro que un día un detalle endiablado nos acaba recordando quiénes somos. El escritor está obsesionado con la senectud, que hoy es el gran tema de su vida. A veces no entiende su propia combinación de artrosis y lucidez; pero sigue entregado a la idea de que "escritura" es "sorpresa" y vuelca en los instantes más cotidianos una parte inmensa de juego.

Tiene algo sensacional: llega a reconocer su propio autoritarismo -es hijo sangrante de una época-. Ahora presenta Retrato del vizconde en invierno (Destino), el cuento herido de un octogenario viudo y aún hermoso, un intelectual reputado en la Transición, un hombre que envidia a su hijo y que abraza -subterráneas- pulsiones bisexuales. Un buen día, sus hijos y su amante deciden regalarle un retrato, pero, ¿estamos dispuestos a vernos desde los ojos de los demás? 

Esta es una novela muy viril. 

¿Cómo dices tú que…? Bueno, sí (ríe). Es una tragedia realmente. En el lenguaje de ahora diríais que es una novela “patriarcal”. 

¿Por qué dice “diríais”?

Bueno, porque ahora se usan esas palabras. El vizconde es un hombre octogenario, como yo, pero que no se parece a mí, y es un ensayista que consiguió fama en tiempos de la Transición. Pero claro, han pasado los años. Ha tenido achaques. Su primera mujer ha muerto y ahora viven con él en su casa sus dos hijos, Miriam y Aarón. El protagonista es él. En estas páginas hay vida recordada y vida que se está viviendo en ese momento. Al vizconde lo que le pasa es que tiene que hacerse cargo de su vejez y eso es difícil.

¿Cuándo comienza uno a ser viejo?

Pues yo muy tarde, y más hoy en día. Verás, hoy ha cambiado eso mucho, hoy tenemos como cuatro edades: antes eran tres. Ahora estoy escribiendo una novela que se llama Los campeonatos de los octogenarios guapos. Es una comedia. Tú ya conocerás octogenarios, ¿no? O no, porque eres muy joven.

Mis abuelos aún no tienen ochenta.

¡Claro! ¿Y están bien de salud? Estarán estupendos. Séneca y Cicerón escribían libros sobre la senectud y se consideraban ancianos a los 65. Ahora los viejos van por ahí y no les pasa nada, qué les va a pasar. Mi protagonista, el vizconde, está muy vivo todavía, pero no acaba de aceptar una situación complicada. La vejez, como la juventud o la madurez, son situaciones abiertas para cada uno de nosotros. Todos tenemos el pasado, el presente y un tiempo abierto, nunca sabemos qué va a pasar. Tú también lo tienes ahora mismo. ¿Tú qué edad tienes?

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¡Figúrate! Jovencísima. Pues estás trabajando en un periódico, y tienes que tomar decisiones acerca de todo, desde cómo te arreglas a qué vas a hacer con tu vida, quiero decir. Y esa misma situación la tiene un octogenario: no tiene la vida hecha. Ese es un momento interesante. Mi protagonista se encuentra con todas las malas raíces que ha acumulado a lo largo de su vida, por ejemplo, la pelea con su hijo. Detesta a su hijo. El hijo le ha querido mucho, le ha admirado de un modo distante (porque él era un intelectual de estos que van y vienen y dan conferencias), pero poco a poco se ha ido quedando en casa. Hay ahí un problema de padre-hijo. Y en medio de la novela hay un retrato. Cuando el vizconde llega a los 70 años, la familia encarga que le hagan un retrato. 

¿Los retratos siempre están un poco malditos, como el de Dorian Gray? 

¡Bueno! La referencia es un poco esa. Ah… (chasquea y ríe). No están malditos, hay retratos espléndidos. Hoy hay millones de fotografías… pero el retrato requiere de una elaboración especial del físico. Eres tú, pero hay un punto que el pintor pone de su interpretación. La cámara es más fría. 

Es más justa.

Posiblemente más justa. El retrato es una consagración del personaje. Pero las consagraciones son dudosas, porque claro, le consagras y a la vez le desacralizas. El pintor adivina al personaje. Por ejemplo, el pintor tiene que tomar una decisión muy importante: ¿le saco guapo o tal y como es? Cuando hablas con retratistas de grandes personajes te cuentan que a muchos retratados no les gusta lo que sale. No se sientan favorecidos, se sienten interpretados. En este caso, el retrato le va a complicar la vida al vizconde. Su hijo, Aaron, quiere que el retrato revele lo profundamente vil que es su padre. No es tan vil, al fin y al cabo. Como somos un poco todos. 

¿Cómo sería un retrato de Álvaro Pombo que fuese ecuánime con como usted es?

Uy, no tengo ni idea, fíjate. No es como yo me vea... Tengo miles de fotos y doy bien, ¿eh?, bastante bien.

Es un hombre guapo.

¡Soy más guapo de viejo que de joven!

¿Un “nuevo guapo”? 

(Ríe). Un nuevo viejo guapo. De joven tenía demasiada nariz y demasiadas orejas. Para ser un joven guapo tienes que tener unas facciones correctas, menos exageradas. Los académicos me dicen algunas veces: “Tienes una cara icónica de personaje del siglo XIX”. Bueno, eso está muy bien, pero sin embargo… mi madre decía una cosa muy graciosa: “Todo el mundo me llama simpática pero nadie me dice guapa”. Y era ambas cosas, pero el rasgo de su carácter de la simpatía se comía su belleza. Y al revés, puede pasar que el ser guapo ocupe demasiado lugar en tu fisionomía. La belleza invade todo y es difícil penetrar a través, a través de la belleza y entrar en el corazón. ¿Qué sé yo? Pasa con las actrices. Bueno, ¿cómo son en casa? Algunas veces no hay absolutamente nada detrás. Son una fachada.

Mi madre siempre dice que es mejor no ser demasiado guapo, porque caes mal. Basta con ser agradable.

¡Tiene toda la razón tu madre! ¿Te importa que fume? ¿Eres del gueto de los fumadores? 

Yo sí.

Pues muy mal, chiquilla. Vamos a acabar tosiendo todos. Yo fumo Camel, coge uno. Camel, de toda la vida. 

Gracias.

Pues eso, y mira lo que decía mi madre también: la suerte de la fea, la bonita la desea. Aquella época en la que casarse era todo… las muy, muy bonitas a veces te hacían malos matrimonios. Pero aquella época ya se ha acabado, y afortunadamente. ¡Las tonterías que se decían…! “Se le ha pasado el arroz, se ha quedado para vestir santos”. Pero, ¿cómo? ¿Qué arroz? Tú me has preguntado antes que cuándo empieza la vejez, y bueno, creo que empieza con la jubilación. 

Usted no está jubilado.

No, yo no, porque los escritores y todo esto aguantamos hasta la liquidación total, hasta el no tener ya nada que decir. Pero ahora la vida es más larga.

Y se puede cambiar de vida más veces.

Sí, y no sólo de trabajo. Sino incluso…

De amor.

Claro. Antiguamente la gente se casaba, tenía pareja a tu edad… hoy día las cosas no son así. Ni por parte de las chicas ni por parte de los chicos. Hay una especie de “amor líquido”, como decía Bauman. Y está muy bien descrito. Es una descripción relativamente neutral, no hay eso de “qué malos son, que cambian tanto”. A lo mejor es lo contrario, “qué buenos son, que cambian tanto”.

¿Cuántas veces ha cambiado usted de amor?

Uy, pues yo… yo estoy soltero. Yo soy una persona estable sentimentalmente, pero he querido a mucha gente. Gente que se va de un lado para el otro. Dentro de mi grupo, la persona más estable soy yo. Estoy en una casa. Soy sedentario. Hoy en día no es lo que hay que ser. Yo tengo relación con gente mucho más joven que yo. De 50, o de 30. Más joven que eso me parecen pesados.

¡Yo!

No, no, yo te pongo en el grupo de la gente joven que es mayor por dentro. Pero hoy en día los niños están muy adelantados pero tienen poco que decir. Son aburridos. Saben pocas cosas.

¿Qué es ser un hombre, en el sentido profundo de la palabra?

En abstracto, las condiciones que esperas de un hombre las esperas de una mujer. Por ejemplo, uno espera una cierta integridad. Por ejemplo, esa frase de Antonio Machado: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. ¡Uno espera que sean buenos, o buenas! Lo cual no quiere decir que sean santitos idiotas. Pero que tenga integridad moral. Yo he hecho muchísimos retratos femeninos en mis novelas, porque tuve una juventud llena por las mujeres de mi familia, que eran muy divertidas y muy interesantes. Tengo buena opinión de las chicas. Me he reído mucho con mi familia femenina. Tengo la impresión de que el hombre es más rígido. Las mujeres están llenas de vida, de energía, de gracia. La habilidad de contar cosas me viene de las historias orales de las mujeres que conocí.

¿Se puede decir que usted es feminista?

¡Claro! Yo soy feminista prácticamente antes de que naciese el feminismo. Soy seguro feminista. A mí, por ejemplo, me parece que las grandes educadoras sentimentales han sido las mujeres a lo largo de los años. Ya de antiguo. Eso me parece muy interesante. En los chicos hay una especie de déficit sentimental, ¿estás de acuerdo?

Totalmente. 

¡Es que no entienden a la gente…! Y estoy hablando de hombres serios, no de gansos, ¿eh? Que también hay gansas, más tontas que Pichote. Ser feminista no es decir “todas las mujeres son maravillosas y todos los hombres son horribles”. Pero sí hay una dimensión en la que las mujeres están más acostumbradas a cuidar, por ejemplo. Eso no quiere decir que haya que regalarles pañales, como han hecho en ese campeonato… vi que había un maratón y a las mujeres que ganaron  les regalaron esmaltes de uñas, pintalabios, ¡cositas monas! Y claro, las chicas han dicho: ¡esto es machista puro! ¿Por qué no me van a regalar a mí un libro, o un salchichón? Eso es inaguantable. Yo creo que tú lo preferirías, porque ya compras tú el puñetero pintalabios, si quieres.

Cuando hoy se dice que el hombre se debería feminizar un poco, lo que se está diciendo es que aprehenda las cualidades de la mujer. No sé, yo supongo que es importante que las chicas y los chicos sean amigos antes de ser novios. Que se lleven bien primero, porque son muy distintos. Yo no hice eso, porque yo viví en otro mundo… No te creas que yo tengo demasiadas amistades. Soy un solitario. Estoy divagando, pero quería decirte también que las chicas son más aplicadas que los chicos. Se aplican porque tienen que demostrarlo todo más. El mundo profesional os hace menos caso que si fuerais chicos, pero es bueno que os apliquéis. Porque mira esto que está haciendo Celáa ahora: dice que hay que facilitar las cosas. A mí me parece un error completo. No hay que poner dificultades absurdas a la gente, pero, ¿facilitar las cosas hasta el punto de que no se frustre a la gente…?

La frustración es importante para la vida.

Sí. Leí un artículo de El Mundo que se llamaba ‘Pequeño elogio de la frustración’. ¡No se puede dar aprobado general! Se perjudica a los que han estudiado como mulas. Van a destrozar a los brillantes. 

¿Le parece que la sociedad está siendo muy buenista?

A mí me lo parece, sí, pero no porque yo tenga una vena cruel y quiera perjudicar a nadie. Es que la sociedad está llegando a unos niveles de tolerancia muy pavos, muy gansos. Las declaraciones de Celáa eran de ese nivel. Te diré algo: la vida no te da aprobados generales. Te lo tienes que currar. 

El protagonista de su nueva novela es un gran intelectual pero también un torpe emocional. ¿Es esta una tara frecuente en los intelectuales?

Tienden a pecar de soberbia. Los intelectuales masculinos, las mujeres no sois tan así: tenéis un pensamiento menos dogmático. Los hombres pueden ser muy vanidosos y muy picajosos. ¡Y chismosos! ¿Chismosas las chicas? ¡Chismosos los chicos! Me acuerdo cuando yo trabajaba en el Banco Hispanoamericano… vaya cotorreo había entre los hombres. 

¿Por qué cree que alguien deja de escribir, como le sucede al vizconde?

Creo que es una pereza. La pereza es un pecado grave. Los medievales hablaban de la “acidia”. Esa desgana que se echa encima del monje después de comer. Por un lado piensas que ya lo has dicho todo, por otro lado, escribir es cansado. Entre el proyecto y el libro hay un hiato complicado de saltar, y lo tienes cada vez. No es “hecho un cesto, hecho cientos”. Ninguno de mis libros ha sido fácil, nunca tengo reservas, nunca sé si lo que estoy escribiendo es bueno. Lo interesante es cómo se ve el mundo conforme pasan los años. Los temas siempre son los mismos. Mira, yo nací en el 39 y tuve una educación española muy autoritaria. Y seguramente eso se me ha pegado: seguramente somos autoritarios en mi generación, y si no lo somos es porque tenemos cuidado.

¿Le parece que hay resquicios del franquismo en 2018?

Sí me lo parece, pero los resquicios del franquismo algunas veces son beneficiosos. Es decir: a mí me parece que no fue tan terrible… no fue tan simple como cuentan, el franquismo. ¡Fueron 40 años! Yo he vivido el franquismo entero. Y eso de que “no había nada, no había nada”… yo no lo creo así, creo que había intelectuales y escritores y gente muy interesante en ese tiempo. No me parece que las cosas que se dicen a veces sean ciertas. Yo tengo una postura muy del centro. He sido, por ejemplo, de UpyD. Ahí tenemos a una chica, Rosa Díez, que era y es muy interesante, pero con demasiado carácter, yo creo, y demasiado “conmigo o contra mí”. Colaboré con UpyD en dos legislaturas. Mi orientación política es de centro, en esa esfera en la que está ahora Ciudadanos. A mí me encanta Inés Arrimadas, ahora es mi heroína. Mucho más que Albert Rivera. Ella tiene esa especie de… claridad al enfrentarse con las cosas. Con la gente de Cataluña, que son sus paisanos, realmente.

¿Y Vox, qué le parece?

Pues creo que se integrará, al final. Espero que se integre en el PP. Si mantienen la xenofobia y todas estas cosas se convertirán en un partido marginal. Yo no veo muy clara, en este momento, la situación de los dos grandes partidos. Veo muy flojo al PSOE, muy de segunda mano; pero no veo fuerte al PP tampoco. Por eso ha surgido Vox. ¡Es imposible afiliarse a Vox! Jamás me afiliaría, ¿cómo…? Esa homofobia, esa xenofobia, esa especie de negatividades.

Regresando al tema: los personajes de sus novelas son ricos, viven acomodados. 

Sí, bueno, gozan de bienestar económico. Tienen fortuna y la han administrado bien, son ricos por su casa. Eso complica mucho las cosas, porque estás cómodo. 

¿Cree que en el Estado de Bienestar ya no se crea como antes? ¿Hace falta pasar un poco de hambre para estar realmente conectado a la humanidad?

Un poquito de hambre sí que tienes que pasar. Un poquito de privación. Y quizá no muchas condecoraciones. Una cosa es que sepas que tu obra está valorada… yo me siento así, pero no tengo ni quiero un coro que me adule.

Cuando a Goytisolo le recordaban que obras como Makbara eran lectura obligatoria en los institutos de Bachillerato, él respondía: “¡No me normalicéis tanto!”. 

Juan, ¿no? Es que Juan Goytisolo se quejaba tantísimo… ¡Él estaba encantado! 

¿Quería hacerse el expulsado, el maldito para el establishment?

Juan Goytisolo era un escritor que siempre tuvo esta cosa de que España es un lío… Y nadie ha tenido tanto éxito, a nadie se le ha cuidado tanto como a Juan Goytisolo. Era un poco quejica. “Pues no me normalicéis tanto”. ¡Que no te estamos normalizando! Has tenido la suerte de vender tus libros en bachillerato. Yo trato al hermano, a Luis, que ha trabajado mucho también y no ha tenido ese aura, ese éxito que Juan tenía. 

En este libro también se habla de pulsiones bisexuales. 

No es una cosa rara, mucha gente las tiene. Pero en el vizconde estas pulsiones dan lugar a una actitud hipócrita. Yo estoy interesado en el hombre concreto y en la mujer concreta, ¿sabes? Y no sé si lo que yo cuento tiene un valor universal. ¿Se puede reducir a conceptos? Pues no mucho. La sexualidad humana para mí es un tema de primera magnitud, porque es un modo de estar en el mundo y está absolutamente integrada en nuestro modo de ser. La sexualidad no es echar un polvo.

¿Qué sabe usted del sexo hoy que no sabía con 15 años?

¡Já! Pues casi nada, casi nada nuevo.

No me lo creo.

En serio (pero ríe). Con 15 años lo que teníamos era una gran timidez todos. Una gran timidez de expresión. Y lo que hay hoy en día es una especie de exceso, demasiada poca timidez. A mí me parece que el gran fenómeno hoy es la falta de pudor, y eso es tan grave como el exceso de timidez. El pudor es una condición del alma muy importante, como es la castidad. La sexualidad contemporánea es tan… comunicativa. Con el sexo de hoy me pasa como con internet: yo no creo que la gente esté follando de verdad ni comunicándose de verdad. 

¿Hoy la gente no folla de verdad?

No folla y no quiere. Creo yo. No tengo datos de primera mano, en realidad, porque yo estoy en mis cosas. Yo no considero que sea mala la bisexualidad, pero sí me parece malo su uso instrumental. De esa sexualidad o de cualquier otra. Mmmm… el uso instrumental hace que consideremos a las personas como medios y no como fines. Tú no eres un medio, eres una persona real con la que hablo. Se produce una simpatía, un respeto. Me has hecho una pregunta interesante y no te estoy contestando bien. ¿Había cosas de la sexualidad a mis 15 años que hoy entiendo de otra manera? Yo viví mi propia sexualidad a esa edad como una culpabilidad.

He vivido con mucha culpa por mis deseos, y eso hoy es diferente y bueno hoy en día. Pero a veces, vivir sin sentimiento de culpa… esto es complicado, porque ¡hay cosas que hacemos mal! A veces sentirte culpable es pertinente, porque has hecho las cosas mal, qué quieres que te diga. Hay una especie de ‘happy go lucky’… no me gusta eso. El sentido de la responsabilidad es interesante en la vida moral, no es sólo algo de lo que haya que librarse. Mira, hay una película que te recomiendo: Far from heaven. Va de un matrimonio. El hombre es homosexual pero no lo dice.

Un hombre bisexual se puede sentir atraído por las mujeres y se puede casar, le gusta pensar en tener familia… ¿qué debe hacer: debe continuar su relación homosexual con otra persona, no puede tener dos novios a la vez? Pienso en eso muchas veces. ¿Podemos tener dos mujeres o dos hombres? Todos tenéis hoy dos novios o tres, en un momento como es el de tu edad. Ten los que quieras, pero hay un instante en el que tomas una decisión. 

Mire Call me by your name… ese final en el que él toma la decisión de casarse con una mujer, a pesar de haber vivido el verano del amor homosexual. 

¡Sí, la he visto! Y abandona al chico. Es que esas cosas me interesan mucho. He conocido a mucha gente homosexual que se ha casado con mujeres. Lo he criticado siempre, un poco. Lo he criticado seriamente. He dicho: bueno, vamos a ver, el mundo de los afectos es complicado, no se puede trocear demasiado.

Ha dicho usted en alguna ocasión que era pre-gay porque lo gay le parece hortera. 

Bueno, eso me lo dijo mi amigo Mendicutti. Yo hice mal… quizá no debí decir eso. Pero lo que quería decir es que a base de la libertad y de que todo está permitido tenemos unos espectáculos completamente de feria. Me llaman homófobo los gays, y no lo soy en absoluto. ¡Es que a veces se pasan unos pueblos…! Sí que me parecen un poco horteras, la verdad, pero eso tiene que ver con mi edad y con que yo he vivido en un mundo muy disciplinado. No soy de grandes fiestas, me gusta estar en pequeños grupos. No me gusta estar en una carroza. Es como ser gay mañana, tarde y noche. Yo digo: “Seguro que no puedes ser así todo el tiempo”. ¡Habrá un minuto que descanses de marcar paquete, o de hacer así con la manita! Yo qué sé. Es una fanfarria.

Va la última. ¿Es usted feliz?

Feliz, no, yo creo que no, pero tengo una vida llevadera. Verás: “feliz” es una palabra muy contagiada, muy contaminada por presupuestos románticos. “Feliz” es tener un gran amor, dicen. ¡Bueno…! Acostarnos y tal. Pero eso, ¿va a durar o no va a durar? Quizá es más importante hablar con la gente que acostarse con la gente. Yo tengo una vida muy llevadera. Tengo amigos. No sé si soy feliz, pero estoy contento con mi vida. No es una vida con grandes picos de amores o de pasiones, a pesar de ser yo una persona apasionada, desde luego. Mi vida es laboriosa. Voy escribiendo. Es una vida restringida. Me gusta la conversación, como la que tenemos ahora. Vamos a ver: tú y yo ahora. ¡Yo lo he pasado bien! La felicidad hay que matizarla. A mí este rato se me ha pasado en un boleo. ¡No soy feliz, no, porque no uso esa palabra! O quizá es que la felicidad es una cosa así: irte a tomar un café con una persona que te gusta. Dar una vuelta. Qué sé yo: tengo buen humor. La felicidad entrampa. Yo hago el elogio de la vida cotidiana.